07 May ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR PASCUAL TAMBURRI BARIAIN PUBLICADO EN EL SEMANAL DIGITAL
No son tiempos fáciles para la poesía. No es sólo la crisis la que hace parecer inadecuado todo intento poético, es que curiosamente, incluso en años de prosperidad, la poesía, la expresión de sentimientos y voluntades parecía condenada a morir. Es curioso que la poesía agonice o parezca quedar relegada a los márgenes justo cuando presumimos de vivir en la sociedad más sensible de todos los tiempos. No hace mucho Alain de Benoist explicaba en Diorama Letterario que después de la penosa “cultura rígida” de los años 30 del siglo XX, Occidente ha caído en el exceso opuesto, un exceso de sensibilidad en el sentido que le da el pediatra Aldo Naouri: una sociedad hipersensible, narcisista, en la que la devaluación de la autoridad y de la figura del padre, ley, orden y modelo, deriva según Éric Zemmour en que “también ellos [los padres-autoridades] quieren ser portadores del amor y ya no de la ley“, sin recordar que el niño y el joven sin padre tiene enormes dificultades para acceder al mundo simbólico. Así, esta sociedad en crisis adopta como modelo ideal, al menos para las clases medias y altas y quienes en ellas se reflejan, un “matriarcado mercantil” en el que todos los jóvenes, salvo que quieran ser marginados, estarían llamados a ser Narciso.
Lo paradójico es que este triunfo de Narciso, que no sólo se refleja en la comunidad sino en las vidas de todos, no nos ha hecho ni mejores ni más tolerantes, sino sólo más hipócritas. Al dejar vivo y triunfante a Narciso hemos alterado el orden natural (o si se quiere tradicional-europeo) de las cosas, sin por ello obtener más que mejoras sólo aparentes. El mundo de Narciso es un mundo “de flujos y de reflujos, sin fronteras ni puntos de referencia estables“. Nació para hacernos felices, y no lo ha conseguido ni en lo general ni en lo particular. Eso sí, desde la corrección política, social y cultural se promueve una sedicente poesía, a veces incluso con una rebeldía domesticada de salón, que no rompe con el narcisismo colectivo sino que lo lleva por estandarte. Qué hay más cómodo para ser llamado poeta que someterse a los innumerables nuevos poetas para [defender] viejos reynos. Pero nunca se vio poesía menos comprometida, ni en tiempos de la reina Victoria.
Por eso llama la atención que un poeta no novato como Alejandro Pérez Guillén, que ya ha publicado versos de especial sensibilidad, llegue en su primera madurez a esta misma conclusión: Narciso es bello, pero para vivir como hombres libres hay que matar simbólicamente a Narciso. De ahí su colección de versos, Matar a Narciso, publicada por Alfar, en cuyo prólogo Josefa Parra concluye que “Matar a Narciso es matar es matar esa parte de nosotros mismos que se recrea con demasía en el propio yo. Es buscar al otro y buscarse (siendo otro, más alto, más maduro, más vivido)…“. Narciso y el narcisismo son una tentación eterna del hombre, la de recrearse en sí mismo. En nuestros días, además, Narciso se ha convertido en el modelo que se impone en nuestro espacio de civilización. Así, ese Matar a Narciso que tantos poetas han afrontado tantas veces es ahora más difícil, más heroico, más incomprendido. “Cada sociedad tiende a manifestar dinámicas psicológicas que se pueden observar también a nivel personal“. La patología de nuestro narcisismo es la infantilización, la inmadurez, la inmediatez que reniega por igual del pasado y del futuro, contra la que se subleva desde sus versos Alejandro Pérez. Un gran hallazgo, nunca tan oportuno como en estos tiempos, donde su intento en su mundo interior, contra corriente, tiene incluso aspectos heroicos.
No puedo evitar recordar aquí a Daniele Bucci, amigo y poeta (o poeta y amigo), al que por una de estas casualidades de la vida le di excusa para titular su poemario La Lettera. Porque el profesor Bucci, casi veinte años después de ser amigos, ha sabido matar a sus Narcisos, y hacerlo una y otra vez como debe ser –porque la tentación de Narciso siempre renace, ya lo decía el viejo Wilde– y ha sabido ponerlo en verso que probablemente nunca se traducirá al español, pero que tampoco lo necesitará para ser entendido por quien tenga la sensibilidad necesaria en esta crisis espiritual. Così l´animo mio ch´ancor fuggiva / Si volse a retro a remirar lo passo… Y lo que Daniele ya ha hecho espero que pronto consiga hacerlo Daniel Priego Lacosta, si su constelación de actividades y las dificultades materiales de la época no le impiden a él matar en tinta y papel su propio dragón en sus Mariposas y Huracanes, cosa que no sólo será buena y santa para él mismo sino que puede hacer luz en un mundo, y en un mundillo, tan necesitado de ella y de Narcisóctonos para evitar los orcos que, como entenderemos escuchando a Alejandro Pérez, acechan hoy más que nunca.
Narciso no es de hoy. Alfred Tennyson tuvo los suyos (y no me refiero a su hermano), como los tuvieron Byron y Shelley, y sin duda Yeats (el Old Pensioner que se lamentaba “My contemplations are of Time / That has transfigured me… And yet the beauties that I loved / Are in my memory“). Narciso debe vivir, morir y renacer eternamente. El problema es más bien de quien o quienes no saben matarlo a tiempo, ni aceptan que no matarlo no deja de ser una enfermedad tan individual como colectiva. Matemos, sí, a Narciso, porque sólo hombres maduros que se conocen a sí mismos y viven abiertos a los demás viven una vida plena y a la vez pueden superar cualquier crisis. Pero que al matarlo la amistad florezca y crezca, pues todo ha de crecer o morir para dar fruto.