PRÓLOGO PARA MAS NO DESOTRA PARTE, DE MIGUEL ÁVILA CABEZAS, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN

PRÓLOGO PARA MAS NO DESOTRA PARTE, DE MIGUEL ÁVILA CABEZAS, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN

El azar se encarga de poner en el camino a los amigos y a los desconocidos hasta tal punto que en ocasiones se nos escapa de las manos la posibilidad de retener o consagrar la vida a una amistad estable, pues las circunstancias del momento a veces son insalvables, a veces nos aleja de un proyecto en común. En otras, en cambio, nos pone a pedir de boca el néctar amable de la complicidad entre personas que dialogan por primera vez, que conciben la fraternidad como una forma exitosa de darse a los demás, que caminan a ciegas por entre los escombros de la lírica como el modo más eficaz de sobrevivir. Cada cual juega con el tiempo a su manera y establece los pactos que se le antoja con tal de tejer el folio en blanco con el hilo dorado de la palabra. No existe el miedo a las páginas vírgenes de la existencia, sino que sobrevuela el anhelo de contemplar el mundo con los ojos de la tinta. Sin la escritura el plomo de los años caería con rotundidad sobre los hombros de la rutina y con el papel manchado por la caligrafía sentimental del verso los sueños se descuelgan de la almohada, se atreven a caminar a hurtadillas por la realidad y mueren bajo el arrullo del fracaso como un modo capaz de almacenar el aliento de la victoria. Siempre se ha dicho que el hombre aprende en las derrotas y se estanca en los arroyos de las batallas ganadas. Miguel Ávila Cabezas es uno de esos perdedores que ganan con facilidad en las adversidades, se deja vencer en el poema igual que te gana para su causa con solo abrir los labios, en el cara a cara.

Recuerdo que hace ya unos años me aventuré por las carreteras modernas de las nuevas tecnologías y en la página web de la editorial Alhulia desafié las reglas al abandonar el carrito de la compra y depositar en él un poemario inédito con la intención de que se molestaran en leerlo y formara parte del catálogo futuro de la editorial. Para mi sorpresa Sueños de hadas sin hada madrina fue leído con voracidad por un poeta cuyo nombre desconocía y cuya voz se puso en contacto conmigo a los dos o tres días de haber recibido mi libro de poemas. Le llamaba la atención mi forma de escribir y así es como llegué a conocer a Miguel Ávila Cabezas. En primer lugar por teléfono y posteriormente cuando la literatura se asoció con nosotros en diversos eventos tanto en Cádiz como en Granada. De modo que la imagen inicial que conservo de este poeta es la de un lector sin freno que no sólo se contenta con devorar libros y libros, sino que muestra la inteligencia necesaria como para pasar sus ojos por el filtro de la realidad y saber extraer el mensaje entre líneas que le ofrece la vida. Para él la poesía es simple comunicación a tres bandas: diálogo del poeta con pasajes ajenos y propios de la lírica, diálogo del poeta con sus fieles lectores y diálogo del poeta consigo mismo. No es casualidad, por tanto, que comience Mas no desotra parte con una cita de Jaime Gil de Biedma: ¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, / y la más innoble / que es amarse a sí mismo!, pues retrata en el papel la realidad del alma y los sueños del cuerpo, desata ese afán de comunicación que a borbotones se derrama entre los versos.

Mas no desotra parte se descompone en pequeñas ventanas que se asoman a la vida sin complejos y con el ímpetu de desenredar la madeja despiadada de nosotros mismos. La muerte, el tiempo y el amor aparecen como actores principales en un libro cuyo título reproduce un verso de Quevedo como un homenaje a quien ha sabido concentrar en el poema los secretos del ser humano. Cantando a la muerte se mostraba más vivo que nunca. Miguel Ávila Cabezas ha querido, como Quevedo, recrear en sus textos el mundo de los vivos, filtrar la realidad a través de sus ojos.

En el poemario desfilan siete entradas o salidas a la calle con los títulos siguientes: A veces, Dos poemas de abril, Invitación al silencio, Mas no desotra parte, En el salón familiar, Veinte preguntas para empezar el año y Poema final, puesto que el poeta traduce el mundo exterior por medio de un lenguaje propio que inevitablemente pasa por el filtro de su sensibilidad, de una subjetividad extraída en la neutralidad de los objetos.

