TRONCOSO GONZÁLEZ, ROSARIO. HUIR DE LOS DOMINGOS

TRONCOSO GONZÁLEZ, ROSARIO. HUIR DE LOS DOMINGOS

HUIR DE LOS DOMINGOS, ROSARIO TRONCOSO GONZÁLEZ. SEVILLA: PADILLA, 2006

La literatura siempre se ha movido mediante un código descifrable de señales que han mostrado a las claras el transcurrir del tiempo sin necesidad de ser excesivamente evidentes, sino a través de una simbología poética que cualquier lector es capaz de interpretar sin dificultades. De este modo, las estaciones han cumplido a rajatabla esa función. La primavera y el verano tienden a representar la época de vigor y osadía, propios de la juventud, mientras el invierno y el otoño transmiten connotaciones opuestas, relacionadas con la vejez y el ocaso del ser humano. El mismo papel desempeñan las 24 horas de un día como si la vida pudiese reducirse a los sinsabores de una jornada. Huir de los domingos no escapa a esta tentación de la lírica que se inclina por sugerir más que por confesar abiertamente, puesto que el lector de poesía ha de ser un actor activo, dispuesto a descifrar el mensaje o a identificarse con él. El domingo presenta un significado doble: por un lado, se rinde ante el poder evocador de la entrega, reivindica el papel de la mujer con el ejemplo de Lilith, escapa de las garras de la religión por el simple hecho de que una única interpretación del mundo no es suficiente para pintar con colores el abanico inmenso de matices que la realidad nos ofrece, que aúna el yo y el tú en un nosotros incapaz de anular las individualidades. De otra parte, es un sueño de despedida que sabe a lunes, a unos hombros que soportan el peso cotidiano de una existencia como si el mundo se acabara de repente hasta llegar el viernes donde uno vuelve a reencontrarse consigo mismo.

Rosario Troncoso articula su poemario en tres partes bien delimitadas como si respondiera a la estructura tripartita de un argumento donde Huida en cada pequeña muerte nos enseña sus credenciales, esa capacidad innata de conjugar en la misma persona el simbolismo tradicional con una poesía moderna, un vanguardismo soterrado que sabe convivir con delicadeza con las formas de antaño, el brusco papel del hombre primitivo con las curvas sensuales de una mujer acorde a los tiempos actuales. Hombre y mujer se dan la mano sin que chirríe el compromiso. La poesía de Rosario Troncoso se abona a la entrega sincera de quienes se juegan el corazón a la primera carta y renuncia al amor que se ampara en los miedos de la soledad y de la angustia. Le gustaría vivir como un niño en el cuerpo de un adulto sin que pesen las responsabilidades. En cada acto encarnarse en un bebé a bordo de la vida que irá trazando el futuro a golpe de caídas, a gritos de silencio. El amor conlleva el riesgo de depositar la confianza en el otro, dejar en las manos del amante un alma tiritando, a veces, de placer; otras, de dolor.

La huida supone el impacto necesario para convertirnos en otro, una evasión corpórea de ave fénix que busca desesperadamente dos caminos opuestos. Un regreso al pasado con el fin de retomar los sueños inacabados, de borrar las huellas que se van dejando en el camino y un susurro fugaz hacia el futuro donde no se puede volver la mirada hacia atrás para poder salir del infierno en el que a veces se convierte la vida, para vivir en un mundo de sensaciones placenteras del que no quisiera despertar jamás.

Hay en Huir de los domingos un mensaje pasional que se resume en la idea de que, quien no arriesga, en el fondo, tampoco ha vivido, sino que ha pasado por este mundo de puntillas, sin ni siquiera dejar en el piso unas huellas desgastadas, unos zapatos roídos por el polvo del camino.  No concibe la vida sin el verso palpitante de un corazón que a borbotones se derrama en el papel, en las esquinas de una calle, en el sofá dormido de cualquier salón, al aire libre, en la orilla espumosa de una playa, entre los barrotes de una cárcel que, con su jersey de rayas, con sus barrotes, nos abriga el frío de la libertad. Sus poemas deslumbran la vida y nos abren los ojos. La luz de estar vivos se cuela por la retina y llena el folio en blanco de recuerdos y de nostalgias, de ausencias y de memorias.

Si Huida en cada pequeña muerte sirve a modo de presentación del esqueleto poético de Rosario Troncoso, La piel del ángel perverso incide en el desarrollo de la idea inicial. La libertad consiste en correr hacia el futuro con la esperanza de que podamos vivir en un presente incierto, dada la rapidez con la que se nos escapa el tiempo de las manos. Es el único modo de no morir en el pasado. En cada instante el poeta cambia de piel con el objetivo de dejar impoluto un libro de experiencias que han de escribirse en las páginas del cuerpo. En cada momento el poeta desnuda su alma con el fin de que los sueños no sientan pudor a la hora de materializarse. No hay amor sin desengaño, no hay amor sin felicidad. El dolor y la dicha se erigen como la cara y la cruz de una misma moneda. Ese hedonismo tan embriagador nos empuja hacia una existencia plena de placer que interpreta las notas sordas de un corazón que se derrama en el ser humano a través de los sentidos como una poesía que discurre más allá de la escritura. El poema titulado Puta recrea el concepto de un vocabulario malsonante que queda dignificado en cuanto toca el pulso sentido del verso. La palabra Puta no es más que una verdad irrefutable: todas las almas, en el fondo, tienen un precio. Y mal asunto si uno no recibe la visita de un comprador. El amor es una enfermedad que nos hace estar sanos y nosotros somos marionetas cuyos hilos nos impiden ser libres, desde que nacemos, desde que abrimos el llanto a la vida, los ojos al mundo.

La conclusión viene encabezada por el título La vida a jirones y lo forman dos poemas en el que, en el primero, se deja entrever que el verdadero amor es el que siente uno hacia los seres queridos. La autora deja en el papel un homenaje sentido a la figura de su padre, y en el segundo, se cierra el libro con una sonrisa que toma como punto de partida la metaliteratura, ese juego de conjugar el contenido con la forma que nos traslada al famoso poema de Lope de Vega que reza así: Un soneto me manda hacer Violante.

Así piensa Rosario Troncoso con el corazón, así siente con la cabeza, como un enigma que nunca se agota si no conoces la respuesta.