EL LAZARILLO MANOLILLO

EL LAZARILLO MANOLILLO

Versión realizada por los alumnos de Villamartín basada en la novela El lazarillo de Tormes

Manolillo era un niño nacido en los brazos de su madre. Ella murió después del parto y su padre lo abandonó. Su abuela Catalina tuvo que hacerse cargo de su nieto. A los pocos años fue recogido por su maestro debido a que su abuela estaba tan anciana que ya no se podía ocupar de él. Paco era muy alto y delgado, con la piel muy pálida y tenía la costumbre de vestir casi siempre de negro. Aparentaba tener más edad de la que realmente tenía, pues su rostro estaba marcado por las arrugas.
Al principio todo parecía ir perfectamente hasta que mi amo empezó a hacerme la vida imposible. En la cena de Navidad me presentó como manjar un bocadillo con un aspecto estupendo. Empecé a comérmelo y a los pocos mordiscos sentí un pequeño cosquilleo en la boca. Al expulsarlo vi que era un bocadillo de gusanos con salsa de cucaracha. Mientras él se reía a carcajadas en mi cara, yo fui a preguntarse si así es como pretendía cuidarme. Y tan tranquilo me contestó que él sólo me quería para divertirse. Sus palabras se me clavaron en el pecho como si fuese un puñal, pero tragué saliva y actúa fríamente. Mientras él dormía, yo escapé por la puerta trasera.
Llevaba un mes fuera de casa y comía aquello que encontraba en los cubos de basura y aquello que me daban algunas personas de limosna. Siempre iba a estar más sabroso que el bocadillo del maestro. Decidí abandonar el pueblo y me acogió en su casa un soldado muy amable. Me trataba muy bien, pero su mujer era insoportable. Me daba grandes palizas sin motivo. Su marido me defendía cada vez que podía hasta que lo llamaron a la guerra y me quedé solo con su mujer. Me mandaba a la compra, me encargaba de todas las cosas de la casa. Incluso una vez me hizo lavarle los pies. Eran feos, con la uñas negras y larguísimas, con grietas en los talones y con un olor tan familiar que me recordaba mi pasado cuando me veía obligado a registrar los cubos de basura. No me daba de comer, salvo algunas sobras del perro.
Una mañana llamó a la puerta un joven rico, alto y rubio, con los ojos claros. Era cojo y manco y siempre llevaba una agenda electrónica bajo el brazo. Cuando mi ama se dirigió a la cocina, yo le conté mi situación y con su ayuda pudo huir de la casa. Él me ofreció ropa lujosa en comparación con el pantalón agujereado del baratillo y una camiseta llena de pulgas que llevaba. Con él vivía su hermana. Era una muchacha linda, de mi misma edad. Tenía los cabellos rubios y rizados. Su piel era de color oscura y poseía unos ojos enormes que a mí me hipnotizaban cada vez que los miraba fijamente. No hace falta decir que me enamoré de ella inmediatamente. Conforme le contaba mi vida pasada, yo notaba como ella empezaba a sentir algo por mí. Decidimos vengarnos de mis antiguos amos. Al llegar la noche, entramos en la casa del maestro. Tenía una llave que me llevé conmigo. Sin que él se enterase le preparamos un banquete y lo pusimos en la mesa. El banquete era irresistible en apariencia. Le habíamos puesto una sustancia venenosa que te consumía por dentro. Tendrías que haberlo visto. En unos meses parecía un saco de huesos.
Con la mujer del soldado todo fue diferente. Solía bañarse en el río tal y como vino al mundo, con la ropa colgada sobre un arbusto. Mi venganza fue muy sencilla. Cogí su ropa y la cargué sobre mis hombros. Cuando salió del agua, se puso a buscar la ropa como una loca, pero no daba con ella y se estaba haciendo de noche. El frío se estaba apoderando de sus huesos, mas no se atrevió a partir hacia la casa hasta que la noche se hizo totalmente oscura. Sólo sé que estuve varias semanas en cama por culpa de un resfriado enorme. Rosa y yo disfrutamos como enanos y regresamos a casa. Y colorín colorado el final de esta historia se me ha olvidado.