ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR JOSÉ ANTONIO SANTANO Y PUBLICADO EN EL DIARIO DE ALMERÍA EL DÍA 26 DE MAYO DE 2012

ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR JOSÉ ANTONIO SANTANO Y PUBLICADO EN EL DIARIO DE ALMERÍA EL DÍA 26 DE MAYO DE 2012

IMAGINARIO

MATAR A NARCISO 

JOSÉ ANTONIO SANTANO 

Había traspasado la hora y un dulce cansancio comenzaba a destronarlo de su reino inventado, de su propio sueño. Era ese instante en el que los párpados pesan tanto como los años vividos y se van cerrando poco a poco y de tal manera que, por mucho que intentes mantenerte despierto, con los ojos bien abiertos, creyendo en la fuerza que obliga al músculo la persistente quietud, nada puede ya albergar esperanza alguna. El desvalimiento te asiste, y la duda, y un dolor nuevo se adentra hasta las mismísimas entrañas y no puedes hacer nada por evitar que te sesgue el alma y las ideas. Un mar de figuras indescriptibles iniciaron aquel ritual primero de las palabras escritas sobre un papel en blanco, como si solo existieran ellas, las palabras, y quien las escribía. Solos en la soledad de la noche: las palabras y el poeta. No era la primera vez que le sucedía. En otras, en muchas ocasiones anteriores le había ocurrido. Al abrigo de la noche, entre un manto de estrellas lucientes en la inmensidad del cielo, su vida parecía otra, y por eso descendía hasta el mismo infierno si fuera necesario, sin importarle nadie ni nada. A solas consigo mismo, se abismaba una y mil veces en las profundas aguas atlánticas, o se reinventaba y reencarnaba en otro ser. Dos en uno, y en el otro la muerte, la que necesita existir para otra vida distinta. Nada más y nada menos que el vuelo de las palabras por los confines del mundo, entrando y saliendo de los paraísos, y del propio infierno en el que el hombre perece por no saber desprenderse de lo vano que anida en uno mismo. Y entre tanto el amor tejiendo incansable los atardeceres y la copiosa niebla de los años vividos, los sueños. Pero el poeta insiste una y otra vez, tal héroe invencible, como caballero andante en beber el zumo agridulce de la vida: “En esa edad incierta / donde el amor era tan solo / una sonrisa de la amada / En esa edad incierta / se posan mis ojos abiertos / cuando tengo insomnio”. Y así hasta la extenuación. El poeta alza el vuelo, consciente o inconsciente de que la vida es un segundo, un suspiro que casi siempre vuelve a los primeros años de la infancia: “Fui un niño y, sin saberlo, / me encontré solo en las aulas / dando años, cumpliendo niños. / Yo fui un niño de baladas / que jugaba con los números, / en el patio me enfrentaba / a la vida sin defensa/ como quien coloca el alma / en el alambre del recuerdo”. Pero los años pasan, y el niño se hace adolescente, y más tarde hombre, y el hombre poeta, y el poeta más hombre, y así en esta especie de ciclo, el ciclo de la vida, y el poeta que escribe cada noche versos de oro y plata sobre el fondo marino de unos labios en brasas. “Me mira el mar de cerca / como si ya me conociera. / Las ondas van y vienen, / borran mis pasos, / mas siempre queda la memoria…” Alejandro Pérez Guillén en la voz del poeta que quiso matar a Narciso.