01 Abr PRÓLOGO PARA POESÍAS DE JOAQUÍN SÁNCHEZ RUBIALES, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN
La mística trata de abordar el encuentro del hombre con Dios en un cruce de simbologías donde la amada se corresponde con el alma del poeta y el amado representa al Creador. Pero, antes de la ascensión del alma al cielo, el hombre debe liberarse de sus pecados, llevar una vida eremita, alejado del mundanal ruido. El contacto con la naturaleza supone un acercamiento a Dios, pues la belleza del paisaje rememora la perfección de lo creado.
Joaquín Sánchez Rubiales no es que sea un poeta místico, pero ha nacido en un entorno tan bello que el verso ha brotado de sus entrañas de una forma natural, sin necesidad de escuelas, con la espontaneidad del sentimiento, como una flor que nace al mundo sin más cariño que el que le otorga el paisaje. Sin embargo, se convierte en obra maestra de la naturaleza.
Sin darse cuenta lleva en la sangre el tópico del Locus amoenus, lugar agradable donde el hombre convive en armonía con el mundo bajo la sombra de unos árboles que cantan entre sus ramas y bajo el murmullo de un río que acuna el vaivén de la siesta, donde el agua de la fuente nos habla de un encuentro entre dos amantes.
Joaquín Sánchez Rubiales es un poeta clásico que en cada verso deja fluir el latido de los romances tradicionales donde la fauna y la flora gaditana componen el mapa propio de su corazón, donde la biografía se pierde entre las hojas marchitas del pasado, entre el desfile sentimental de unos poemas que hacen presente el sueño perdido del recuerdo.
De su mano nos lleva a la sierra en un punto de la historia en el que los bandoleros campan a sus anchas y juegan al escondite con la Guardia Civil, en el que se desnuda un amor sin condiciones a la vida animal. Al otro extremo del campo, se divisa el rumor constante del mar y la defensa a ultranza de los marineros, el abismo extremo de aquellos que se lanzan a la aventura en una patera o cayuco.
Por sus versos desfila un elenco de personas a las que el poeta profesa admiración y amistad hasta tal punto que, si se pudieran agitar las palabras, saldría a relucir el ritmo acelerado de un corazón que se abre de par en par como una rosa desmayada en la palma de la mano.
En definitiva, Joaquín Sánchez Rubiales no tiene más remedio que rendirse ante el verso, pues éste se comporta como un confidente mudo que es capaz de mostrar la paciencia necesaria para que el hombre palpite bajo el corazón de cada palabra.