19 Feb Agua
El ser humano tiene la costumbre de recrearse en su propio ombligo. Dispone de una vista de corto alcance incapaz de otear el horizonte más allá de sus narices, más allá del presente. En escasas ocasiones se preocupa realmente por el futuro. Cada uno de nosotros vive inmerso en un eclipse total que no nos deja ver el bosque por culpa de las ramas. Sólo nos influyen las situaciones adversas cuando las tenemos encima, cuando ya no tenemos más remedio que enfrentarnos a ellas. La sequía es fruto de la falta de previsión del ser humano que se olvida muy pronto del pasado en cuanto caen dos gotas de agua. Despilfarramos todo aquello que nos hace falta con la misma candidez que tiramos a la basura nuestras vidas. Dejamos el grifo abierto cuando nos afeitamos, cuando nos lavamos los dientes, cuando limpiamos el coche sin darnos cuenta de que no es más limpio quien más limpia, sino quien menos ensucia. La lluvia siempre nos ha traído a rastras el néctar amable de las nostalgias y el recuerdo se ha sentido siempre como pez en el agua.
Recuerdo que se iban a llevar a cabo determinadas medidas para atajar el problema de la sequía cuando nuestros pantanos boqueaban de sed, pero ha sido suficiente un vaso de agua para que esas medidas se pierdan en la tormenta como es habitual. El ser humano es tan autodestructivo que arrasa con todo lo que se pone en su paso. Ya sabemos que no se puede hacer nada con respecto al clima, pero también es cierto que no nos involucramos en un asunto hasta que no se nos cae sobre nuestros hombros. Los niños del mañana tendrán cuidado a la hora de jugar a los barcos porque quién será el valiente que grite desesperadamente agua en un mundo en el que toda nuestra fuerza se nos escapa por la boca. Tal vez cambien las reglas del juego y uno se alegre siempre que se mencione en voz alta la palabra clave.