VARIACIONES DE LA VUELTA AL BURRO EN 79 DÍAS

VARIACIONES DE LA VUELTA AL BURRO EN 79 DÍAS

Versión realizada por alumnos de Villamartín basada en la inmortal obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo

Tras un largo viaje, Platero llegó a Kenia. Le gustaría hacer tantas cosas, pero no podía retrasarse. Tenía 79 días para recorrer el mundo.
Dejó su equipaje en el hotel y decidió dar una vuelta en un todoterreno. Fue un viaje divertido en el que Platero empezó a conocer algunas de las costumbres de la región. Al anochecer regresó al hotel a descansar para estar lleno de energía a la mañana siguiente. Tenía que coger un vuelo a Brasil, concretamente a Río de Janeiro. Durante la noche Platero durmió plácidamente y sin preocupaciones. Al día siguiente Platero se levantó temprano, cogió su equipaje y se dirigió hacia el aeropuerto rumbo a Brasil. Cuando llegó a Río de Janeiro, se dio cuenta de que era carnaval y Platero buscó su cámara de fotos para retratar ese espectáculo único. También fotografió las selvas tropicales y el curso fluvial del río Amazonas. Le pareció que Brasil era un país espectacular. El tiempo se le empezaba a agotar y debía partir hacia el imperio del sol naciente, Japón. Cuando pisó suelo asiático, se llevó una gran sorpresa. Oriente era muy diferente a Occidente: su forma de vestir, sus estructuras, sus costumbres…
Platero dio un paseo por Kyoto. Se quedó admirado por su enorme torre y la bondad de sus gentes. Pero se vio obligado a marcharse al país del capitalismo, Estados Unidos. Contempló la imponente estatua de la libertad que le daba la bienvenida al país de la coca cola y del béisbol. La ciudad de New York ofrecía muchos sitios únicos. Platero se subió al Empire State y disfrutó de una vista increíble de la ciudad de las finanzas. Pero oscurecía y debía descansar. Fue a un hotel céntrico de New Cork y descansó como nunca lo había hecho porque tenía que volver a despegar. Iría a Oceanía, a Australia.
Cuando llegó al país de los canguros, lo primero que hizo fue tomar unas fotos y descansar. El vuelo había tenido que atravesar el Pacífico en su totalidad. Cuando hubo descansado convenientemente, observó las fotos de su travesía: observó los monumentos, sus paisajes… Mientras más mundo recorría, más se daba cuenta de lo diferente que era de España y añoraba su país con toda su alma. También sentía haber hecho esa estúpida apuesta con Juan Ramón y pensaba hablar con él nada más llegar a España.
Descansó en uno de los hoteles de Sydney y al día siguiente salió rumbo al país de la paella, de las tapas, del toro y del flamenco. Durante el trayecto iba pensativo. Había cumplido su promesa en menos tiempo de lo acordado. Le tendrían que cambiar su viejo establo y no tendría que limpiar la casa de Juan Ramón. Mientras entraba por las costas de Almería y aspiraba el dulce aroma de las costas mediterráneas, se le nublaba la vista y se le agrandaba el corazón. Estaba en España. Volvería a ver a sus amigos los niños y a Juan Ramón.
Nada más llegar y, a pesar de estar cansado y somnoliento, fue a ver a Juan Ramón. Y cuando Platero fue a entrar en la peña galguera, Juan Ramón estaba allí bebiendo unas cañas. No se lo creía. Platero había conseguido su propósito. Ambos se abrazaron y el burrito le enseñó las fotos de la travesía.
-Son magníficas, exclamó con sorpresa Juan Ramón. Lamento haber hablado así de los burros y haber juzgado tus conocimientos.
-No pasa nada, sentenció Platero. El viaje que me he dado es mejor que cualquier premio o apuesta.
-Aun así te cambiaré el establo y haré lo acordado. El mejor amigo del hombre es el burro.