18 Abr LA DESAGRADABLE INFANCIA DE LAZARILLO
Versión realizada por alumnos de Nueva Jarilla basada en la novela Lazarillo de Tormes
En una pobre y humilde casa vivía un niño llamado Lazarillo del Guadalete. Nació una fresca mañana del 11 de octubre de 1996. Aquel día por la mañana su buena y generosa madre sintió algunas contracciones de parto. Sofía salió de la casa desesperada hacia el río Guadalete, se sumergió en el agua, ya que no tenía matrona, ni marido que la ayudaran. Sofía, con muchos dolores, superó aquella mala mañana. Sofía salió del río Guadalote con Lazarillo en sus brazos. Se dirigió hacia su humilde casa. Al llegar a su casa, cogió una toalla y envolvió a Lazarillo y lo besó. Después de limpiarlo, lo metió en una pequeña y dulce cunita. En la madrugada Sofía se levantó de la cama y por primera vez dio de mamar a su pequeño hijo. De repente, Sofía oyó unos golpes en la puerta… Era el padre de Lazarillo que venía a informarse de todo lo que había pasado. Alfredo, el padre de Lazarillo, dejó a Sofía cuando su familia se quedó en la ruina. Aquella ruina llegó tras la muerte del padre de Sofía que no supo administrar las rentas. Les robó todo el dinero que tenían. Alfredo, con desagradables palabras, forzó a Sofía y entró a la fuerza en aquella casa.
-¿Por qué no me informaste antes del embarazo? -dijo Alfredo en voz alta. Alfredo intentó quitarle al niño de sus brazos, pero Sofía no lo permitió. Sofía dejó al niño en la cuna y de un pequeño empujón echó a Alfredo de la casa. Sofía se acostó en un pequeño sofá que había junto a la cuna para proteger a su pequeño hijo y de nuevo se quedó dormida. Al cabo de 3 horas, Alfredo intentó de nuevo entrar en la casa forzando una de las ventanas. ¡Y lo consiguió¡ Ya dentro, silenciosamente buscó la cuna de Lazarillo. Cuando, por fin, la encontró, cogió al niño entre sus brazos y salió por la misma ventana por donde había entrado. Luego, huyo por el bosque que en ese momento estaba completamente oscuro. A la mañana siguiente Sofía se levantó muy temprano para darle el pecho a Lazarillo. Sofía se asomó a la pequeña cuna y no estaba.
-¡Oh!, ¡no! ¡Pobre de mi Lazarillo, que se lo llevaron sin darme cuenta!, dijo Sofía desesperada. En un momento pensó: “Seguro que se lo llevó su padre”. No pensó en más y se puso manos a la obra. Cogió una escopeta reservada para emergencias de este tipo y se adentró en el bosque en busca de Lazarillo. Estuvo horas y horas corriendo sin parar hasta que se dio por vencida y cayó rendida al suelo.
Alfredo estaba en una plazoleta de un pueblo muy cercano. Sofía, en cambio, seguía sin rumbo fijo, pues de tantas vueltas se había perdido. Cuando recuperó fuerzas, vio una pequeña lucecita a poca distancia. Se acercó poco a poco y descubrió que ahí vivía alguien, en una casa toda hecha de madera. Dio unos pequeños golpes en la puerta de aquella casa, pero nadie se disponía a abrirle. Volvió a insistir ahora con más fuerzas y tuvo la fortuna de que le abrieron.
-¡Hola, buenas noches! ¿Qué la trae por aquí?-, dijo aquel hombre que le abrió la puerta.
-Pues, mira, vengo buscando a mi hijo que me lo han quitado hace poco-, le contestó Sofía.
-No sé en qué te puedo ayudar, pero entra y tómate un té calentito, que te hace mucha falta.
Sofía entró en la casa y tomó asiento en un sillón viejo que se encontraba en el pasillo principal. Aquel hombre le acercó a ella una taza.
-Toma, aquí tiene su té bien calentito-, fijo el hombre tomándole la mano para darle la taza.
-Gracias por todo. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Bueno, me llamo Manuel, pero para los amigos Manolo.
Sofía con algunas carcajadas le contestó:
-Bonito apodo. ¿Tendré que decirle el mío?
-¡Ah! Pero ¿tú también tienes apodo?
-No, no. No tengo apodo y, por cierto, me llamo Sofía.
