18 Abr DON QUIJOTE DE LA JANDA
Versión realizada por niños de Benalup basada en la inmortal obra de Cervantes Don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Janda de cuyo nombre quiero, pero no me acuerdo, vivía hace 400 años un hombre que leía mucho. Era un hombre muy trabajador. Era un hombre tuerto, bizco, alto y parecía un fideo, aunque era calvo, orejón y con una dentadura postiza.
Los lunes solía comer 5 lenguas de gato, porque, al ser muy charlatán, creía que iba a hablar mucho más. De martes a jueves comía unos cuantos ojos de búho para poder ver y leer mucho mejor por las noches. De viernes a domingo comía lasaña.
Contaban que era profesor de inglés, aunque a él le gustaba leer libros de amor como: Romeo y Julieta, de Juan y Medio o Pasión de amor, de Bertín Osborne.
Contaban que se llamaba don Salvi Manchado y también decían que se volvió loco de tanto leer libros de amor y de caballerías. Un día decidió ponerse un nombre artístico e ir a buscar aventuras y en dichas aventuras encontrar el amor de su vida. Después de 4 días sin comer y sin dormir decidió llamarse: Don Quijote de la Janda. Le gustaba desentrañar frases imposibles que venían escritas en las novelas que día y noche devoraba con sus ojos. Se volvió loco por darle vueltas a expresiones como ésta: Cuando se le pregunta que cómo come él, él decía: ¿Que cómo como? Yo como comiendo, pero como yo como no es como debería comer, pero yo no puedo dejar de comer como yo como.
Don Quijote leía tanto que apenas comía, pero lo poco que comía entre semana era: Para desayunar un cuenco de cereales y un colacao turbo.
Para almorzar:
Lunes: pollo de campo con arroz.
Martes: potaje de garbanzos.
Miércoles: dorada a la plancha.
Jueves: lentejas.
Viernes: un caldito “DON SIMÓN”.
Y los fines de semana: solomillo ibérico y macarrones con tomate. Cenaba con los amigos. A veces hacía una barbacoa y otras veces un surtido de pescadito frito. Todo esto comía porque le daba energía. Su ama se lo preparaba con mucha alegría para que él comiera y no leyera.
Mientras comía se inventaba una canción para después cantársela a su amor. La comida le daba tanta vitamina que la canción se la inventaba enseguida. Ésta es la canción:
Yo estaba junto a mi mesa
y entre mis flores, leyendo
el libro triste y amargo
del poeta de mis sueños.
Ella se acercó callada
y me dijo: si los versos
te gustan más que mis labios,
ya nunca te daré un beso.
Don Quijote de la Janda vivía en Benalup-Casas Viejas, en casa de su abuela con un pavo que cuidaba hasta las Navidades y, cuando se lo comía, compraba otro. Vendió a su abuela para comprar más libros. Cambió su coche descapotable por un patinete a motor. La abuela era vieja, con una verruga en la nariz y tenía un ojo tuerto. Tenía la manía de ir todos los fines de semanas al bingo, pero no le tocaba nunca. A Don Quijote de la Janda le gustaba pasear a su pavo en su patinete a motor. En Navidades, cuando quería matar al pavo, siempre se le escapaba.
Don Quijote de la Janda vivía en un pequeño sótano debajo de la casa de un millonario. La casa tenía sólo un pequeño cuarto rodeado de libros y una cama hecha de pastos.
Un soltero como nuestro protagonista deseaba con todas sus fuerzas encontrar la mujer de su vida y, tal y como había leído en las historias de amor, estaba dispuesto a lanzarse a la aventura. Don Quijote de la Janda pensó que necesitaba una princesa para conquistar su amor. Pensó en una compañera de primaria, llamada Aspasía de la Alegría, que desde que la vio se enamoró de ella. Tenía cinco años cuando la contempló por última vez. Él sabía que vivía en la calle Jacaranda número 12 del pueblo de Chiclana. En frente de su casa había un teatro porque ella era actriz y le gustaba mucho actuar. Una de sus películas fue “el amor nunca muere”. Don Quijote pensó que podía ir al teatro. Fue en su patinete de motor. Cuando llegaron al teatro se sentó para ver la actuación de Romeo y Julieta. Cuando sólo llevaba 5 minutos a Don Quijote le pareció que Julieta era Aspasía, saltó al escenario y le dio un puñetazo a Romeo que el creía que era un roba novias. Todo el mundo se quedó pasmado al ver a Romeo tirado en el suelo con un ojo morado. Don quijote cogió a Julieta y se la llevó hasta la puerta, pero allí Julieta le dio una torta y ésta se fue corriendo. Don Quijote de la Janda volvió hacia Benalup-Casas Viejas, su pueblo de origen. Don quijote volvió a su casa dolido por un amor fallido. Una vez que llegó, pidió algo de comer y se quedó dormido profundamente. Los Caballeros del Pupitre Encantado venían del colegio Tajo de las Figuras y del Padre Muriel. Vinieron a la biblioteca para intentar curar la locura de Gavitorgues que así se llamaba