GARCÍA GARCÍA, MANUEL. SABOR A SOMBRAS

GARCÍA GARCÍA, MANUEL. SABOR A SOMBRAS

Sabor a sombras arranca tres pétalos sobre la alfombra curiosa de los ojos. Está formado por tres tiernos brotes de un árbol fingido: Tan sólo hay una cosa / donde el fingir es triste: / fingir que se ha olvidado / en el olvido.

En Cama de campo y campo de batalla Manuel García se aferra al amor de ser libre, a la libertad de ser amado. Entre paradojas y contrastes pretende sacar a la luz unos sentimientos refugiados bajo el rescoldo de los versos, procura dar forma al fantasma incorpóreo de lo inefable: Eres helada fruta, / yo sed de fruta helada.  

Carteles para el “retrato de una niña muerta”, fotografía de Francisco Lon (1870) (Ilustraciones de Mª Jesús Casermeiro), rememora la ausencia de un ser querido, de un amor que riega las entrañas de la tierra: –Y yo me bebo el vino. / Y te recuerdo.– y se eleva y se mece en el columpio dormido de la luna. Se entretiene ante la tumba del destino con el fin de paladear e inmortalizar el aroma de los sueños. De esta manera se despide de esos duendes inquietos que siempre revolotearán por el laberinto de su corazón: Bajo las altas hierbas descansas para siempre, / surcas aguas profundas de agua y mineral. / ¿Qué ocasos habrá allí donde resides? / ¿Y el alba a qué sabrá? / Desde que tú te fuiste, en mi tintero / se ha secado la tinta, y en mi mesa / se ha puesto duro el pan.

Cuadros para una exposición de poemas se sumerge en la esperanza de la pintura capaz de sacarle los colores a la vida. Ese tono pesimista que embarga la mayoría del libro deja una rendija abierta a la ilusión: Mueran, sí, las personas / pero quedan las sendas. / No es el hombre quien vive, es su esperanza.

Manuel García mastica ese mal sabor de boca que supone la conciencia de que el tiempo nunca echa marcha atrás y camina dejando la estela borrosa y amarga de la memoria rota a pedazos por el olvido: Así sueños de flor la caracola. Así estos versos de mariposa se posan sobre las mejillas sonrientes de la amada y vuelan ante la mirada cotilla de cualquier lector. En los labios del papel se trasluce un Carpe diem que jamás debe ahogarse en el vaso de su miseria: Pero de cuanto es triste es lo más triste / la copa no apurada / del recuerdo.