19 Feb Juventud
No sólo los jóvenes, sino todos los seres humanos en general, se despiertan con un ánimo diferente los viernes. Para algunos comienza el divertimento y para otros la jornada de trabajo llega a su fin. Quisiera deambular en estas palabras por el pellejo de un estudiante que anhela la llegada del sábado como el único momento en el que se siente libre. Sus pensamientos se escapan a las pequeñas cárceles que hoy en día suponen los centros educativos. Podrán con mi cuerpo, pero jamás dejaré que gobiernen mi alma.
No hace caso al proverbio chino que esboza que: cuando se apunta a la luna, el tonto se queda mirando al dedo, pues sus miras se adelantan al futuro y contemplan con optimismo la inminente llegada de la fiesta, el esperado encuentro con la noche y sus desenfrenos. De repente toca la sirena y el estómago vacío se recrea en el plato de comida que el cariño de una madre pone sobre la mesa. Es consciente de que no tiene que pisar las clases hasta el lunes y como de costumbre se plantea las mismas dudas.
Cita al Duque de Levis cuando defiende la idea de que es más fácil juzgar el talento de un hombre por sus preguntas que por sus respuestas. La educación camina por senderos equivocados, ya que tiende a interesarse más por lo que ignoramos que por lo que sabemos. No se preocupa por nuestras interrogaciones, sino por afirmaciones que a la postre no nos conducen a ninguna parte. La tarde del viernes se emplea en terminar aquellos ejercicios y deberes que en el colegio nos han dejado para que matemos las horas muertas como asesinos imberbes que no tienen otra cosa que llevarse a la boca.
Siempre es más fácil poner etiquetas que buscar salidas adecuadas a cada situación. Siempre es más sencillo destruir que construir. Los jóvenes sólo piensan en la bebida y en salir a la calle. Pretenden emborracharse y nada más. Todos los jóvenes de todas las épocas han bebido y han cometido excesos. No vamos a ser la excepción. En este país de locos cualquiera opina sobre el tema que se le antoja sin necesidad de ser experto en nada. Todo el mundo está pendiente de los demás, salvo de uno mismo. Sin embargo, nadie prueba la profundidad del río con ambos pies. Parafraseando a Wihelm Bush, podríamos confesar que pensamientos tontos tenemos todos, pero el inteligente se los calla.
Todo corre a una velocidad superior a la exigida, de modo que le pedimos al niño que deje de serlo cuanto antes, al joven que se haga adulto y al adulto que se comporte como tal. Corremos más deprisa que el propio tiempo y mantenemos el defecto de analizar la realidad desde nuestra perspectiva. ¿Para qué nos vamos a poner en el papel de los demás si sobre nuestras conciencias descansa la verdad? La verdad que uno cree llevar a cuestas tarde o temprano se deshace en mentira como un azucarillo náufrago en una taza de café.
La botellona tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Incitan a beber incluso a aquel que no le apetece, pues, si no lo hace, se siente desplazado del grupo. El alcohol se establece como una necesidad que nos quita a manotazos la timidez de los encuentros amorosos. Saca de la chistera al ingenioso que hay dentro de cada uno de nosotros y estimula la lengua a veces de manera insospechada. Quienes no empinan el codo como el resto de los mortales pasan a la categoría de bichos raros, cuando la realidad no tiene por qué alienar a la gente, obligar a perder su personalidad en beneficio de los otros. Cada uno debe comportarse como es siempre sin tener que doblar las rodillas ante nadie.
En invierno la gente se reúne en mitad de la calle, en un lugar abierto en el que la bebida hace las veces de abrigo que nos protege del frío. Las conversaciones no persiguen el fin de agitar las conciencias, sino más bien pretenden evadirnos de esa realidad que continuamente nos acecha. En este escenario el sabio no dice lo que sabe; el necio no sabe lo que dice.
Llega la madrugada y los coches cortan esa calle destinada al esparcimiento de los jóvenes. La soledad de la noche se cubre de gente y las voces y los gritos arañan el silencio de la luna. Los amigos se saludan y los novios se encuentran. No hay que demonizar del todo este comportamiento creciente en todas partes, pues es indudable también el componente social que abraza esta postura vital de los hombres del mañana. La madurez es un periodo de la etapa del ser humano que necesita un proceso de aprendizaje a través del cual se van quemando determinadas fases necesarias para cubrir ese momento de afianzamiento personal. La madurez no es exigible a los jóvenes, pues no todos los adultos han superado con éxito los sinsabores de la existencia. Al César lo que es del César y al joven hay que exigirle con mayor ímpetu que sea coherente consigo mismo y con su edad. No es conveniente que se salten las etapas propias de la vida. Es acertado tropezarse una y otra vez con nuestros propios errores con el objetivo de que podamos poner todo nuestro empeño en aprender de ellos. Quien piensa que no debe aprender de sus errores o es un necio o un ignorante. Quien afirma que nunca se equivoca vive en una burbuja de jabón que lo aleja de la realidad, que lo incapacita para contemplar los límites del ser humano. Cuando uno no es consciente de sus limitaciones, también ignora las metas que puede alcanzar. Empieza a conocerte para poder conocer a los demás. ¿Qué importa saber lo qué es una recta, si no se sabe lo que es la rectitud?