ANÁLISIS DE TARDES EN FUGA, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, POR ROBERTO GARCÍA

ANÁLISIS DE TARDES EN FUGA, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, POR ROBERTO GARCÍA

Las líneas que vienen a continuación fueron leídas el 5 de abril en la Biblioteca de Salobreña con motivo de la presentación del poemario de Alejandro Pérez Guillén, Tardes en fuga, que supone el vigésimo quinto volumen de un proyecto que ya se ha convertido en algo más que una ilusión: “Los Cuadernos Literarios de Salobreña”.Los rasgos propios de la oralidad han sido eliminados. Aun así, esperamos que el lector sepa perdonar el tono coloquial-oral de esta presentación.

Alejandro Pérez Guillén, Licenciado en Filología Hispánica y ganador de varios premios de carácter local en los años de Instituto, es autor de libros de poesía como Entrevista con la palabra, Sueños de hadas sin hada madrina (de la editorial Alhulia) que toma poemas de los premiados La memoria del papel y La pluma vagabunda; y es codirector de la revista Partenón o ruinas de la palabra. A sus treinta y pocos, ha publicado durante algo más de un año columnas en el Diario de Cádiz y es asiduo comentarista en La Janda Información, El Faro de Motril y “comentarios de libros.com”.

En suma, el autor de Tardes en fuga es un activista cultural de los que escasean en este mercado-mundo actual que, además, tiene tiempo para ser filólogo, doctorando y bibliotecario.

Quisiera empezar, ya desde el principio, robándole unos versos del poema “Fantasmas”:

Yo me encuentro perdido en este mundo

y me refugio bajo la sombra de una luz

que nunca ilumina el camino,

sino que me ciega del todo. […]

Un grito ronco que sobre el papel

se desmaya, derrama todo

su arsenal de belleza en un poema

y huyen las tardes persiguiendo sombras

que fueron luces antes.

Está claro que las Tardes en fuga son las luces que se van, el final de la tarde que nos lleva hacia el anochecer. Y que la noche, se sabe, es el momento en el que los sueños florecen; sueños que, como bien explicó Freud, son una terapia donde el manojo de represiones y frustraciones que es el “yo” se libera, vuela un poco a su libre albedrío.

Sin duda alguna, en estos dos fragmentos pueden leerse los dos ejes que vertebran este Tardes en fuga, a saber:

1. la honda reflexión en torno al ser y su búsqueda ontológica y, en relación directa con éste,

2. la búsqueda del ser-poeta, ya sea en su significado esencial- fenomenológico o en su sentido materialista.

Es un lugar común entre la crítica el concederle a cada libro nuevo el marbete de “una voz más profunda”. Sin embargo, los que hemos tenido la suerte de seguir la trayectoria de Alejandro Pérez Guillén, bien sabemos que en este poemario no es que haya conseguido una voz más profunda, sino que las motivaciones eran bien diferentes a las de los libros anteriores. El resultado ha sido, como no podía ser de otra manera, un poemario extraordinariamente bien escrito y perfectamente trabado. Y me explico:

1. Extraordinariamente bien escrito porque –y ahora voy a contar una maldad– yo, que he manejado por error, lo que podríamos llamar un borrador y el texto definitivo, he visto cómo los poemas se iban asentando, he visto cómo los poemas ganaban en melodía, en musicalidad y creo que, lo más importante, he visto cómo los poemas se hacían rotundos para caer en la cabeza del lector como un martillo (cfr. Nietzsche y cómo se filosofa a martillazos).

2. Trabado perfectamente porque Tardes en fuga no es una sucesión de poemas inconexos, sino que es –en el sentido etimológico de la palabra– una urdimbre textual que se conforma en torno a tres grandes hilos: el tiempo y las dos caras de la moneda: la realidad y los sueños.

La realidad aparece desde el mismo título (Tardes en fuga) porque, a veces, la realidad impone la necesidad de fugarse. De hecho, el instinto del que se siente angustiado, del que se duele de hastío vital es siempre la huida, la vida nómada… el sueño de otra realidad. Y así, Alejandro, desde el primer poema “El secreto de la arena” deja constancia de su incapacidad para dominar la realidad (“de una existencia más que cotidiana”), lo cual, dicho sea de paso, no quiere decir que tienda al escapismo. Del mismo modo, en el poema titulado “Espejismo” encontramos el anhelo del ser-poeta que quiere vivir como tal en un mundo en el que el artista parece no tener cabida (“…sin que nadie / llore mi ausencia, contando / sílabas, sintiendo cada / latido de versos huérfanos, / fingiendo ya ser poeta / que canta a la muerte muerta.”) Por último –y sin afán de agotar la nómina de los poemas que versan sobre la realidad–, tendríamos “Correspondencia” donde la voz poética utiliza la “carta” para recordar-recordarnos: “no dejes que el futuro / se pierda así en los bosques marchitos de la infancia, / en el ciego espejismo de dejarte llevar / por la inercia traviesa, … / en el río despiadado / de la existencia torpe”.

El tiempo, el segundo elemento al que antes aludía, es una constante en la obra de este joven poeta que se empeña en establecer una relación dialéctica entre el tiempo, la memoria y el olvido propia de una edad más avanzada. Acaso no se pueda vivir ajeno a la memoria en Benalup-Casas Viejas (véase entonces su anterior libro Sueños de hadas sin hada madrina). Para no extenderme, veamos una perla extraída de “Grafitti”: la voz poética está mirando un muro con grafittis, parece que vuelve a la infancia –ese paraíso perdido de todos los poetas que no han leído a Freud– y nos lanza este zarpazo: “los espejos ya no mienten, / ni tampoco son capaces / de devolver el pasado.”

Del sueño, el otro elemento que atraviesa de principio a fin estas Tardes en fuga, nos quedamos con esta conjunción entre el sueño/esperanza y la realidad: “sigue tus pasos / y aférrate a la sombra de tus sueños” del poema “Correspondencia”, un canto a la necesidad de ser partícipes y responsables de nuestro futuro que, como se sabe, es cada vez más un futuro ya-dado; un canto a la afirmación del yo explotado en una pesadilla histórica.

Tardes en fuga posee, además, otra virtud. Alejandro ha sabido ir creando un clímax poético ascendente donde la búsqueda del ser-poeta llega al corolario, a su punto culminante, con el poema “Aquí estoy” que es, sin duda, el último broche que faltaba para cerrar este bien medido y urdido poemario.

El insomnio de la lluvia

ha roto tantos espejos

que ya no me reconozco.

Se escapan todos los sueños

como lágrimas de otoño.

Ya tantas veces he muerto

en los papeles en blanco

que sólo soy un recuerdo.

Para terminar, dejemos hablar a los versos de Tardes en fuga; versos que plantean –en última instancia– una poética desesperada:

En fin, el verso es un viajero

despistado que lleva a cuestas

el pesado equipaje del pasado

sobre mi espalda ya maltrecha.

ROBERTO GARCÍA