PRÓLOGO PARA YO NO SOY DOROTHY, Y ESTO NO ES EL REINO DE OZ, DE ROSARIO TRONCOSO GONZÁLEZ, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN

PRÓLOGO PARA YO NO SOY DOROTHY, Y ESTO NO ES EL REINO DE OZ, DE ROSARIO TRONCOSO GONZÁLEZ, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN

PRÓLOGO A ROSARIO TRONCOSO

El mundo es un pañuelo y entre sus arrugas pude conocer tus versos, pude conocer a la persona. Recuerdo que me dirigía a Cádiz, concretamente, a la librería Quórum para asistir a la presentación de un libro conmemorativo de la figura de Fermín Salvochea, en el cual participaba, en el cual participábamos. Los asistentes recorrieron el pasillo de libros que nos custodiaban hasta alcanzar una acogedora sala repleta de sueños. El fondo de la librería se convirtió de repente en un murmullo donde se oían versos encendidos en el calor de unas páginas y voces amigas que se encontraban al abrigo de las letras. Conocía a la mayoría de los presentes, pero desconocía la novedad de tu voz. Nos presentaron o nos presentamos. La vergüenza fue un traje de domingo que usábamos en la infancia, mas con el tiempo se nos ha ido quedando pequeño. Supe por tus labios que tenías una niña de unos meses. Supiste por los míos que yo tenía un bebé más o menos de la misma edad. Y hablamos de literatura en una noche en la que nos faltaron palabras. Después de esa cita libresca, no confundamos a los lectores ni a tu marido, ni a mi mujer, nos convertimos en la pareja literaria gaditana, pues en enero ofreciste una lectura literaria en mi pueblo en la que te acompañé como presentador, después de empaparme de todos y cada uno de tus libros. Puse por escrito las reflexiones a las que había llegado tras la lectura. Llenaste de fantasía la contracubierta de mi poemario Matar a Narciso y me acompañaste en su puesta en escena, tanto en Cádiz, como en Puerto Real. Impartí una charla de animación a la lectura a los alumnos de IES en el que trabajas y me incorporé al proyecto en ciernes de la creación de una revista de carácter literario bajo el nombre de El ático de los gatos, de una revista en la que has puesto el alma y la has sembrado de maullidos. Pero dejémonos de introducciones y pasemos al grano, a desgranar cada uno de tus poemarios.

Huir de los domingos, tu primer poemario, echa por tierra la idea de que los textos iniciales están empapados de espontaneidad, de pasión, aunque inmaduros de ejecución, pues desde tu puesta en escena tus poemas se han caracterizado por la insobornable madurez y su alta calidad literaria. Huir de los domingos es una lanza de palabras hacia una vida que no se agota en los relieves de la comodidad, sino que aboga por una manera intensa de vivir, de extraerle el máximo jugo a una existencia, que camina a nuestro antojo, o, al menos, no se pierde en el camino. Muestra unas ansias por dejar de lado las obligaciones, una vez que hemos cumplido con ellas, para dar paso a una visión hedonista de la realidad. Disfrutar del amor, de los amigos, de los detalles aparentemente insignificantes como si fuesen los únicos supervivientes, los únicos portadores de felicidad, de un placer que hay que saborear en pequeñas dosis.

Delirios y mareas sigue la estela dejada por su primer poemario, afianza ese manantial desbordante de letras que nos salpica a todos y ese punto de locura de la que ha decidido arriesgar el todo o nada por sus sueños. Una poesía llena de amor y de mujer que, como las aguas del mar, es imposible de atrapar. Sus poemas son como esas caracolas que en su interior, si aplicamos el oído, podemos escuchar nítidamente el rumor de una marea que va y viene, que se lleva recuerdos y trae olvidos. Una canción de cuna que nos mece y nos enreda entre la humedad de sus palabras.

Juguetes de Dios apunta directamente al ser humano, como seres imperfectos que se niegan a aceptar su destino, que luchan desesperadamente por aferrarse a las riendas de un barco que en su vaivén mece nuestras sábanas. Rosario Troncoso ha realizado con detenimiento el viaje interior hacia sí misma, después de recorrer toda una geografía física que ha dado con sus huesos en el papel. Ahora pretende alzar el vuelo, lanzarse a la aventura, sentir la esperanza de ser libre, romper durante unos instantes el cordón umbilical que la ata a Dios, a ese ser superior que juega con nosotros. Ha aprendido a disfrutar con el juego.

