ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR FRANCISCO ALBERTO SÁNCHEZ MAZO

ANÁLISIS DE MATAR A NARCISO, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR FRANCISCO ALBERTO SÁNCHEZ MAZO

Pongamos que nuestro relato comienza en una casa de un pueblo jandeño de la provincia de Cádiz. 

Pongamos que son las 7 de la mañana de un 30 de agosto, y que afuera, la mañana bosteza “de sueños entre versos y sábanas yacientes”. Pronto la madrugada parirá otro día y “la ternura abrirá las puertas al sol”.

Digamos que el protagonista de nuestro relato despierta como cada mañana junto a su mujer, que duerme. Un poco más allá, profundamente, dormita a compás un niño de apenas 18 meses.

Nuestro personaje se levanta y deja tras de sí la ausencia de su cuerpo “arrugado entre las sábanas”, se acerca a su hijo y no puede evitar sentir más felicidad que miedo. “La de nanas que te voy a escribir”, piensa.

Se gira y mira fijamente a la madre del niño. Cae en la cuenta de que por cuestiones laborales no volverá a verla hasta después de comer y decide “acercase a sus labios para maniatar con un beso el silencio”.

Se asoma al balcón. A lo lejos, a la derecha, contempla lo que queda de la palmera del patio de su abuela. En el aire, con el dedo índice, le dibuja unas cuanta ramas. Aun mutilada, la palmera (o su recuerdo) sigue dominando el paisaje.

Nuestro protagonista se acicala, se viste, baja sigilosamente la escalera y sale con los ojos inyectados de versos al “filo amarillento de la calle  San Elías”, que a esta hora ya parece “encender un cigarro de alquitrán”.

Inyectado de versos. Obviamente, nuestro protagonista es un poeta.

Se para a mitad de “la calle en calma” y repara en que si ayer el viento de poniente le trajo “cosquillas de niño”, hoy el de levante será “caliente como una caricia”.

Observa que los operarios del Ayuntamiento han regado las calles, pero quiere creer que ha sido “una lluvia de verano que ha hecho sus ejercicios de caligrafía”.

Atraviesa la alameda y siente el eco del pasado Marathón de futbito. Hay un balón solitario, huérfano de niños, del que nadie se ha quejado aún. Sonríe: “Balada de balón en la alameda”. Mira a su alrededor, no hay nadie. Vuelve a sonreír, travieso; se sabe eterno porque  en unos de los siete álamos, grabó tiempo ha “su nombre y el de ella”: “Amor almado”.

Buscando la calle San Juan, nuestro protagonista se cruza con un albañil camino de su tajo. Su saludo le evoca a aquellos “gañanes sin rumbo fijo que, hambrientos, se cobijaban en aquella vega de sed reinante”.

A la altura de la Plaza del Pijo, desde la lejanía, le llegan el eco de disparos de cazadores. Y los pájaros rompen a volar dándole la razón a Rafael Pérez Estrada: “la sombra más libre es la del pájaro, que no llega a tocar el cuerpo del que es sombra”.

Eco de disparos… Por un momento, los sucesos del 33 le asaltan la mente. Pese al exceso de “Frenadol para el olvido”, nuestro protagonista (como buen benalupense) se reafirma que “en la historia de su pueblo late la poesía como un corazón en silencio”.

El sindicato de Los Invencibles junto al negocio familiar… Mira a su izquierda y le llega el rumor de agua de la Fuente de Cristobilla. Recuerda que de niño él “se lavó las manos para sacudirlas después al aire y secarse los miedos”. Y cae en la cuenta de que en esa misma “fuente de siempre” se lavaron las manos mucho antes su abuela y su madre; y que se las lavarán su hijo y los hijos de sus hijos.

[A estas alturas del relato, ustedes ya habrán adivinado que además de poeta, el protagonista de nuestro relato es también bibliotecario, así que le hacemos dar  la vuelta a la manzana y lo dirigimos a la biblioteca.]

Allí, entre libros, préstamos, devoluciones y compañías silenciosas de estudiantes y lectores se prestará a la tarea de catalogar e idear actividades para contagiar la lectura.

De cuando en cuando le alborotan unas cuantas palabras en la cabeza y las garabatea a modo de exorcismo en un papel que tiene en el mostrador. De pronto, una nube de Babia le sobrevuela la cabeza y le llueven versos que sabe atrapar a tiempo. El fruto de hoy recogido es: “Con estos versos no puedo / darle a la vida la espalda…” y escribe el final en un whats´s up que le manda a su amigo Peti.