En A veces late la conciencia del tiempo como un grifo que gotea incansablemente sobre el corazón del pasado, como el retrato amarillento de uno mismo que ya no se reconoce en las fotografías de antaño, pues las ausencias duelen más de la cuenta al estar presentes en la memoria. Interpreta la vida como una película que no había tenido ni principio ni fin, ya que somos conscientes de nuestra propia existencia a mitad del camino, cuando hemos dejado atrás la inocencia de la infancia y nos abofetea la mano cansada e incansable de los años en una autobiografía escrita in media res desde la conciencia de la vida hasta la conciencia de la muerte. El teatro de la poesía nos espera en cada esquina intentando apresar la verdad de un gesto inocente o malvado, la duda de la certeza o la incertidumbre de la seguridad. Al final lo que premia es la elección y las renuncias. La condena del hombre sólo tiene salvación en el poema y en el amor, en ese latido de sol entre las sombras. La soledad de la ausencia nos invita a coger el toro de la existencia por los cuernos para entregarnos a la esperanza del orgasmo, al orgasmo de una esperanza que nos ha de matar si es preciso, siempre y cuando agotemos el reloj de arena del tiempo, siempre y cuando nos dejemos el pellejo en el empeño.

Miguel Ávila Cabezas se desdobla en el espejo del olvido para acunar la palabra bajo la manta gris de la nada, bajo el recuerdo de múltiples caras y el cuerpo del amor se desbarata ante el alma de la libertad. El amor es libre entre cadenas.

En Dos poemas de abril se esboza la búsqueda de un equilibrio imposible, el canto rodado de una cara y una cruz que nos amenaza con la caída irremediable, un aquí estoy, buscadme, mientras yo me encuentro. El amor es el único colchón dispuesto a amortiguar nuestros golpes, a lanzarse al olvido para rescatarnos, para que permanezcamos de pie en el alambre del abismo.

En Invitación al silencio la ausencia se resguarda en los resquicios más insospechados de las palabras, en los gestos apacibles de los sueños, pero el poeta es capaz de sobreponerse cada vez que emite el grito de la sangre, la sangre de la voz corriendo a galope por las venas y por sus versos. No hay silencio que pueda callarlo. El silencio es una muerte disfrazada de calma, manchada por las canas del tiempo.

Mas no desotra parte sigue la estela del clasicismo donde el amor se erige como protagonista amenazado por un Tempus fugit que juega a ser goma de borrar recuerdos y esperanzas, que se alza en el horizonte como una niebla espesa encaminada a cerrarnos los ojos definitivamente. Miguel Ávila Cabezas bucea en la concepción amorosa de la lírica de Salinas para encontrarse con un yo que anhela identificarse con el tú esquivo de la amada, un yo que se pierde en los confines de su propio mundo sin saber qué dirección debe tomar.

En el salón familiar sale a flote el humor indispensable para que la poesía pierda en parte ese sentido de seriedad mal entendido y la ironía rememora la poesía de Antonio Machado en una estancia donde las ventanas abiertas arruinan el alma del poeta, ya que dan rienda suelta y alas libres a las jugarretas de una mosca. Miguel Ávila Cabezas se identifica con un don Quijote que cada vez se parece más a cualquier humano cuyo destino viene marcado por los fantasmas que lo acechan. Espera tal vez encontrarse a sí mismo en un verso olvidado, en el silencio de sus reflexiones, en la tumba de papel de un poema sin nada que ofrecer salvo la vida.

Veinte preguntas para empezar el año contiene veinte poemas apresados entre los barrotes de los signos de interrogación cuya brevedad no acorta la fuerza descomunal de su aliento. Evocan una capacidad de reflexión tan sorprendente que acaricia el tono profundo y risueño de los epigramas. Más que decir algo laten en el papel con tal ímpetu que parecen salirse de esa cárcel que los tiene maniatados, y tal y como ocurre con la misma vida, las preguntas carecen de respuestas. Las respuestas hay que buscarlas en el interior de uno mismo.

Mas no desotra parte termina con un poema en el que el poeta declara sus intenciones, en el que no tiene más remedio que reencarnarse en otro continuamente, pues ésa es la única forma de engañar al tiempo y a la muerte. No sé si lo habrá conseguido, pero lo que es indudable es que el tiempo y la muerte se han tomado un respiro en sus quehaceres cotidianos para leer este libro. Si hacéis lo mismo, queridos lectores, no habréis perdido el tiempo.