ANÁLISIS DE SUEÑOS DE HADAS SIN HADA MADRINA, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, POR MIGUEL ÁVILA CABEZAS

ANÁLISIS DE SUEÑOS DE HADAS SIN HADA MADRINA, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, POR MIGUEL ÁVILA CABEZAS

En un artículo sobre la poeta valenciana, afincada entre Algeciras y Jerez, Dolors Alberola, publicado recientemente en el inefable Faro motrileño, Alejandro nos ofrece una declaración de sus principios poéticos que, sin lugar a dudas, se reflejan con meridiana transparencia en el libro que hoy nos ocupa. Así, y ante determinada pregunta que en determinado momento le hiciera Dolors Alberola con relación al entroncamiento (o no) de su línea poética al grupo denominado de la “diferencia”, lo primero que manifiesta Alejandro es su desacuerdo con las divisiones existentes en ese campo, tan alentadas siempre por los oportunistas de turno, y muy particularmente en estos tiempos que corren en los que parece que la poesía se quiera convertir en moneda de cambio o arma arrojadiza entre grupúsculos de poetastros a la violeta y poeteros azotaasfaltos a la carrera, a codazos, de los valimientos y las subvenciones. Por consiguiente, ni en la “diferencia” ni tampoco en la “experiencia” encajaba entonces (ni encaja ahora) su diaria labor poética Alejandro, pues siendo cada poeta diferente, por sí, en sí y entre los demás, él reconoce que su obra se forja en la experiencia más directa, lo que no implica que se limite “a contar anécdotas más o menos verosímiles de la vida cotidiana en un estilo propio del lenguaje de la calle (…), a desnudar la poesía bajo el desamparo de la ausencia de recursos literarios (…), a crear y creer en una poesía muy próxima a la prosa”. Añade en dicho artículo Alejandro que, por el contrario, a él, sin embargo, le gusta jugar con el lenguaje, estrangulándolo de vez en cuando, “sin hacerle daño, pero siendo consciente de que le quiere dar una vuelta de tuerca más”. Reconoce, asimismo, su complacencia en la creación “de imágenes surrealistas, que dijeran algo al lector dejándolo en un estado de reflexión propio de la vida, avivando una actitud crítica ante todo aquello que le entrara por los ojos y por el oído”. En efecto, quien tenga la oportunidad de leer Sueños de hadas sin hada madrina comprobará de lleno que Alejandro no exagera un ápice en la expresión de tales propósitos, pues el libro en cada una de las tres partes en que aparece dividido, tras el enjundioso y clarificador prólogo del escritor y periodista Juan José Téllez, trasluce no sólo los aspectos de fondo y forma señalados por el autor sino también evidencia un apasionamiento vital y un compromiso ideológico por medio de los cuales Alejandro traspasa las lindes de su propio tiempo presente, actual, como bibliotecario, licenciado en Filología hispánica, allá en el entrañable y hospitalario Benalup-Casas Viejas, para integrarse, digo, dentro de un espacio fundamental en el que ese tiempo por ser escurridizo y volandero va y viene, como en el poema “Adolescencia” de Aleixandre,”…de otro camino / a otro camino”, y pasa “…por un puente a otro puente (…) mirando / aguas bajo la corriente…”. En verdad, y lo confrontaremos más adelante, la de Alejandro es una poesía que se fragua a fuego lento en el imaginario de las cuestiones eternas que, insistimos, aunque casi siempre duelan, son parte indisoluble del ser: su cruz, su luz y su destino. Hablo del amor, de la muerte, de la amistad insobornable, del tiempo mitológico de la infancia y, por tanto, de la nostalgia del otro tiempo ya ido e, incluso, hablo yo / habla él también de lo cotidiano, de quienes, allegados al poeta, “viven por sus manos”, y de esa prematura melancolía que le producen “las migas del pan de la memoria”. Que Sueños de hadas sin hada madrina es un libro gestado directamente desde la experiencia, ¿hay alguien que lo pueda poner en duda? Leámoslo y veremos de inmediato (ya desde el poema “La memoria del papel” que da título a la primera de sus tres partes) que el poeta no finge ni aún menos funge de objetivista, a guisa de quien dispusiese los “hechos consuetudinarios” del mundo que tanto sufrimiento y pesar le producen, e incluso lo innombrable de sus “noches solitarias”, sobre la platina del microscopio literario para exponerlos, tan impúdicamente, frente al ojo lector, con un poder resolutivo aumentado y corregido hasta límites, digamos, desquiciantes. Pero, ¿quién es ese Alejandro Pérez Guillén, llegado desde Benalup-Casas Viejas, esa localidad gaditana distante unos 60 kilómetros de la luminosa capital atlántica, que atesora en la limpieza de su aire y de sus campos el corazón incorruptible de los hombres valientes? Os diré que, además del que hoy nos ocupa, Alejandro ha publicado también Entrevista con la palabra (1997) y el cuadernillo El cadáver dormido de la historia (2001), que conforma, este último, la tercera parte de Sueños de hadas… Asimismo mantuvo durante bastante tiempo en el Diario de Cádiz una sección titulado “Memoria de papel”, que procura su nombre a la primera parte de Sueños…, y en la que, como señala Juan José Téllez en el prólogo aludido, “refirió de viva voz ese compromiso con el recuerdo que (…) guarda estrecha relación con su obra literaria”. Sus referentes literarios más inmediatos los podemos encontrar en los escritores “atlánticos” Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, Ángel