El Lazarillo del Guadalete II

El Lazarillo del Guadalete II

Versión realizada por los alumnos de Villamartín basada en la novela El lazarillo de Tormes

A mí me llaman Lázaro de Guadalete. Este nombre tan peculiar se debe a que éramos tan pobres que mi madre se veía obligada a bañarme, cuando era pequeño, en el río Guadalete, pues en mi casa de Villamartín no había agua de ningún tipo. No llegué a conocer a mi padre y cuando murió mi madre los servicios sociales me llevaron a un orfanato. Allí pasé 5 años y cuando cumplí dos lustros me acogió un conocido cuponero cojo. Al principio me dejaba encerrado en casa y se iba solo a vender cupones. Mi amo no tenía la pierna para muchos trotes, de modo que a su pesar me invitó a que le acompañara a vender la lotería. No vendíamos casi nada y por ese motivo él ganaba tan poco dinero que todo era para él. Mientras él comía, yo miraba y se me hacía la boca agua, pero no me daba nada salvo las sobras y los productos que no estaban en buen estado. Entre sonrisas me soltaba siempre la misma copla: Lo que no mata engorda.
Una mañana tuvimos la suerte de que una persona generosa nos compró un cupón y nos dio más dinero de lo normal. Con parte de ese dinero mi amo compró mucha comida: sardinas, verduras, frutas… No os lo vais a creer, pero sólo me ofreció los ojos de los pescados porque le daban asco. Mi estómago estaba hecho a todo, mas esa actitud era el colmo, de modo que, lleno de rabia, derrumbé la mesa y empujé al anciano. Ya en el suelo le robé todo el dinero que llevaba encima y salí corriendo a sabiendas de que no podría alcanzarme por su cojera. Desde aquel momento no lo volví a ver más.
Pasé un tiempo sobreviviendo con el dinero de mi antiguo amo hasta que una anciana de unos 90 años se apiadó de mí llevándome a su casa. Allí me sentí acogido estupendamente. La anciana me cuidaba, me lavaba y me daba de comer. Pero por desgracia la felicidad no es eterna. La anciana estaba enferma de alzheimer y tenía una memoria un tanto olvidadiza. Tenía la costumbre de levantarse muy temprano, pero en una ocasión todo resultó ser muy diferente. Se le había olvidado que me había alojado en su casa. Se asustó al verme allí y me echó de su hogar sin darme explicaciones. Aquel día estuve vagando por la calle sin nada que llevarme a la boca.
A la mañana siguiente volví a la casa y me la encontré muerta. ¿Qué le habría podido pasar? Según el médico la anciana se había caído por la ventana que daba al patio, al intentar esquivar las escaleras que ya no reconocía como suyas.
Aunque había estado poco tiempo con ella, le había cogido mucho cariño. Sin embargo, los sentimentalismos estaban fuera de lugar y registré la casa hasta encontrar una suma de dinero que supuse eran sus ahorros. Los tomé prestado, pues mi ama no los iba ya a necesitar.
Con ese dinero emigré a un pequeño pueblo italiano donde conocí a un niño llamado Marco que buscaba a su madre. Siempre estaba acompañado por un mono que respondía al nombre de Amedio. Sabía que su madre tuvo que emigrar a Argentina en busca de trabajo. Decidimos ir juntos a Argentina, yo esperaba hallar un buen curro; él, abrazar a su madre. Allí nos pusimos a mendigar. Nos tropezamos con un hombre pequeño, con el pelo rizado, que jugaba con una pelota y era seguido por un grupo de fans que gritaban siempre lo mismo: ¡Maradona! ¡Maradona! Nosotros no sabíamos quién era, pero parecía famoso. Se acercó a nosotros y nos dijo: Si me quitáis la pelota, os ayudaré a entrenar y llegaréis muy lejos.
Estuvimos una hora corriendo detrás del balón, pero no perdíamos la esperanza porque era la única manera de salir de la pobreza. Amedio le hizo cosquillas, Marco una zancadilla y yo le conseguí quitar el balón. Nos llevó a su casa que era enorme, nos dio comida y nos vistió adecuadamente. Nos llevamos un año entero entrenando a todas horas hasta que un equipo de primera división se fijó en nosotros. Nos hicimos famosos y gracias a ello la madre de Marco pudo dar con nosotros. Nos había visto por la tele. Marco se marchó con su madre y yo me quedé solo. Estaba muy contento, pero me encontraba solo. Seguí jugando al fútbol y un día me lesioné. Me saqué el carné de entrenador y conocí a una mujer llamada Claudia con la que me casé y tuve 4 hijos.