32. La locura de la paciencia

32. La locura de la paciencia

MEMORIA DE PAPEL

En la época en la que se estaban cociendo las habas en los EEUU, me rondaban por la cabeza otros temas que consideraba de mayor trascendencia si seguía los principios periodísticos del interés informativo: priman, en primer lugar, los acontecimientos más cercanos y decrece la atención hacia sucesos anclados en la distancia. A una persona sin brillo ni luces le supone un trauma el hecho de abandonar un asunto tan peliagudo. No podía derrochar las ideas como quien arroja las cáscaras de pipa al suelo. Sin embargo, los americanos han demostrado que son seres humanos sensibles capaces de socorrer al más necesitado. Por estas razones he contraído la deuda moral de referirme al enfrentamiento político entre Bush y Al Gore, entre dos personajes que tienen en vilo a toda una nación y portan la paciencia como el mejor estandarte. ¿Quién iba a decir que esos trapos sucios se iban a lavar ante la opinión pública? ¿Quién iba a pensar que esta locura tendría como escenario al país más desarrollado y poderoso del mundo?

Mientras me embarco en la dulce tarea de acercar las letras a la hoguera de esta columna, en la otra orilla se encuentran enfrascados en el recuento de votos. Comprendo que este ejercicio no resulta tan sencillo. A veces no me salen las cuentas cuando me hallo en la necesidad de contar las palabras apropiadas y suficientes para que mis lectores tengan algo que llevarse a la boca.

A estas alturas los números me dan un saldo de 251 términos, aunque posiblemente me vea obligado a realizar de nuevo esta operación para disipar cualquier atisbo de duda. Las dudas y las prisas son malas consejeras. ¿Cuál de los dos candidatos saldrá ganador en la selva despiadada del poder? La mayoría de las crónicas apunta a que George de la Jungla goza de una cierta ventaja. El mensaje popular de “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” se ha ido diluyendo como un azucarillo lanzado a la boca de una taza de café y ha pasado a las manos de un “Más vale tarde que nunca” para morir en las cómodas aguas de un “Deja para mañana lo que puedas hacer hoy”.