FARIAS, JUAN

FARIAS, JUAN

Cuando uno se enfrenta a un autor de literatura juvenil o infantil, se plantea la duda de cuáles son sus lectores, si entre ellos caben los adultos. La cita que viene a continuación disipa todas mis dudas y deja en el aire el siguiente letrero como en las películas: Autorizada para todos los públicos y para todos los lectores: niños, adultos y ancianos: “No sé si el cuento que ha venido a entristecerme es para niños; puede ser un cuento de niños para padres o para que un padre y su hijo lo escuchen cogidos de la mano. Empieza así.”

Juan Farias ha sido capaz de llevar a cabo los dos medios por los que el hombre puede enriquecerse: el viaje interior y el viaje exterior. Ha sido un gallego que ha amado la mar como si fuese su propia vida, como si fuese el escenario donde se han dado cita sus sueños de niño, como si encontrase en sus profundidades los abismos que encierra el mundo, como si las sirenas y los duendes camparan a sus anchas en el mar de su imaginación, como si el niño que fue no se hubiese perdido nunca, porque siempre sale a flote en sus recuerdos y en sus libros, como si el marinero que lleva dentro recorriera su oficio hasta las últimas consecuencias: ha viajado en barco para conocer mundo y, sobre todo, para conocerse a sí mismo. El otro viaje es el viaje que ha emprendido hacia su interior: se ha sumergido en los libros desde pequeño para que su imaginación se enriqueciera de antemano. Se siente rico en experiencias a bordo de un barco que le enseña con sus prismáticos el mundo y la cara risueña del amor. Se siente rico en lecturas que le llevan a sumergirse en hechos y acontecimientos que jamás habría podido vivir en la realidad, aunque los libros le han proporcionado esa satisfacción. Así ha viajado a La isla del tesoro, ha conocido a Tom Sawyer, ha viajado con Alicia en el País de las maravillas, ha vivido como suyas las aventuras de Robinson Crusoe, ha recorrido mundo con Julio Verne… Por ese motivo decide disfrutar abiertamente de la vida a pesar de todos los obstáculos que se le puedan presentar por el camino. Es agradable comprobar el grado de ternura y enseñanza que desprenden sus páginas, como se enfrentan sus personajes a los sinsabores de la vida: “Primero tiene que quitárseles la alegría de ser pobres”, de encarar el presente y el futuro con optimismo. La vida es dura y no es sencilla, pero merece la pena vivirla independientemente de las circunstancias que a cada uno le haya tocado vivir. Otro mensaje que apunta al corazón de la misma idea: “¿Trae mucha? Hambre —dijo Yago y reía— la trae toda”

En alguna ocasión nos muestra el mensaje de que el hombre no debe lamentarse de la situación en la que se encuentra sino que, al contrario, debe aprender a convivir con ella, nos une más de lo que nos separa. Podemos leer en alguno de sus libros como un hombre sale en busca de dinero para su familia y descubre que es rico en sentimientos y que hay otros más pobres que él. La peor pobreza es la pobreza de espíritu. Juan Farias está dispuesto a tratar a los niños como personas adultas y le enseña que la vida no es un camino de rosas, aunque en el fondo siempre merece la pena, le enseña al lector que el hombre se hace cada vez más fuerte cuando se enfrenta a la vida sin tapujos y sin miedo. Cree que cualquier niño puede entender estas palabras y se entrega a sus lectores tanto que rechaza de inmediato el siguiente lema: “Ése, de tanto quererse, no puede querer a nadie”, puesto que en sus historias destaca el lado humano de sus personajes, la ternura con la que se trata a los niños y a los abuelos hasta superar con creces el abismo de edad que puede separar a unos y a otros. Para nuestro autor la ficción, lo inventado, cobra visos de realidad, aparece de modo tan natural que forma parte de la vida misma. A veces los duendes salen de su escondite para que los sueños cobren visos de realidad y el amor campa a sus anchas por el escenario de pueblos ocultos en el anonimato y perdidos en la distancia. Juan Farias se entrega sin reservas a sus lectores: “Aquí tienes lo que escribí en unos pocos cuadernos, a mano y entretenido, que escribir es una de las cosas que me gusta hacer. Mi editor dijo: vale, y lo mandó a la imprenta. Ahora tú, lo lees y cuando llegues a la última página, entre todos, pero sobre todo, gracias a ti, habremos terminado un libro. Tú eres quien termina un libro. Tú eres quien termina el trabajo. Verás, si no hay lector, no hay libro, sólo una cosa inútil, nada, algo que no se comparte, un pan que se hace y se olvida, un discurso que no irrita, no divierte, ni siquiera aburre, un camino que ni va ni viene. Me haces falta. Gracias.”

Si el dinero no hace la felicidad, los libros ayudan a conseguirla. Por sus libros corren los episodios más sobresalientes y a veces crudos del siglo XX, de una España que es de todos y de nadie. En sus hojas se recrea el reflejo de la guerra en un pueblo cualquiera en el que no hacen falta bombas, ni disparos para comprender el sinsentido de la muerte, en el que los niños son los verdaderos protagonistas del presente y del futuro. Los niños y los ancianos se dan la mano, se entienden con solo una mirada y, a pesar de todo, se aferran a la vida con todas sus fuerzas. El futuro está en aquellos que no saben leer, en aquellos que leen la vida con los ojos abiertos, en aquellos que viven y dejan vivir, en aquellos que regresan a la infancia desde el púlpito de la vejez, en aquellos que saben darle coba a la melancolía, esa especie de tristeza que no tiene prisa: “Coge un poema y súbelo, verso a verso, hasta llegar a la intención del poeta. Abre una novela y camínala, página a página, hasta que te sientas parte de las desventuras de un hambriento o de la fama del capitán que volvió de las estrellas. Carga con tus dudas y entra en la biblioteca. Ahí están las respuestas de que dispone el hombre. No son todas las que el hombre quisiera, pero de momento es lo que hay. Lee, muchacho, llena las maletas, pero no por eso dejes de correr, brincar y reír, cantar y emocionarte. La vida también es un buen libro y merece la pena leerlo con alegría.”

Juan Farias nos introduce en la aventura de la vida cuando en un pasaje de una novela suya la ternura de un abuelo responde con sinceridad a una pregunta de su nieto: “¿Qué es una aventura, abuelo?” Vivir. A eso mismo nos invita el autor: a vivir y a que disfrutemos de una charla agradable con él. Cuando termine de ofrecernos su lectura literaria, tendremos que decirle lo mismo que supo decirle uno de sus personajes: “Lo de irse no importa tanto. Lo malo es lo de no volver nunca”