18 Abr CAPÍTULO INÉDITO DE CONIL, escrito por alumnos de 1º de bachillerato
Versión realizada por alumnos de Conil basada en la novela de Benito Pérez Galdós Trafalgar
LA COMUNIDAD ESPAÑOLA
Tras la derrota a manos de los ingleses en la batalla de Trafalgar, el resto superviviente de la flota española atraca en el puerto de Cádiz para reparar los barcos maltrechos. Todo estaba en relativa calma hasta que un marino irrumpe en las oficinas del gobierno gaditano con un mensaje encontrado al parecer en una botella en pleno mar. Deciden darle crédito a esas palabras y para no levantar sospechas ni incertidumbres se ponen en contacto con Gabriel para que se asome a Conil y compruebe la veracidad de esa información. El resultado de esa orden no se hace esperar y a los 5 días se recibe un informe de Gabriel en el que se dice que los ingleses han conquistado Conil cercándola por mar con varios barcos y por tierra mediante un cordón humano de soldados ingleses que se hicieron pasar por turistas. Nadie podía salir ni entrar en la ciudad, así que tendríamos que disponernos a defender nuestro honor con la vida si hiciera falta.
Al amanecer del octavo día, entrando ya en las costas de Conil, estaban las embarcaciones españolas, preparando todo para la batalla. Después de ocho días de vómito, no nos podemos retirar ahora, decían los marinos españoles para darse ánimos, no para engañarse a ellos mismos. Todos se disponían ya para disparar los cañones contra la torre de Castilnovo, cuando la flota inglesa apareció de improvisto.
Los cañonazos hicieron estragos en el ambiente cubierto por un capa de humo y el olor a pólvora llegó a todos. Dos barcos cayeron, uno por flota. De los ingleses sólo quedó la madera de las barcazas. Los más prudentes alcanzaron a nado las costas de Conil.
Al llegar a la costa los españolitos no encontraron resistencia más que la de un picotazo de alguna especie de pez que habitaba en la entrañas del profundo y desalentador mar. Por fin las tropas españolas pisan tierra conileña y son recibidas de mala manera. Los ingleses se resisten. Los españoles corrieron cuanto pudieron para refugiarse del arsenal enemigo.
Por tierra la batalla se hace más dura si cabe y Gabriel se cuela entre las líneas enemigas para rescatar a los altos dirigentes de la ciudad que se encuentran encerrados en las torres. El pueblo también participó usando unos viejos trabucos de cacería. La batalla acabó con poca sangre derramada. Ganaron los españoles que reconquistaron Conil. En vez de arco de triunfo decidieron hacer una fiesta, una feria.
LAS DOS TORRES
Todos se habían comportado como héroes y más aquellos encerrados en las torres que presentían su muerte. Así lo vivieron ellos entre la desesperación y la esperanza.
Alcalde
Estamos encerrados en la torre de Castilnovo sin agua, sin comida y sin ningún tipo de recursos. Desde la ventana puedo distinguir los últimos soldados que apenas luchan por respirar y caen derrotados en baños de sangre. No sé en manos de quién está nuestro futuro. Tengo recuerdos de mi pasado, aquellas tardes de domingo con mi familia, esos momentos felices que hicieron mi corazón rebosar de alegría o aquella batalla de la que tan victoriosos salimos y matamos a 50 bárbaros ingleses. ¡Qué orgulloso se sintió entonces mi padre de mí, mi pobre padre que en paz descanse! Uno de los más grandes almirantes de la bahía, del que aprendí absolutamente todo lo que alberga en mi cerebro. Era poseedor de una gran flota que había dirigido en múltiples ocasiones de Cádiz a las Américas enfrentándose a piratas ingleses, villanos que intentaban quitarle las mercancías. Se habían visto sorprendidos por enormes oleajes en alta mar y algunos hombres habían perdido la vida en el camino. Recuerdo esa fórmula mágica fumada por los indios que, al tomarla, me hacía sentir apoteósico y todas las preocupaciones flotaban fuera de mí como el humo de mi pipa. Entonces recordé aquellas finas hierbas que aún guardaba en el fondo del bolsillo.
En ese momento volví a la realidad y vi a las personas que se encontraban conmigo encerradas. Francisco, mi mano derecha, encarcelado junto a mí por haber intentado protegerme, miraba por la ventana hipnotizado alargando la vista más allá de esta siniestra torre. Por otra parte, ahí estaba el bueno de Pepe, guarda de la torre durante más de 15 años. Había vivido allí desde siempre. Se pasaba la vida contemplando el mar, protegiendo fielmente la vida de los conileños. Finalmente el sereno Sebastián que nervioso giraba su anillo de bodas y caminaba inquieto de un lado a otro de la torre.
En ese punto recordé entonces las especias de mi bolsillo y decidí que, si de todas maneras íbamos a morir, me gustaría hacerlo embutido en el dulce aroma que esta sustancia me proporcionaba. Sin más saqué mi pasaporte y pasé la pipa a mis compañeros. El olor que nos envolvía por completo nos hizo olvidar la pesadilla que estábamos viviendo, elevándonos y dejando nuestros pensamientos en suspenso durante unas horas.