El eje imaginario supone el culmen de su trayectoria literaria hasta la fecha. Aparece una voz más profunda, más desgarradora, una denuncia sincera ante quienes permanecen impasibles, una queja ronca hacia aquellos maestros del verso que a la postre no dicen nada.

El eje imaginario nos descubre a una mujer, a una madre que vive en sus carnes y en sus vísceras la transformación de un cuerpo extraño que aloja en su seno a una niña. Una mujer distinta que canta a la esperanza, una mujer nueva que nace otra vez a la vida, una vida que sonríe entre los brazos cálidos del poema.

    A bote pronto me asaltan dos motivos por los cuales uno puede salir retratado en una antología: en primer lugar, llevar sobre sus hombros el peso descomunal de una fama que descansa en un sinfín de libros publicados, y, en segundo término, una calidad tan evidente que de forma unánime todos aplauden. Estas palabras brotan a modo de aplausos.

Esta antología arranca con un poema dedicado a la madre, una nota de nostalgia escrita a la infancia, un grito de desesperación ante el miedo de enfrentarse a la vida, un verso bajo el brazo ante quien acuna las palabras como si brotaran de sus entrañas. No es que se niegue a crecer, sino que no quiere perder el aliento protector de sus primeros años. Pretende desandar el amor sincero hacia sus seres queridos, abrazarse a la tierra como si fuese una raíz primeriza. Conjura la muerte con un sinfín de veranos, con castillos de arena en la orilla de la inocencia. Rosario Troncoso invoca a las musas cuando sabe a ciencia cierta que es la entrega quien seduce a la escritura, que son las musas quienes se quedan absortas cuando contemplan el ardor con el que acomete sus hazañas, siempre en la última batalla, en un arrebato de pasión, en una pasión por arrebatar hasta el sonoro rumor del mar.

Rosario Troncoso homenajea a Bécquer, a ese espíritu rebelde que trae consigo el romanticismo, pues piensa que la vida hay que amarla hasta la locura, como un huracán interno que nos arranca las raíces, que habita nuestras entrañas como un mar embravecido que, al oído, nos recita de memoria sus olas. Da rienda suelta al amor, abre sus puertas, pero no le dará las llaves al primero que se presente, sino a aquel que sea capaz de derribarlas. Mira cara a cara al verso y se ve abocada a reconocer que sus poemas, en el fondo, son pequeños restos de un naufragio, teselas desordenadas de una existencia que cobra nueva vida en el folio en blanco.

Escribir no sólo consiste en el dominio de la técnica, sino en el afán de querer decir algo al mundo y saber cómo hacerlo, en la trasmisión de un mensaje, disfrazado de corazón, que late ante los ojos de unos lectores voraces. El poema sólo es poema, cuando palpita en el pecho de quien lo lee. O lo que es lo mismo, la poesía es un proceso de comunicación de sensaciones que cobra sentido cuando se refleja en el espejo anónimo de cualquier individuo. Un grito ahogado que deja de pertenecernos en cuanto se hace sonoro, en cuanto se posa, como mariposa, en el pétalo avergonzado de unos labios.

Rosario Troncoso esboza ese miedo a la incertidumbre, a un futuro que se nos cae encima como esas nubes negras que amenazan con derramarse sobre nuestras cabezas. Miedo al riesgo, a la aventura de ser libre, a pesar de que estos principios se antojan imposibles. Censura a aquellos que no están dispuestos a mover un dedo por el ser humano, censura a una sociedad que olvida sus miserias, al arrojarlas sin remisión al pozo del vacío y, sin embargo, mantiene la fe, se asoma de vez en cuando al pretil en el que queda oculta y asustada la esperanza, por miedo a ser descubierta, tiritando de soledad, hambrienta de compañía. Quizás por ese motivo aún nos acompaña.

En el hogar del fuego, en el fuego del hogar, Rosario Troncoso acaba de perder la inocencia y nos ha dejado un poema. Leed sus poemas y recuperaremos la inocencia.