01 Abr PRÓLOGO PARA LA PALABRA DEL SILENCIO, DE ANTONIO GONZÁLEZGONZÁLEZ, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN
Los tópicos están para romperlos impunemente, puesto que en la mayoría de los casos no contemplan el principio de justicia. Acusan a todo un colectivo que no tiene más remedio que aceptarlos a regañadientes o quejarse. A algunos los modos le quitan toda la razón que el fondo reclama. Otros barren las etiquetas como quien decide quitarse un peso de encima, sin traumas y con la naturalidad propia del que no se da por enterado. Todos hemos escuchado un sinfín de veces la manida frase de que los jóvenes sólo tienen cuerpo para el disfrute y ninguna alma para las responsabilidades. A muchos se les olvida rápidamente que fueron jóvenes no hace tanto. El tiempo se lleva la memoria con la parsimonia de una canción antigua que solo late en el lejano recuerdo. Es más cómodo censurarlos bajo la visión de un adulto. Ponerse en el lugar de ellos supone un esfuerzo extra que no todos estamos dispuestos a aceptar.
Antonio González es muy joven, insultantemente joven. Es de esos que nacen con la palabra en la mano. Piensa que el encanto de las normas consiste en saltarlas por encima sin que se pierda el respeto, sin que moleste a otros. Es un ejemplo constante de que la juventud de hoy en día es tan válida o más que la de antes. Quizás tengan más recursos y más facilidades que entonces, pero eso no es motivo para ponerlos siempre en el punto de mira, ni significa que deban renunciar a una mejor calidad de vida. ¿A qué adulto no le hubiera gustado desenvolverse en estas circunstancias?
Antonio Gonzáles, junto a Manuel, a María de los Ángeles y un largo etcétera, encarna el prototipo de adolescente que puede cambiar el rumbo de la sociedad. Aunque beban, no siempre piensan en la bebida, sino que tienen sus propias inquietudes y aspiraciones. En un pueblo tan entrañable como Benalup todos nos conocemos y la letra llama a las letras. Supe que a Antonio le gustaba escribir desde siempre. No era algo muy habitual. Sus primeras lecturas marcaron sus primeros relatos donde la novela negra echaba raíces, donde los policías y asesinos compartían mesa y mantel. Hoy acude a estas páginas disfrazado de sombra que en lo más tenebroso de la noche arranca una carcajada misteriosa, de hombre rico al que el dinero no le otorga la ansiada felicidad, de un muerto que concibe el paraíso como una alfombra blanca y de una joven que desempaña el doble juego de la sangre. Si María Mateos se entretiene con los hilos de la madurez, Antonio González representa el otro extremo de la balanza. Esta diferencia de edad tan abismal tiene un punto de unión en las palabras de Knorr: «Las iniciativas de la juventud valen tanto como la experiencia de los mayores.»