nuestro héroe. Eran un grupo de alumnos preocupados por la salud de su profesor que procuraban darle remedio a la enfermedad de Don Quijote de la Janda. En esta historia no había ni barberos, ni curas, ni sobrinas, sino los Caballeros del Pupitre Encantado que hacían rabonas una vez a la semana para reunirse en un lugar secreto con el fin de echarle una mano a su profesor de inglés loco y eran: Ratacita porque tiene las orejas muy grandes; Escarabajo porque es feísimo; Pato porque charla mucho; Liebre porque corre mucho; Frigopie porque le apestan mucho los pies; Caca porque a la hora de enfrentarse a las cosas se caga; Cocholatero porque come mucho chocolate; Conguito porque está muy negro; Zanahoria porque es pelirrojo y Bola porque de chico estaba tan gordo que, si se caía, salía rodando por el suelo sin poder levantarse. Los Caballeros del Pupitre Encantado empezaron a mirar uno a uno los libros que había en la Biblioteca del pueblo para ver cuáles iban a ser quemados porque su lectura había vuelto loco a Don Quijote de la Janda y cuáles servían para curarlo. Don Quijote estaba tan loco que creía que su carrillo de mano era un rocín. Al fin decidieron qué libros iban a la hoguera: Con el rey del ganado, de Miguel Ángel Jordán Gutiérrez; El valle de los gigantes, de Amanda Martínez Borrego; El hombre que viajó solo, de Ainhoa González Ortiz o La sonrisa secreta de la luna, de María Oliva Jiménez Moya. Estos libros eran muy peligrosos para la mente y cerebro de Don Quijote. Por ello los Caballeros del Pupitre Encantado le quemaron los libros.
Los libros de caballerías y de brujas le curaban porque le gustaban las aventuras. Éstos le ayudarán a recobrar la cordura: Tan veloz como el deseo, de Ismael Nieto Grimaldi; Una historia de amor como otra cualquiera, de Alba Enríquez Peña; Mi amor ciego, de Gema Sánchez Márquez; El caballero de la armadura oxidada, de Irene Gutiérrez Rosa; El concurso de brujas, de Alba Ríos Moguer. Aunque estos libros no perjudicasen la salud de Don Quijote, Los Caballeros del Pupitre Encantado los vendieron para recuperar las tierras que Don Quijote había vendido y para volver a comprar a su abuela.
Tan veloz como el deseo trata de un hombre que se enamoró de una mujer y se casaron a los siete días. Una historia de amor como otra cualquiera trata de una pareja que se casa muy joven. tuvieron nueve hijos y fueron muy felices. Mi amor ciego trata de una mujer ciega y muy guapa que se casa con un hombre muy feo, pero bondadoso. El caballero de la armadura oxidada trata de un hombre muy pobre que se encontró una armadura e iba por el mundo salvando a las personas. El concurso de brujas trata de un concurso de mujeres malvadas que usaban la magia para enfrentarse a los problemas.
Cuando terminaron su trabajo, Los Caballeros del Pupitre Encantado regresaron al colegio, algunos andando, y otros, en coche de segunda mano. Nadie se atrevía a multar a esos chicos que habían contribuido a salvarle la vida a Don Quijote de la Janda. A los tres días Don Quijote cobró la conciencia después de varias noches de pesadillas y le dieron de comer para que se calmara. No sabía qué le había pasado a su cuarto que ya no tenía libros y la criada le contó lo que Los Caballeros del Pupitre Encantado le habían dicho: El mayor amante del mundo, Don Juan, se los había llevado todos sin que ellos pudieran hacer nada por evitarlo. Don Juan decía que era mejor amante que Don Quijote. Así que a Don Quijote se le ocurrió salir de nuevo en busca de aventuras, pero esta vez iría acompañado de un fiel escudero. A Santo Panza lo conoció un día en el baratillo comprando calzoncillos que era una oferta de 3 x 1 €. Santo Panza era un maestro que, cuando entraba en la clase, tenía la manía de bailar un pasodoble. Fumaba un cigarrillo tras otro, parecía que los empalmaba. Era un poco bajo y gordo. Las malas lenguas piensan que por ese motivo no tenía mujer ni hijos. Él era muy trabajador, pero no quería ver libros de amor ni en pintura. Esas historias lo ponían triste. Y todos los días en la clase y en la Alameda pública contaba el mismo chiste: esto eran dos tomates que estaban metidos en una nevera y uno le dice al otro: ¡Qué frío hace aquí! Y el otro le contesta: Yo creía que los tomates no hablaban.
Don Quijote de la Janda había convencido a su amigo Santo Panza para que se viniera con él a la mañana siguiente. No le había prometido ser gobernador de ninguna ínsula, sino que le había prometido que en la primera aventura en la que se encontrasen por el camino le presentaría a la mujer de su vida. Por fin tendría novia y podría regresar al pueblo contento y orgulloso. Don Quijote sólo tenía en mente derrotar al bocazas de Don Juan.