34. Calendario comestible

34. Calendario comestible

MEMORIA DE PAPEL

Las Navidades corren a hurtadillas por las hojas de un calendario cada vez más comercial. Por este camino tendremos que hacer un hueco en los almanaques o bien sustituir a los gastados santos por la compra navideña. El día de Nochevieja debemos rendirle tributo a don Jamón. En Nochebuena contraemos una cita obligada al santuario de don Marisco. Compartiremos mesa y misa con toda su familia. El matrimonio Langostino-Gamba nos invita a degustar los sabores de sus sinsabores. ¡Qué manera más cruel de perderle el miedo al frío! Se quitan de encima el abrigo fantasmal de los congelados para sentir las garras de unos dientes que no transmiten ningún ápice de arrepentimiento, ni de compasión. En año nuevo se produce el cambio de vestuario, muerto de risa durante meses en los cajones de los armarios, bajo la atenta mirada de una soledad más larga que de costumbre —tan sólo se desempolva en casos accidentales de bodas, bautizos…— o sufriendo el síntoma patológico del suicidio, colgado de unas perchas. El realismo es tan exacto que algunos equipos de vestir se refugian ante el plástico de una mortaja. El cine de estreno se adentra por las calles, tras la careta ahogada de unas corbatas que lucen el escote de los domingos, tras el sediento susurro de las sedas que campan a sus anchas muy de vez en cuando. ¿Y la dieta? ¿Cómo se puede compaginar la figura esbelta con los turrones y la comida a mansalva?

Tenemos el hábito de tirar los alimentos que otros necesitan para sobrevivir. Abusamos de la tendencia de comprar regalos por doquier. ¿No es más romántico comprar juguetes, colonias… cuando a uno le apetece y no cuando te lo imponen las casas comerciales? Con las fechas señaladas siempre ocurre lo mismo. Las disfrutamos hasta la extenuación durante unos días para dejarlas de lado el resto del año. Si por una sola vez hiciéramos lo contrario, todos saldríamos ganando. Si dejáramos de corromper el espíritu navideño y volviésemos a encarnar el mensaje de Cristo, estas fiestas serían más auténticas. La Navidad se escribiría con mayúsculas y quedaría impregnada de su origen primitivo. Si Jesucristo levantara la cabeza, la escondería debajo de la tierra como un avestruz.