17 Abr ANÁLISIS DE MONEDAS DE PAPEL, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, POR JUAN LARIO DE BLAS
Alejandro Pérez Guillén es de Benalup. La primera vez que vi Benalup andaba en la tripa de mi madre. Eso dicen las fotos de entonces. La segunda vez que supe de Benalup la conocí como Casas Viejas, y la querencia me llevó a los mitos las historias de las pasiones desatadas y silenciosas que mi padre me contaba acerca de un Seisdedos que se me aparecía terrible y que siempre confundí, cosas de niños, con algún jugador de tercera división que, según las narraciones no siempre exactas de mi progenitor, le hizo tal entrada en el Marqués de Varela, campo del San Fernando, que le retiró del fútbol para siempre y yo me quedé sin tener un padre vistiendo camisola en la Primera División. Aquel hombre presumía de seis dedos en el pie derecho. Pero sabemos que no se trataban del mismo Seisdedos, y el tiempo vino a contarme de otra manera aquellos sucesos, que tanta pesadumbre dejó en el pueblo y es ejemplo del campesinado andaluz en la historia.
La tercera vez, quizá hubo algunas de por medio, en que conocí Benalup, fue a raíz de Alejandro Pérez Guillén.
Los recuerdos son casualidades y no son en vano. Pero recuerdo que se engarza con olvidos. Dios juega a los dados con el Universo y, aunque los recuerdos procedan de la tripa de una embarazada, no dejan de ser recuerdos por casualidad. La casualidad, que es el único fundamento de la familia, me llevó a entablar relación con Alejandro. Esa misma casualidad nos tiene hoy reunidos. Como la tripa de mi madre, con perdón.
La poesía, como todo, tiene mucho de casualidad. Y de casualidad también, que podría parecer un juego poético. Pero no lo es. Uno llega a escribir lo que escribe por extrañas casualidades de la vida: ese libro que pareció que te abría los ojos, ese tono y mirada sobre las cosas que uno imita, ese poeta cuya vida parece piel de su poesía. Las casualidades acompañan y nos muestran el camino.
Por eso que tripa, la de mi madre, y yo en el vientre; que pasión, aquella imagen de Casas Viejas y su insurrección anarquista de 1933, y los seis dedos de aquel futbolista gaditano; y que, pasado el tiempo, Alejandro, de allí mismo (que actúa como depositario del saber del pueblo, que son las bibliotecas, le pese a quien le pese) coincidan este viernes de noviembre, puede ser hermosa casualidad. Qué otra excusa nos queda.
Me van a perdonar mi devoción a la Sierra de Cádiz y me van a excusar mi tardanza en entrar en materia. Porque todo esto explicaría la razón de tripa y de mi madre cuando estuvimos en Benalup, año 1968, lustro antes del nacimiento registral civil del poeta que nos ocupa. No puede uno hablar de alguien sin hablar de sí mismo. Excepto los notarios y los registradores de la propiedad, que no es el caso.
La Sierra de Cádiz tiene el remanso que tanto buscamos. Los que allí están, como Alejandro, no precisan más. Podría haber emigrado a Madrid, Sevilla, París o Nueva York. Quién sabe. Poetas tan de sierra han estado en ciudades con tanta escalera y tan poca montaña hermosa. En la memoria de mi familia, los pueblos de la Sierra, su gastronomía, su anecdotario, los bigotes de un bisabuelo que de allí venía (de la Guardia Civil, para más señas, qué cosas…), eran tema recurrente y lugar favorito para los veranos y las escapadas de fin de semana.
Pero vayamos al tema que hoy se trata: que se llama Monedas de papel. Hay poesía que habla de su alrededor. Hay poesía que habla desde uno mismo. La hay que habla desde uno mismo según su alrededor, etc., etc.
Hay unos versos de Javier Egea que para alguno de nosotros se ha convertido en una axioma: “Lo que pueda contarnos / es todo lo que sé desde el dolor / y eso nunca se inventa”. Puede ser una, entre otras, de las verdades de la poesía, de ciertas maneras de acercarse al otro. Desde el dolor, la desesperación, la hipérbole que se desmenuza y se desparrama, sobre todo en la primera parte de Monedas de papel.
La poesía de Alejandro habla de Alejandro. Más claro no puede ser el asunto: “Aquí estoy; buscadme, mientras yo me encuentro”. Y es de agradecer que a estas alturas alguien asuma su yo. Yo, para tirar hacia delante en su camino. No busquen más persona que la primera del singular. Sea donde sea, incluso, o por eso mismo “en la grieta del fondo o en el fondo de la grieta”. El poeta, “muerto de miedo ante el miedo de la muerte”, hace uso del yo, del mí, del me, estableciendo una clara frontera: la marca donde está el otro y donde está el yo. El yo valiente, desnudo o atormentado, que resulta ser uno mismo ante el espejo. El yo que pide, ruega, juega y se suicida. No se trata de una aventura de la poesía, de la literatura a saber por qué. Se habla de la poesía misma, quizá se busca la propia poesía como explicación del uno mismo, del por qué uno hace lo que hace y considera que es lo que es.
Alejandro, como la tripa de mi madre, se hace tripa en sus poemas, como “cuando uno viene dispuesto a morderse la lengua lánguida de su memoria”.
Decíamos que los recuerdos son casualidades y no son en vano. Pero recuerdo que se engarzan con olvidos. En un juego de espejos, dice Alejandro: “Y si el olvido se recuerda, / ¿cuándo deja de ser olvido? / Si el recuerdo también se olvida, / ¿cuándo deja de ser recuerdo? / Siempre son recuerdos de olvido”. Aquí se ha fraguado la unión, la combinación de los contrarios que se enmaraña en todo el libro. Quizá nos baste con la contradicción de moneda y papel (que no papel-moneda) que da el título. Esos contrarios son los que en el Epílogo son la historia de los hombres, los contrarios por antonomasia, fuentes de la religión, la filosofía y, hasta la antropología política: no podría se sino un Diálogo en cuerpo y alma, que evoca rachas del Cantar de los cantares, y por extensión de los diálogos de los místicos o las conversaciones morales. La estructura algo abandonada actualmente de los diálogos, y también concatenación, calambur, retruécano, sabores añejos que a veces andan tan camuflados y travestidos en la poesía contemporánea que suenan a aire fresco en estos poemas.
En ese diálogo entre Ella y Él hay un final lapidario:
ELLA: Me estoy cansando de ser una misma / en estas palabras y en los silencios.
Y responde ÉL: Pues de una vez callemos.
Pudiese ser Ella, el alma, Él, el cuerpo, o viceversa, o quizá lo que vislumbremos es una conversación íntima entre el poeta y la poesía, la cara y la cruz, con que carga el poeta. Ésa que anunció desde el primer poema: “Cualquiera escribe poesía / y yo no iba a ser más”, en Aquí estoy, con vocación de poética. Aunque quizá haya más de una declaración de Poética (Besos de lluvia, por ejemplo).
Así que, finalmente, tal y como dice el Él del Diálogo casi final (¿qué es? ¿El poeta, el cuerpo, el dolor?): Por una vez, callemos. Y que hable Alejandro. Que hable el poeta.