19 Feb Los padres y los niños
A pesar de que las estadísticas puedan llegar a desmentir estas palabras, en líneas generales la práctica del deporte aporta salud al organismo del ser humano independientemente del deporte que se lleve a cabo, independientemente de la edad de quien se ponga manos a la obra. Sin embargo, me ha llamado muchísimo la atención unos datos que he escuchado en la radio referente al mundo del fútbol en el que se indicaba que la violencia en este deporte había aumentado considerablemente en Andalucía. Mayor incredulidad me causó la siguiente afirmación: El mayor número de incidentes se localizaba en las categorías infantiles donde el ejercicio del deporte aparece en estado puro, donde lo primordial es la enseñanza, donde prima la inocencia. Otro detalle más venía a mostrar que los niños no tenían culpa de nada, sino que eran los padres quienes provocaban todos los conflictos.
Tal vez los progenitores deberían alejarse de los campos cuando contemplan el espectáculo bajo el prisma de los mayores, cuando inculcan la fuerza antes que la palabra, cuando dirimen sus conflictos personales en un terreno que no es el suyo. El pequeño no tiene por qué pagar las frustraciones del adulto. La educación gira en torno a tres núcleos principales: el entorno familiar, la calle y la escuela. Sin embargo, la imitación es el recurso más utilizado por aquellos que se adentran en la vida con ansias de conocer el mundo ante el que se enfrentan. No es acertado poner piedras en el camino de forma innecesaria. Cada uno tropieza con sus propios fantasmas y en el hogar es donde se combate con mayor éxito esta conducta. Se le inyecta la competitividad al niño que practica deporte con el fin de divertirse, con el afán de sentirse bien físicamente. La amenaza de saltarse la etapa de la infancia de un golpe está presente siempre que los padres empleen el insulto cuando acompañan a sus hijos a jugar al fútbol, cada vez que se tomen la venganza por su propia mano, cuando ejerzan la violencia sin ningún motivo aparente. Los padres tienden a elevar las expectativas de sus críos a cotas insospechadas y, cuando la realidad no se ajusta a los parámetros de los sueños, los padres ofrecen la manía de resolver sus fracasos a golpes, de disfrazar la impotencia con tintes de locura. Dejemos que los niños busquen su propia senda.