ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR DOMINGO F. FAÍLDE

ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR DOMINGO F. FAÍLDE

Acerca de Matar a Narciso, de Alejandro Pérez Guillén

Los libros son el hábitat en el que me muevo como un pez que necesita obligatoriamente el cauce de un río o las corrientes saladas del mar. Uno ha de leer mucho para escribir poco. O lo que es lo mismo, ha de aprender todo un mundo día a día para asimilar una pequeña parte de ese conocimiento. El poema fluye solo. En el lenguaje poético es el sentimiento quien late con fuerza por debajo de las palabras. El yo adquiere mayor protagonismo en el verso que en la prosa y el tono musical, el ritmo, es más acusado en la lírica.

            Con estas frases, exponente de otras tantas confesiones, explica su poética Alejandro Pérez Guillén, un poeta de esos que algunos llaman nueva hornada, nacido en Benalup-Casas Viejas en 1973 y autor de varios libros de poesía: Entrevista con la palabra (1997), Sueños de hadas sin hada madrina (2003) y Monedas de papel (2006), así como de la colección de relatos titulada La otra realidad (2009). No es, por tanto, un recién llegado, aunque su juventud le otorgue un largo crédito y quepa todavía esperar mucho más de su inspiración, cimentada en un talento indudable, forjada en el estudio y el trabajo, y siempre en línea ascendente, como cabe desear.

            El mito de Narciso, como todos los clásicos, ha ejercido una enorme fascinación no sólo entre los poetas, sino también entre pintores, escultores y músicos. Este muchacho, símbolo de la egolatría, rechazará el amor de la ninfa Eco, que muere despechada, y el joven, enamorado de su propia imagen, al verla reflejada en el agua, se arroja a la corriente y allí donde se ahoga brota y crece  la flor que hoy ostenta su nombre. Otra versión del mito, ya en época helenística, nos presenta al efebo rechazando el amor que otros chicos le ofrecen, en especial Ameinias, que acabará sus días suicidándose, a causa de las burlas de Narciso, quien por ello recibirá su castigo: al verse reflejado en el agua, intenta conseguir el amor de su propia imagen y, ante la imposibilidad de besarse a sí mismo, se da muerte con la misma espada que arrancara la vida a Ameinias. Con el último aliento, su cuerpo se convierte en flor.

            Más allá de esta historia de amor, desamor y egoísmo, otro poeta, ahora el romano Ovidio, hilando mucho más fino que sus antecesores, nos presenta a la madre del protagonista consultando al famoso adivino Tiresias acerca del futuro de su hijo y aquel le responde que podría vivir muchos años, siempre y cuando no se conociera a sí mismo. Al verse reflejado en el agua, adquiere el fatídico conocimiento y muere de dolor, convirtiéndose, como ya sabemos, en flor.

            Existen más variantes todavía, en las que no voy a entrar, e ignoro cuál de todas habrá calado más en Alejandro Pérez Guillén, a la hora de escribir este Matar a Narciso, que hoy nos presenta. Sí parece estar claro que el blanco de sus flechas, balas y versos es el hombre y aun me atrevo a pensar que el hombre contemporáneo, pagado de sí mismo, que ha dominado la naturaleza, pero es, en cambio, incapaz de amarla y, poseyendo grandes conocimientos, quedará horrorizado al conocerse a sí mismo, hasta el punto de comprender que sólo con su muerte, es decir, con la muerte de su egocentrismo, puede salvarse el mundo.  Es, por tanto, una visión positiva la del poeta, que no nos va a contar la historia de Narciso, como es lógico, sino la proyección  de este mito al ámbito de la realidad cotidiana, al espacio de nuestra experiencia, con un llamamiento tácito a la reflexión.

            He aludido a la visión del poeta por dos razones que, a mí al menos, me parecen fundamentales. Por una parte, el hecho de que el poeta haya sido considerado tradicionalmente conciencia y voz de la tribu, y, por otra, el tópico de su egolatría, que tan bien formuló Gil de Biedma en versos memorables:  Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,/ y la más innoble que es amarse a sí mismo. Josefa Parra, autora del prólogo, nos dice al respecto: “Matar a Narciso” es matar esa parte de nosotros mismos que se recrea con demasía en el propio yo. Es buscar al otro y buscarse (siendo otro, más alto, más maduro, más vivido) en un espejo interior y no en el azogue externo o en las aguas de un río que quizá sea “el ajeno frío del agua”. Y, en palabras del propio autor, Matar a Narciso” también supone tener conciencia de que no siempre somos los mismos. Las personas cambian a lo largo de la vida. Al mismo tiempo, retoma el concepto de que en cada libro uno nace a la vida, se desarrolla, crece y muere con el último verso del poemario, como si en cada acto de escritura uno se entregara por completo. En cada libro uno mata a Narciso. En cada libro reaparece con energías renovadas.

            Vistas así las cosas, el libro nos relata, más que un asesinato, el nacimiento a la madurez, a través de experiencias que todos compartimos, un proceso o viaje iniciático que empieza en Mapas habitables, título de la primera parte, donde el autor delimita los espacios de su discurso, continúa en Arco Iris en blanco y negro, con un regreso al pasado, que ya la memoria ha virado, como las viejas fotografías, a una escala de grises imprecisos, y concluye en La calle en llamas, donde el poeta se postula libre de denunciar a sus fantasmas, de hacerles frente y censurar la parte de la realidad que nos desagrada.

            En el plano formal, Alejandro Pérez Guillén, que es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y ejerce el periodismo y la crítica en diversos medios escritos, evidencia una síntesis saludable entre dos formas de concebir la escrutura que, al fin y al cabo, desembocan en una misma praxis. Quiero decir con ello que cuida e incluso mima la forma, puliendo el verso y buscando la perfección, pero sin permitir que el gusto por lo perfecto, la voluntad de estilo, como se le llamó en otro tiempo, eleve una muralla inexpugnable entre autor y lector, en detrimento de la comunicación, ese diálogo íntimo en que, en última instancia, se resuelve el misterio de la creación poética.

            Nada más. Yo les dejo con quien tiene esta noche toda la potestad de la palabra, Alejandro Pérez Guillén, poeta, por encima de pompa y circunstancia, que nos va a emocionar con los poemas de Matar a Narciso y otros tal vez de su anterior cosecha e incluso algún inédito.

            Gracias por su asistencia, por su atención y, sobre todo, por su amor a la poesía.

 

 

© Domingo F. Faílde, 2012