Homenaje a mi padre

Homenaje a mi padre

Hay quienes afrontan un oficio para toda la vida con la convicción de que lo verdaderamente importante es el sustento que le proporciona. Para otros el trabajo se concibe como una manera de ser, un modo de vivir sin el cual la existencia carecería de sentido. Con esta afirmación no quiero decir que el placer del hombre se reduzca al plano laboral, sino que éste se convierte en una extensión de su modo de afrontar el día a día, como si no le costara el más mínimo esfuerzo, aunque la realidad a veces lo desmienta, como si fluyera desde dentro con la naturalidad de un río cuyas aguas se dejan mecer en su cauce.
Hay dos tipos de maestros:
1.- Los que se dejan llevar por el desencanto de una profesión que a veces se muestra más realista que romántica y sus signos no coinciden con la imagen que uno guardaba en la memoria. En estos casos la enseñanza se transforma en una obligación que no conduce a caminos provechosos, salvo el del sustento de una familia. Construir el futuro en torno a una realidad que no nos gusta supone vivir condenado para siempre.
2.- Los que le añaden un plus de motivación al oficio que van a llevar a cabo durante muchos años, los que quizá tengan pocas ideas claras, pero las que tienen no presentan ningún tipo de grietas, pues no saben arrostrar el presente sin un condicionante indispensable, la pasión. Sin pasión no son nada, mas con pasión no hay empresa que se les resista. Responden a la fórmula de dejarse la piel en el empeño, como si cada día fuese el último, como si se contabilizan los años en los que uno se ha entregado en cuerpo y alma a cualquier actividad.
Recuerdo un cuento de Jorge Bucay en el que un explorador se sentaba a descansar en un pequeño montículo, junto a la carretera. Después de tomar aliento, tuvo un instante para observar lo que le rodeaba y se dio cuenta de que estaba sentado en un cementerio. Aguzó la vista y comprobó cómo todos los muertos no superaban los 18 años y se entristeció de tal manera que no pudo contener las lágrimas. Un anciano se le aproximó en ese momento y le preguntó que qué le pasaba y el visitante no tuvo más remedio que contarle por qué se encontraba tan afligido: “Qué extraña maldición se ha cebado con este pueblo para que no existan adultos, para que sólo estén enterrados jóvenes”. El anciano intentó rebajar la tensión con una sonrisa y le confesó la verdad: “Tenemos una costumbre en el pueblo que consiste en entregarle a cada joven una libreta y un bolígrafo el día de su 18 cumpleaños para que, de ahí en adelante, apunte, por un lado, el motivo que lo hizo feliz, y por otro, el tiempo que duró esa felicidad, de tal modo que el día de su muerte le quitamos la libreta y vamos sumando los días en los que fue realmente feliz y ésos son los que reflejamos en la lápida, los que de verdad se han vivido”.
José Luis Pérez Ruiz y Leonardo Ruiz Estudillo son dos maestros a punto de jubilarse que han sobrepasado con creces los 18 años de edad vividos felizmente sin necesidad de acudir a una libreta donde apuntar todos esos acontecimientos, pues no hay mayor huella que aquella que se graba a fuego lento en el alma, no hay mayor riqueza que aquella que se posa en el corazón de los demás.
Siempre tengo presente unas palabras de mi padre en las que afirma con rotundidad que sólo aprende el que escucha, el que habla no consigue aprender nada. Mi padre ha hablado mucho con los alumnos, pero, sobre todo, los ha escuchado y siempre ha sabido aprender de ellos.
En el hogar ha creado una familia, con 4 hijos, que ha sabido educar desde dos postulados evidentes: cada uno es libre de hacer con su vida lo que quiera sin que se inmiscuya en los asuntos ajenos y la obligatoriedad de estudiar, de tener unos estudios con los que uno pueda defenderse en la vida. Se siente orgulloso de que sus hijos hayan salido adelante sin su ayuda, con los méritos que cada uno haya ido contrayendo en el día a día. La libertad de ser lo que uno quiera no hace esclavo a nadie, salvo al que toma la decisión. Siempre nos ha dejado tomar nuestro camino, a pesar de su propia opinión. Siempre nos ha tratado como adultos que deben aferrarse a la vida solos, con el único bagaje del conocimiento. Nos ha enseñado a pensar sin que pensemos que nos deja desvalidos, sino, todo lo contrario. Ha dejado que las riendas de nuestras vidas las llevemos sobre nuestras espaldas con el acuerdo tácito de que siempre estará con nosotros. En este engranaje ha desempeñado un papel capital mi madre. Ambos han estado cuando era necesario. Se han apartado a un lado, cuando no ha hecho falta acudir a ellos. Han sabido jugar su papel en la sombra y en las distancias cortas.
Si una de sus pasiones ha sido la educación, el fútbol y el Barcelona no se han quedado atrás. Es cierto que no ve más allá de los colores azulgrana, pero ha convivido con que sus hijos han sido seguidores del Real Madrid, en un clima de tolerancia y de libertad que siempre nos ha inculcado. Cada uno debe vivir su propia vida y es preferible que uno se equivoque tomando sus propias decisiones que tomando por correctas la de los demás. Uno puede llevar a cuestas una equivocación propia, mas difícilmente puede soportar el peso de una derrota en la que no has participado.
Su tercera pasión, y no por ello menos importante, es el amor que siente hacia su pueblo y su gente. Por él y nada más que por él ha deambulado por la política sin necesidad de ínsulas ni ínfulas, con el intento de ayudar a los demás, sin reclamar ninguna recompensa, salvo la de estar satisfecho por una labor bien hecha.
Otro de sus reclamos más destacados es el carnaval. Ha sido letrista para cuartetos y para comparsas durante más de dos décadas. Se ha servido de esta manifestación popular para sentirse más cerca del pueblo, para conocerlo por dentro, para estar más próximo a la gente y a sus problemas. La poesía no es más que la visión que siente el ser humano ante lo que le rodea, la manera de contemplar y sentir lo cercano. Recuerdo de memoria unos versos de su comparsa “Casas Viejas”: El Barbate le guiñó a la Janda con dulzura, medio hagamos el amor a la envidia de la luna. Tendremos un hijo que admire tanta hermosura…”   
El viaje ha sido fundamental en su vida. Desde pequeño se encargaba de organizar la excursión de fin de la EGB. Vendía papeletas, bocadillos en los recreos, montaba chiringuitos en la feria de la Yeguada… Y casi siempre iba a Benidorm. Me viene a la memoria una anécdota que le ocurrió una vez. Un adulto le insinuó que era muy aburrido viajar al mismo sitio todos los años, a lo que mi padre respondió: “Los alumnos cambian de un curso a otro y la excursión está diseñada para ellos y no para los maestros.” En vacaciones solía llevarnos a la playa y cada vez que podía se iba por España con mi madre a perderse unos cuantos días. El viaje supone una manera de conocer el mundo, de abrirnos la mente a otras expectativas y comparar lo visto con lo soñado, pues a veces ocurre que la realidad va más allá de los sueños.