Gabriel
Escondido entre los arbustos logré llegar hasta la torre Castilnovo donde se escuchaban las carcajadas de los presos. Tenía miedo, pero en mi interior sentía un impulso irrefrenable y la necesidad de salvar a aquellos desconocidos. Me batí a muerte con varios soldados extranjeros que custodiaban la fortaleza. Desde cierta distancia me aseguré de la ausencia de guardias y contacté con los presos. Era preferible intentarlo por la ventana. Podría ocultarse alguno entre las escaleras.
-¿Quién está ahí arriba?, grité sin dudarlo un solo instante.
Las risas y los gritos cesaron durante unos segundos y la voz de un hombre se escuchó a través de la ventana y al momento un señor alto y delgado con barba se asomaba ante mí desde las alturas.
-Soy el alcalde. Los villanos ingleses nos tienen presos, acertó a decir con voz impostada.
Parecía estar demasiado contento para estar viviendo una pesadilla. Sólo faltaba ingeniar un plan para sacar a esos prisioneros de su cárcel de piedra. De repente se me encendieron las luces y pronuncié las famosas palabras hoy en día inscritas en una placa en el centro del pueblo:
-¡Quitaos los pantalones y atadlos fuertemente formando una cuerda!
El alcalde reaccionó relativamente pronto y en un par de minutos se hallaban todos sin pantalones y en calzoncillos de colores. Anudándolos ansiosamente cantaban las letras de una chirigota. Deslizaron la cuerda por la torre y la ataron arriba con fuerza en un mueble enorme que podría soportar el peso de estos hombres. Se atrevió primero Francisco que con ligereza asomó su culo por la ventana dejando ver los corazoncitos rojos de sus gallumbos. Le siguieron los otros tres con piernas temblorosas y calzones al aire en llamativos colores. Una vez abajo hizo saber a los demás que en la torre de Guzmán se encontraban otros trabajadores del Ayuntamiento. A hurtadillas se deslizaron entre las calles haciéndose camino hasta la torre. Sorprendieron a los guardas que custodiaban a los prisioneros y en un abrir y cerrar de ojos rescataron a los presos que aguardaban esperanzados la llegada de sus salvadores. Las cinco mujeres, altos cargos del ejército conileño, rápidamente estaban en pie y dispuestas a luchar por su pueblo del alma.
11 estudiantes
Once estudiantes con intenciones de aportar algo en la lucha contra los ingleses y, al ver el pueblo en manos extrañas, decidieron ponerse manos a la obra. Recolectaron todas las botellas vacías que encontraron en contenedores, bares derrumbados por ataques y en cualquier otro sitio. Hicieron numerosas copias de un mismo mensaje que decía lo siguiente:
Conil 28 de octubre de 1805
Conil ha sido invadido por soldados ingleses. Suplicamos la ayuda del pueblo español.
Firmado: Alumnos de Conil.
Con mochilas cargadas de botellas que contenían el esperanzador mensaje se dirigieron hacia la playa bajo el amparo de la luna y sin ser vistos arrojaron todas las botellas al mar. Con esas botellas también lanzaron todas las esperanzas de volver a ser libres.
Un marino gaditano
Estaba en la playa de la Caleta un marino de Cádiz mirando el mar como aquel que cuenta las olas, una a una. Observaba algo brillante justo en la orilla, allí donde las olas rompen. Su curiosidad marinera hace que se acerque hasta ese objeto encaramándose entonces con una botella verde de vidrio. En su interior parecía haber algo, como si fuese un trozo de papel con algo escrito. Abrió la botella y leyó el mensaje.
Corrió por las callejuelas de Cádiz, llevando consigo la carta que contenía el texto escrito, hasta llegar al ayuntamiento. Allí entregó la carta y rápidamente la orden de que los barcos tenían que zarpar hasta Conil para librarlo de la toma de los ejércitos ingleses de la villa. La flota que se encontraba encallada en el puerto de Cádiz se preparó rápidamente para salir a la mar. Otra nueva batalla se venía encima, todos o casi todos lo sabían, pero esta vez estaban mentalizados de antemano. La situación no era como en la anterior batalla, ahora se estaba preparando a conciencia, aunque con menos recursos y menos personal. La flota salió del puerto gaditano tras ocho días desde la llegada a las costas de ese misterioso mensaje. En la ciudad todos esperaban ansiosos la marcha de los barcos, pues supondría en el supuesto de que se venciera la gran venganza contra la flota inglesa.
