35. Santurrón

35. Santurrón

MEMORIA DE PAPEL

La historia es la mejor medicina contra el alzheimer, pues nos trae a la memoria las olas frescas de unos acontecimientos que el hombre puede contemplar desde la distancia. La nostalgia y la imaginación recrean la figura social de unos juglares que de pueblo en pueblo transmitían el gusanillo inquieto de las conciencias. Cuando los libros no se escribían, sino que volaban de rama en rama y de voz en voz, las narraciones desempeñaban el papel directo de las emisoras de radio y de las televisiones. No sólo nos limitábamos a ser agentes pasivos del narrador, sino que nos exigían un esfuerzo extra: la fantasía tenía que dar rienda suelta a los duendes dormidos del hombre. Esos genios deambulan por el pasado casi sin descendencia. Por esta razón ensucio estas páginas para recordar a aquellos que todavía revolotean por el presente. Siento verdadera admiración por quienes son capaces de mantener viva la leyenda de sus antepasados. En el mismo Benalup existen determinadas personas que cantan con devoción los añejos romances. Esas composiciones vieron la luz gracias a la necesidad de un pueblo por retener en la retina su historia. Telediarios ambulantes exprimidos en el campo de batalla femenino, los lavaderos comunes, o en la lucha diaria de los machos por dejar limpia la honra, las guerras.

Asimismo, Pepe Maestro recorre las bibliotecas de Andalucía con el fin de que el dramatismo de su voz encante a los niños como si las cuerdas vocales se desgarraran en la garganta a modo de varita mágica. Vive del cuento. Juan Madrid también se siente heredero de esta tradición. Escribe con la conciencia de encarnar sempiternamente el amuleto de Shahrasad. La peor tragedia de quien se dedica a mojar la pluma en el papel descansa en aburrir al auditorio o a sus propios lectores con la trama. Le cortarían la cabeza, como habrían hecho con la protagonista de las Mil y una noches, si sus historias no dejaran en vilo al sultán. En estas fechas los villancicos no podrían faltar a su cita y los humanos deberían coger la zambomba para gritar a los cuatro vientos el aroma risueño de la bondad, con el traje sin estrenar o con el estómago vacío de San Turrón.