22 Nov CUENCA, LUIS ALBERTO DE. SU NOMBRE ERA EL DE TODAS LAS MUJERES
SU NOMBRE ERA EL DE TODAS LAS MUJERES, LUIS ALBERTO DE CUENCA
Afrontar los hitos y los hechos con una pasión desmedida nos da una medida exacta de las ganas de comerse el mundo de Luis Alberto de Cuenca, antes de que las horas empiecen con nosotros. Volver la mirada hacia atrás, hacia un Medievo que suena en la cercanía del poema, en la lejanía de la memoria, supone una forma sutil de vencer al tiempo, de ampliar nuestros años de vida, como si la historia de la literatura latiera en el fondo de las palabras, como si se meciera cómodamente entre los pliegues del verso en ese afán por revitalizar el pasado, por darle vida en el presente. Habitar el universo poético de hadas y de dioses, de auroras y de ocasos no es más que vestir y desvestir a la dama de nuestros sueños, con ropajes antiguos cargados de misterio, con prendas modernas que calzan el vestido ceñido del erotismo. Es conjugar con maestría los tiempos verbales sin que suene a viejo, sin dejar de ser actual, fresco, rejuvenecido. La poesía es una manera de no envejecer nunca.
Poseer un conocimiento extenso de la cultura griega y latina es un estímulo más para que conozcamos la herencia cultural que nos acompaña. No significa, en modo alguno, un ejercicio de pedantería, sino un medio eficaz para conocer nuestras raíces, un reclamo evidente para sumergirnos de lleno en una poesía clásica, que nos coloca en los ojos unos siglos de oro tan vivos como necesarios. Y el oficio perdido del trovador que canta en los palacios, en los castillos, que sale y canta en la calle.
Su nombre era el de todas la mujeres (Renacimiento) es una antología que recorre toda la trayectoria poética de Luis Alberto de Cuenca desde Los retratos (1971), con dos poemas, hasta El reino blanco (2010), concluyendo con un puñado de poemas inéditos.
Rendido al giro de pestañas del amor cortés, sobrepasa esa concepción medieval, pues la dama no es un sujeto pasivo como una viva fotografía en color destinada a la contemplación, sino que actúa en consonancia a su apetito sexual. Responde a los estímulos, de la misma forma que el personaje masculino. En ocasiones no se presenta como un dechado de perfecciones, aunque en su beneficio se muestra más humana, más próxima al ser amado, más de carne y hueso. Ese dinamismo de la amada abre las puertas a una lírica de carácter narrativo en el que la prosa se va adentrando por las carreteras solidarias del verso y el diálogo entre los amantes depara una mayor variedad de estilo, un frío invierno para la monotonía.
A medida que crece el poeta en sus libros, se percibe un otoño cuyas hojas esparcidas en el suelo nos dejan ver más cuerpo, se filtra entre las desnudas ramas la memoria fugitiva de la luz. Luis Alberto de Cuenca sigue cultivando un clasicismo, ahora más depurado, despojado de imágenes recargadas, que incorpora un lenguaje más coloquial y escenas del día a día en un intento logrado de hacer convivir nuestra tradición literaria con los nuevos tiempos.
Su nombre era el de todas las mujeres arroja un muestrario de héroes de la literatura, del mundo del cómic, de la imagen del cine, en una época en la que el heroísmo no produce dividendos, sino cierto desprecio, por su perfección, por su valentía, por el empeño en defender las causas perdidas. Sin embargo, el poeta lanza un dardo a favor de estos personajes, pues sin ellos se diluye el aroma de la infancia, deja de estar el niño revoloteando en el folio. Además, los héroes suelen cabalgar solos en esa soledad en la que se ve envuelto todo ser humano. Es una forma egoísta de compartir la melancolía que tarde o temprano invade nuestros huesos.
El gusto por la novela fantástica es otra fórmula de convocar a los mitos en ese espejismo de inmortalidad que nos proporciona el poema, en ese material de ficción que derrota al tiempo, en ese universo de la palabra que nos salva, a veces, de la realidad. La épica del amor se combate con la poética del humor en un juego latente de que la risa mantiene viva la llama del optimismo, rescata de las llamas los troncos secos de un vitalismo que campea diariamente contra las inclemencias de la vida cotidiana. El humor es un síntoma de inteligencia y un hombre inteligente sabe transmitir sus conocimientos de una forma reveladora.