EL RETORNO
Tras la derrota de los ingleses en Conil, el gobierno local decidió conmemorar esa hazaña. La trasladaron a abril con el objetivo de localizarla en los alrededores de la playa con un clima más benigno para la gente, en la estación propicia para la pasión. Faltaba un día para la fiesta y Gabriel estaba impaciente por asistir a un evento en el que era considerado uno de los protagonistas. Las casas de los conileños estaban desiertas, así que se ofrecían como un buen reclamo para los ladrones. Esa fiesta dio como resultado la instauración de las carpas con unas casetas un tanto primitivas en su origen. En una de ellas empezó a bailar Gabriel cantando: “Quitémonos la ropa que nos viene bien, recórreme despacio por toda la piel y bésame y bésame.” Sus ojos se dirigieron de repente hacia unas gogós que estaban en tanguita en la barra. Era buen momento para acercarse a esas mujeres con la excusa de pedir un cacique con coca cola y una rodajita de limón. Entre copa y copa conoció a un chaval y empezaron a charlar como si se conocieran de toda la vida. Estaban tan mareados que se entretuvieron con adivinanzas en vistas de que no consiguieron conquistar a ninguna mujer.
-¿Qué es eso que te sientas en las piernas, le quitas la ropa y la empiezas a tocar?, formuló esta pregunta Gabriel con el tono de superioridad que da saber la respuesta.
-Me lo pones muy fácil. Es una mujer sin lugar a dudas, contestó sin pensarlo un segundo.
-No has acertado, pero no me sorprende tu respuesta porque eso es lo que piensa la mayoría de la gente, contestaba Gabriel mientras sonreía complacido.
-Me rindo. A estas horas de la noche no está uno para demasiados acertijos, siguió Felipe con el mismo tono de humor que su contertulio.
-Es una guitarra, abrió Gabriel definitivamente la boca para borrar de un plumazo la intriga.
-Has tenido tu minuto de gloria. Ahora es mi turno. ¿En qué se parece una mujer a un tornado?, abrió Felipe de nuevo la caja de las sorpresas.
-No tengo ni idea, terminó confesando Gabriel tras darle vueltas a la cabeza durante unos segundos.
-En que vienen calentito y con fuerza y se llevan la casa y el coche, entre risas respondió Felipe.
Siguieron hablando durante un rato. Gabriel fue de nuevo a la barra y pidió otro cubata de cacique con coca cola. Entablaron una complicidad movida por el alcohol. Perdieron la timidez del todo y empezaron a conocer chicas hasta que su mirada tropezó con una mujer morena que le llamó muchísimo la atención. Estaba triste y de pronto se asomaron a sus mejillas dos lágrimas que apenarían el corazón más insensible. Inmediatamente salió de la caseta llorando y Gabriel se dispuso a seguirla allá donde fuera. La perdió de vista. Recorrió caseta por caseta, cada palmo de la feria hasta que la impotencia de pensar que tal vez no volvería a verla jamás hizo que él llorara como ese ángel de ojos azules. Desesperado se fue a la playa para que nadie lo viera de esa forma y gracias a las casualidades de la vida ella estaba allí. Ambos se habían refugiado de la multitud en la arena solitaria. Sigilosamente se fue acercando a ella y pisó sin darse cuenta un collar de oro blanco con el colgante de un delfín ansioso por saltar al agua. Ella puso cara de asombro al verlo venir, pero la curiosidad fue más fuerte que el miedo y esperó impaciente a que Gabriel desvelara sus propósitos. En ese instante las olas se detuvieron a escuchar las palabras de los protagonistas y el murmullo del mar se hizo mudo. Definitivamente fue ella la que se lanzó a la aventura.
-¿Por qué has venido a buscarme?, preguntó ella con cierto nerviosismo dibujado en sus labios.
-Porque tus lágrimas me partieron el alma. Nunca he creído en el amor a primera vista, pero me enamoraron tus ojos, contestó Gabriel sin dudarlo un instante.
A lo lejos el rumor de una canción acudía a abrazar a los enamorados y Gabriel no perdió la oportunidad para insinuarle si le gustaba esa melodía romántica que procedía de las carpas.
-Ahora mismo sólo me gustas tú, sonrió Alba.
Ambos se pusieron a bailar en la playa esa canción que había despertado en sus conciencias el fuego del amor. Al mismo tiempo Gabriel pensaba para sí que Alba tenía un bonito nombre para un amanecer como ése. Siguieron hablando hasta incorporarse de nuevo a la feria. Ya era demasiado tarde o demasiado temprano, así que Gabriel se ofreció a acompañarla a su casa con la esperanza de conseguir una cita para el día siguiente. A fe que lo consiguió. Quedaron en la iglesia santa Catalina y Alba se presentó allí con un vestido rojo salpicado de flores rojas y amarillas, unos zapatos de tacón negro y unas medias finas que se perdían en la frontera de unos muslos bien proporcionados. Gabriel se había puesto para la ocasión unos vaqueros nuevos, unas botas sencillas y una camiseta roja que iba a juego con la vestimenta de ella. Gabriel al verla se quedó prendado y no supo qué decir. Ella se enrojeció. Los ánimos se calmaron tras unos segundos de indecisión. Se saludaron con un beso apasionado que liberó la tensión reinante en el ambiente y Alba se agarró de su brazo mientras daban un paseo. ¿Sería la mujer de su vida? Parecía estar bastante convencido a pesar de que se conocían del día anterior. En el mismo escenario de la batalla y de entre la ceniza de los muertos volvió a prender el fuego del amor.