19 Feb GARCÍA ARGÜEZ, MIGUEL ÁNGEL. EL BOMBERO DE POMPEYA
La literatura puede ser un arma de doble filo: hay quienes la consideran un simple pasatiempo en el que la diversión se reparte a partes iguales entre el autor y los lectores, pero también hay quienes rechazan ese componente lúdico con el fin de concebir las letras no como fin en sí mismas, sino como medio para alcanzar otros objetivos. El mundo visto desde esta perspectiva muestra una imagen maniquea de la realidad sin comprender que existe una amplia gama de grises entre el blanco y el negro, y es en este mismo escenario donde se proyecta el universo cromático de Miguel Ángel García Argüez capaz de tocar todos los registros literarios que se encuentran a su alcance en un aparente desorden en el que lo anacrónico navega de modo natural por los cauces de la verosimilitud —la literatura sale fuera de la literatura para lanzarse a la piscina de los cómics, el cine y la ciencia ficción— e incapaz de dejarse llevar por la corriente monótona de la lógica. El sin sentido de la ficción cobra razón y la sinrazón de la historia cobra sentido. El pasado se actualiza hasta confundirse con el presente y el presente se hace historia, se hace histeria, y la historia y la histeria son dos almas gemelas al igual que la ficción y la realidad. No es de extrañar entonces que la pluma corra a hurtadillas por las páginas en blanco jugando al escondite con el lenguaje —el tono épico y elevado de la antigua Grecia se oculta bajo el humor del habla de la calle—. Como el león acosa en la lucha al indómito jabalí cuando ambos pelean arrogantes en la cima de un monte, y el león vence con sus zarpas al jabalí que respira anhelante, así Hector Priámida, el de tremolante casco, arrancó la vida al hijo esforzado de Menetio, que a tantos había dado muerte antes de volar, como el ave oscura, a las sombrías aguas del Leteo.
-Estás pesaíto con las comparaciones y los epítetos.
-Perdón, es por alcanzar el tono épico que las circunstancias merecen.
-(…)
-¿Tienes papel, oh, hijo broncíneo de la diosa Tetis, la de largas…?
-¡Sí, toma y calla de una vez!
No es de extrañar entonces que la pluma corra a hurtadillas por las páginas en blanco jugando al escondite con el ayer y el hoy, con la literatura y con la vida, con el hombre y los mitos —ciertos pasajes de la biblia sufren modificaciones, del mismo modo que los romances de carácter tradicional, en el mismo instante en el que se insertan en un contexto contemporáneo—, cuando se recrean fundamentalmente en el aspecto humano de los personajes, cuando se asoman a sus páginas personajes y hechos de la vida cotidiana del siglo XX. La literatura se adecua al presente con el recurso constante de nadar contra corriente contra los tópicos establecidos, con la sonrisa presente de la ironía, con el absurdo campando a sus anchas en la alfombra pisoteada de la existencia, donde surge de una manera original la fórmula clásica del delectare prodesse, enseñar deleitando, pero no a la antigua usanza, puesto que desfilan por el escaparate de su prosa una enseñanza que nunca se pone en fila india para facilitar la labor del lector, sino que necesita un lector activo dispuesto a rastrear las huellas ocultas de una historia, de unas lecturas salpicadas en sus textos sin aspavientos como si formaran parte de la cosecha propia del autor.
Los finales felices no siempre comen perdices y las perdices casi nunca escapan a las garras del hombre, de igual modo que el lenguaje formal se estira hasta crear un lenguaje nuevo y la palabra se desmaya a la orilla de una hoja con la esperanza de que cualquier lector acuda en su auxilio. Escuchad la voz distante y distinta de Miguel Ángel García Argüez para que las ruinas de la palabra encarnadas en la Grecia del Partenón enciendan la antorcha de la vida, enciendan el faro de la buena literatura.