Esa noche surgió algo entre los dos. Algo especial: hubo amor, ternura y pasión. Mientras, Alfredo rondaba por el pueblo buscando a alguien que se quedara con Lazarillo. A la mañana siguiente Alfredo se encontró a un cojo mendigo en la puerta de una mezquita: “¡Oh, qué casualidad! Encontré lo que buscaba”.
-Oiga, vengo con mi hijo…Bueno, iré al grano. Soy pobre y no tengo dinero y, si me haces el favor de quedarte con mi hijo Lazarillo, dentro de dos meses lo recogeré.
-Pero no tengo casa, aunque conozco un sitio donde refugiarme yo y donde él puede quedarse-, dijo el mendigo cojo.
Alfredo soltó a Lazarillo en el cantillo en donde se encontraba el mendigo y salió corriendo aprovechando el alboroto de la plaza. Por el contrario, Sofía estaba confusa, preocupada por el paradero de su hijo y feliz porque estaba enamorada de Manolo. Sofía quedó embarazada aquella misma noche y a los 9 meses tuvo una niña preciosa con unos ojazos verdes. Nació con ayuda de una matrona y sin complicaciones. Tenía algunos rasgos que eran igualitos a los de su hermano.
Lazarillo seguía con el cojo mendigo y pronto cumpliría su primer año con él. Aquel mendigo le daba cada día menos de un cuenca de leche y de vez en cuando le daba algunas miguillas de pan que le sobraban de la comida. Lazarillo a veces lloraba y lloraba del hambre que tenía. El mendigo mirándole de reojo le decía:
-Ja, ja…No sigas llorando más, mocoso, que no te voy a dar ni una miga de pan. Y como sigas llorando, ni un solo cuenco de leche vas a tener-, dijo el mendigo cada con un tono de voz más elevado.
Pasaron dos años. Lazarillo era astuto y estaba planeando escapar de ese infierno. Llegó el día. El mendigo se levantó muy temprano y fue a hacer algunos recados a un mercadillo cercano. Dejó la puerta encajada y Lazarillo aprovechó que el mendigo había salido para escaparse de aquella casa. Se asomó a la puerta, miro a los dos lados y, como no vio a nadie, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Cruzó junto a la iglesia, cerca del colegio y cuando se acercaba a una plaza… plaf… se tropezó con un pequeño bordillo y, cuando levantó la mirada, se encontraba bajo los pies de aquel maldito mendigo. Con un poco de miedo, pero a la vez valentía, Lazarillo miró fijamente al mendigo. El mendigo cogió a Lazarillo por el brazo y se lo llevó de nuevo a la casa. Al llegar, el mendigo le dijo amablemente a Lazarillo:
-Te tengo un regalo para que veas que soy lo mejor que te ha pasado en la vida.
-¿Qué regalo es, querido amo?
-Ten paciencia, Lazarillo, que ya estamos llegando.
El mendigo le tapó los ojos diciéndole:
-Ya hemos llegado.
Le quitó las manos de los ojos para que pudiera ver la sorpresa.
-¡Oh, gracias amo! Eres el mejor-, dijo Lazarillo sorprendido por el regalo que le había hecho el mendigo: era un baño bien calentito. Lazarillo, un poco extrañado, fue desnudándose hasta que se metió en la bañera y se quedó en ella hasta que se le arrugaron los dedos de los pies. Cuando Lazarillo iba a salir de la bañera, el mendigo le echó un chorro de agua fría.
-¡Ah, desgraciado cojo! Ya me parecía extraño que un tacaño cojo me hiciera un regalo.
El mendigo enfadado cogió el teléfono de la ducha y le golpeó con él. Lazarillo se tocó suavemente la cabeza y se trajo las manos llenas de sangre. Lazarillo salió de la bañera dejando un rastro de sangre por el suelo. Cogió una toalla, se la envolvió por el cuerpo y salió a la calle. ¡Esta vez sí pudo escaparse! Corriendo sin parar, Lazarillo se metió en un portalillo para despistar al mendigo.
-¡Buenas tardes, pequeño! ¿Qué haces envuelto en una toalla?-, dijo un herrero llamado Gustavo.
Lazarillo sin palabras entró en la casa. El herrero bruscamente lo cogió por el brazo y se lo llevó.
-Encontré lo que buscaba-, dijo el herrero con voz aguda.