García López, Jesús Fernández Palacios, Manuel Ramos Ortega (que publicara en Alhulia la excelente novela La ciudad de los sueños) e incluso José Manuel Benítez Ariza (autor de poemarios tan… “antagónicos” en sus planteamientos temáticos como Las amigas, 1992, Malos pensamientos, 1994, Los extraños, 1998, o Cuaderno de Zahara, 2002), sin obviar, como es lógico a nuestros clásicos entre los que destacaría especialmente a Garcilaso, de cuyo soneto XIII (“A Dafne ya los brazos le crecían…”) queda clara huella en el titulado “Laurel de carne” (A Dafne verdes rizos la vestían…) y, por supuesto, a Quevedo cuya mordedura sarcástico-erótica se deja sentir con gran fuerza en el soneto prestatario del primer cuerpo sintagmático del título del libro: “Sueños de hadas” (“Lo peor de lo peor de tu ausencia / es la ausencia sin eñe de tu cono”). Asimismo, Alejandro impulsó en Benalup la revista cultural, “Partenón o Ruinas de la palabra”, que, como apunta también Juan José Téllez en el citado prólogo, “presta un especial interés a la divulgación de la literatura entre lectores no iniciados”. En fin, ¿qué más puedo añadir sobre la trayectoria literaria de este joven poeta gaditano y, ahora, sobre los fundamentos expresivos y la arquitectura estilística de sus versos agrupados en los 43 poemas que conforman el libro, hondamente descriptivos, anafóricos, interrogantes como en “Los cuatro trenes del destino”, simétricos, paralelísticos, sucesivos entre la conmutación más mordaz (“Mentes telebasuras”) y paronomásicos en el juego irónico de las palabras que certifican la existencia, aunque dentro de una patera, del “último romántico”? Así pues, el lector que se sumerja en las aguas variables de Sueños de hadas sin hada madrina, comprobará, partiendo ya del mismo título, que Alejandro se enfrenta al universo impredecible de los días con la clara perspectiva de quien, llegado el doloroso momento, sabe que el paisaje mítico de la infancia se ha desvanecido ante un presente trasmutado entonces en memoria nostálgica de sus ser, tanto en el pasado inaprensible como en un futuro entrevisto y sin embargo plenamente sentido en la deriva final de la existencia, según he insinuado más arriba al hacer referencia al poema “Las migas de pan de la memoria” (“Soy un anciano, / un hombre cualquiera cansado / de tropezar una y otra vez / contra las rocas de la memoria / en un mar solitario / en el que el fluir dormido de las olas / devuelve y recoge recuerdos y nostalgias”). Comprobamos, por tanto, que Sueños de hadas… es un libro cuya temática es, se podría decir, de enfoque múltiple. No solamente, como hemos indicado, el tiempo se expande, inevitable, a lo largo de sus 93 páginas, sino también el amor y sus ausencias revelan, de nuevo, la historia eterna del corazón que se estremece con la métrica derramada de los cuerpos (“Me estoy acomodando a dormir contigo”) y se adensa en “las fosas del recuerdo”, tal y como nos expresa Alejandro en “Falsas creencias”. Si la primera parte del libro, compuesta por un total de 17 poemas, de extensión y formas muy diversas, se despliega a través de un presente intemporal, como si las horas se hubiesen detenido en la contemplación serena y profunda de la casa familiar, del mar azul de la poesía, en la evocación de los antiguos escritores (“Bodas de plata”) o en la presencia de una Caperucita tan surrealista como ingenua y convencional (“Caperucita no sabe que los héroes ya no existen, / que las falacias del lobo apenas respiran, / que la historia es irrepetible”, poema “Homo homini lupus”), en “Nido de ausencias”, la 2ª parte, que consta de 18 poemas, Alejandro se complace particularmente en los juegos de palabras y en la confrontación de opósitos (“Asesino a sueldo”) y, por ello, el corcel de las emociones se desboca a través de los caminos desiguales del amor y su declive, del deseo y la torpe resignación, de la triste alegría del amante (“Pájaro de colores”) y, ¿por qué no?, del hechizo constructivista del soneto, como escueto e informal homenaje de tan solo 8 versos, al que abre las rimas humanas y divinas del …oceánico Lope de Vega. (“Un soneto me manda hacer Violante”). Finalmente, la última parte, “El cadáver dormido de la historia”, cambia por completo el tono del libro que se torna aquí radicalmente virulento… y crítico. Exceptuando los dos primeros poemas de este tercer segmento (“Racismo” y “El tabaco perjudica seriamente la salud”), en los que Alejandro se despoja a sabor de aquellos accesos de lirismo que aún pudieran afectarle, los seis siguientes se centran en un llamamiento universal a que nadie olvide (sea benalupense o no) los terribles sucesos acaecidos en Casas Viejas, aquella aldea de jornaleros hambrientos, entre los días 11 y 12 de enero de 1933. En estos poemas los versos se descuelgan por la punzante escala de las evidencias: la historia juega siempre injustamente con dos barajas, manejadas de forma indistinta por la mano derecha y por la izquierda, que nunca se ponen de acuerdo, porque ello jamás será posible mientras los disparos apunten siempre al hambre y a la barriga, mientras los billetes estén siempre blindados, mientras los pocos Curros Cruz Seisdedos que arrojen su rabia contra el mundo sean siempre mortales muertos, mientras las mayúsculas tengan “la indecencia / de hacerle sombra al héroe / que las usa”. Eso nos dice Alejandro. Muchas gracias.