Así transcurren las horas y al mediodía, después de acercarse al Ayuntamiento a pedir una vez más dinero para libros, nuestro bibliotecario se da un paseo por el Centro de Interpretación Prehistórica. En una de las galerías comprueba los primeros intentos del hombre prehistórico por comunicarse (¿o eran las mujeres mientras ellos cazaban? que se preguntaría Eduardo Galeano) y reflexiona sobre “el sueño de la tiza que duerme fiel bajo el fuego de la piedra”

Desde la lejanía las campanas de la iglesia tañen de hambre. Es hora de comer.  

De camino a casa de sus padres, donde almorzará, se pasa por el bar del Peli para que Dani Campanario le enseñe una nueva ilustración para el libro. Nuestro poeta se pide un Aquarius (sin ginebra), que le es servido junto a unas olivitas. Le hace gracia recordar que en sus viajes “de Arahal a Ubrique los olivos le despedían con sus manos cargados de aceitunas”.

Ojea el periódico y se estremece ante la noticia de otro asesinato machista: “el hombre que odia, / a sí mismo no se quiere”, sentencia.

En la hora del almuerzo se fija en su padre y, amén de decidir qué verso se llevará hoy de él prestado, reflexiona sobre el noble oficio de la docencia y su huella, que nuestro protagonista también ha dejado impartiendo clases particulares, a la vez que tiene un recuerdo para aquellos profesores cuyo afán de enseñanza pervivirá más allá de la muerte.

*

De vuelta al hogar, una película ocupará buena parte de la tarde junto a su pareja. La película es lo de menos, lo importante es que un niño duerme y ellos pueden prestarse al juego de “enredar sus sonrisas entre cabellos”, de calentar “el temblor frío de los labios”, de “recostarse en los cuellos”… De que las pieles manden telegramas urgentes pidiendo besos a vuelta de correo. De nuevo, otra “tarde de verano con cine” de por medio, “mirando sus ojos negros e inundando su memoria con más recuerdos”.

[Como somos narradores omniscientes, podríamos permitirnos describir con ojo de halcón (o de águila), y todo lujo de detalles, lo que en esa alcoba acontece. Y podríamos decir que la cama se convierte en “un nido de amor”, que “un hombre moldea un cuerpo de mujer como si fuera barro e inventa cordilleras”, o que a su piel se asoman “cráteres de fresa”. Pero no lo diremos, porque para eso ya están los poemas.]

Son ya las 8 de la tarde y afuera ventea un poco. Es hora de hacer un poco de ejercicio. Nuestro protagonista decide salir a correr por el Cañuelo en dirección a Paternilla. Al pasar por el cementerio, un verso le atraviesa, “No voy a verte el tiempo que debiera / y, sin embargo…”, y le deja un nudo en la garganta.

*

De regreso a casa, vida familiar, cena y Cantajuegos.

Ha sido un día intenso y bien ocupado.

Son las once de la noche.

El niño duerme hace un rato, su mujer acaba de rendirse a Morfeo y él aprovecha para leer un poco antes de subir a acostarse.

Toca ordenar pensamientos, y se mira en el espejo, que desde el otro lado le recuerda que “su mirada se perdió en tus ojos hace ya muchos años”.

Las doce de la noche. “Duerme la madrugada soñando con mil farolas”. Afuera la luna aúlla su “balada” para que el sol termine de dormirse y “el viento de levante rompa el mar en mil pedazos”.

Aunque sea una larga noche de insomnio, siempre podrá recordar aquella “edad incierta en la que podía encerrar sus miedos escribiéndolos en un papel en blanco”.

Sin temor, va a dormir junto a la mujer que ama dispuesto a deslizarse “entre las sábanas para abrigar el cuerpo de una nostalgia masticada”. Pero ella ya duerme abrazada a “las cálidas sábanas del viento”. 

Él la mira felizmente: sabe que “sus ojos sonrientes siempre le esperarán en aquella playa solitaria” en la ciudad del viento.  

Y el protagonista de nuestro relato, como buen poeta, piensa en un último susurro de verso antes de ceder al sueño y matar un día más a Narciso: “te quiero como nadie -¿oyes?- me quiso”.

Fran Sánchez Mazo

Benalup-Casas Viejas, 31 de agosto de 2012