CRÓNICA DE UN CORAZÓN A PIANO

CRÓNICA DE UN CORAZÓN A PIANO

 CRÓNICA DE UN CORAZÓN A PIANO

 

Anoche acudí al teatro de mi pueblo para asistir a la presentación del disco Casas Viejas, de Jesús Vela. Doce estampas emblemáticas de la localidad se desnudaban sin pudor bajo los dedos de un piano. La noche empezaba a tejer la ternura infinita de las ilusiones y las manos ágiles de las musas bailaban alegres sobre las teclas de muchas horas de ensayo. En una pantalla las imágenes nos besaban los ojos, como un puzzle que cabalgaba a lomos de la historia, desde la pasión antigua de los hombres primitivos en las cuevas, hasta el deseo de la sed corriendo por las fuentes, desde una niñez entre adoquines, hasta el desfile cercano del pasado en un museo, desde el alarido desgarrado de la tragedia que permanece vivo en la conciencia de la gente, hasta el rumor inextinguible de una existencia que acaba de dar sus primeros pasos. En medio del escenario, una voz de acento catalán nos susurraba canciones de cuna y el sonido acompasado de un piano latía sin descanso.

A veces, las palabras desempeñan el papel de fantasmas atentos, juegan al escondite con el silencio y se quedan mudas. Nunca pueden quedarse de piedra, ya que esa afirmación supone que no son capaces de emocionar, de emocionarse.

La vida se resume en varias notas que se mantienen suspendidas en el aire o en el corazón a la espera de que un oído paciente las abrace, las acune, como un sueño que se niega a dormir, que suena más allá de la noche, como la banda sonora de la infancia que recorre de memoria las calles, que recorre las calles de la memoria, como los mapas habitables de un pueblo que esbozan el gesto amable del recuerdo, que se filtran por las venas del presente, que anticipan el eco victorioso de un futuro.

Jesús Vela me ha enseñado que la música es un ejercicio del corazón y la música que sabe tocar la fibra sensible del público es porque lleva el corazón de quien la compone. No son notas las que se oyen. Son latidos de un joven que viene dispuesto a levantarle las faldas a la vida con su talento.

El aplauso es la sonrisa del tacto, de unas palmas que querían estar lo más cerca posible del arte. Acariciar con su viento las mejillas felices del joven maestro.