EL HÉROE DE LOS PEQUEÑOS DETALLES. A LA MEMORIA DE FRANCISCO BASALLOTE.

EL HÉROE DE LOS PEQUEÑOS DETALLES. A LA MEMORIA DE FRANCISCO BASALLOTE.

EL HÉROE DE LOS PEQUEÑOS DETALLES

(A LA MEMORIA DE FRANCISCO BASALLOTE MUÑOZ)

Conocí a Francisco Basallote casi por casualidad. Un hombre que late a escasos 30 kilómetros de Casas Viejas no debe pasar desapercibido y, sin embargo, no había oído hablar de su figura. Digo claramente late porque sus pasos giran en torno al sonido desgarrado de un latido, como si la vida pudiera medirse a golpes de corazón. Un enamorado de la palabra que lleva a cabo la amistad al margen de los círculos. La convivencia, lejos de la camaradería, no ha impedido que el verso se eleve por sus propios medios, que la persona adquiera una altura acorde a su condición humana.

La vida es un relámpago en mitad de la noche. Una metáfora que encierra la breve luz de nuestro deambular por el mundo. En ese recorrido fugaz por el laberinto dolorido de la memoria, no tengo más remedio que detener el tiempo en una conversación aparentemente intrascendente, gracias a la cual mis oídos oyeron por primera vez el nombre de Francisco Basallote. El gran maestro del haiku es ese poeta inmortal que balancea, con la ternura de una madre, la cuna inclinada de un pueblo como Vejer de la Frontera. Un tipo de estrofa que derrama el amor incondicional hacia la naturaleza, un tipo de estrofa que nos invita a reflexionar sobre el día a día, un tipo de estrofa que acoge las raíces de la historia, un tipo de estrofa que revela el carácter fugaz del hombre por la tierra.

Tras ese primer contacto, las redes sociales tendieron un puente de diálogo entre ambos y pude descubrir al poeta que descorcha amor, igual que ese mensaje que uno encuentra en el interior de una botella. Pude descubrir al hombre que sabe acariciar el alma con su presencia a secas, al hombre que da sentido al gesto amable de la ternura, al hombre cuyos gestos nunca nos dejan indiferentes, sino que nos emociona con el poder evocador de su generosidad.

En muy poco tiempo nos hicimos amigos y aproveché un acto que tenía previsto en su pueblo natal para conocerlo en persona, para entregarle el abrazo que ya nos habíamos dado a través del facebook, por medio de una voz a distancia que corría como el chorro fresco de una fuente donde bebíamos la sed implacable de un aprecio mutuo. Un abrazo más allá de la literatura. El centro andaluz de las letras me invitó a dar una lectura en Vejer de la Frontera el mismo día en el que se entregaban los premios literarios del certamen Francisco Basallote, así que decidí quedarme con el amigo en ese merecido homenaje. En el fondo creo que fue él quien me acompañó en todo momento. En Valvatida tuvimos ocasión de compartir recital en unas circunstancias personales en las que yo no era capaz de esbozar la triste sombra de una sonrisa, en las que mi alma estaba tan rota, como un rompecabezas al que le faltan las piezas centrales. Él supo mimar mis costuras abiertas con la palabra adecuada, con el gesto cómplice de quien ha visto más de una vez como un edificio en su época de gloria adquiere el atuendo repentino de una casa en ruinas. Y le otorgó valor a unas piedras derruidas que no arrojaban el valor suficiente como para encontrarse por sí mismas.

He tenido el privilegio de contar con el maestro como el primer lector de mis poemas. En manos de Orfeo se ha ido fraguando verso a verso durante un par de años. Cada vez que le daba vida a un sentimiento en el papel, Francisco Basallote y Pedro Sevilla recibían en su correo electrónico el pulso acelerado de mis palabras. Me han inculcado la importancia del talento, pero, sobre todo, el papel de orfebre que ha de desempeñar todo aquel que decide desnudarse en un folio. Me invitaban a mejorar mis textos, a desdoblar una idea en infinitas versiones, a sentir el pensamiento, del mismo modo que se piensa el sentimiento, como un modo de entrega sin reservas instantes antes de la tormenta o justo después de la lluvia, a modo de arco iris que despliega ese pájaro de colores mudo que es una sonrisa.

Francisco Basallote se ha tomado la molestia de reseñar mis dos últimos poemarios. Me ha enseñado en cada mueca, en cada comportamiento, en su modo de alzar la existencia, en su visión del mundo, a ser cada día mejor persona, a comprender que los héroes ya no existen, que de nada sirven las grandes hazañas en una ocasión puntual, que los minúsculos detalles conforman el carácter de todo ser humano, que es un ademán de mayor valentía estar cada mañana a tu lado que entregarte la luna entre los dedos, pues hay muchos más amaneceres que requieren el calor de unas manos. Un hecho aislado, por muy heroico que haya sido, tarde o temprano sucumbe ante el olvido. La memoria necesita el pequeño guiño cotidiano del cariño al abrir los ojos.

Hace unos meses recibí una llamada telefónica suya para excusarse por su ausencia repentina. Francisco Basallote, en un exceso de humanidad, venía a pedirme disculpas, porque yo le había mostrado los fantasmas que poblaban el bosque desolado de mis sueños, como una tela de araña tendida sobre las grietas de una soledad impuesta por el desamor. Él me mostró siempre su apoyo y me desgranó el secreto de la paciencia. “No te desesperes, pues aún te quedan muchas sorpresas por vivir.” La soledad te va a invitar a reflexionar sobre la vida, te va a permitir un diálogo constante contigo mismo. Quizás había demasiado silencio en el camino. Quizás es un paso atrás para que aparezca, sin iniciar el proceso de la búsqueda, esa mujer que encienda el sol en tus mejillas cada noche y te deje un beso acostado bajo la almohada al despertarte, como una mariposa que detiene el vuelo en tus labios. Francisco Basallote me llamaba por teléfono para, en correspondencia a mis confesiones, decirme que estaba enfermo y que estaba dispuesto a luchar por la vida. Poca gente conoce mi situación, pero es justo que tú lo sepas.

El viernes recibí la noticia de su pérdida, que no es tal, pues sus enseñanzas me recordarán que tuve la fortuna de conocer a un hombre sensible, a un hombre dispuesto a entregarse a los demás a pecho descubierto, a un hombre que seguirá siempre presente en mis días, a un hombre que da la medida exacta de cómo debe ser un ser humano. “Alejandro, el poema, como a mí me inculcaron desde pequeño, debe reunir tres requisitos: claridad, sencillez y emoción.” Francisco Basallote es un hombre sencillo, un espejo de trasparencia y un hombre que toca la fibra sensible de aquel que llega a tratarlo desde cerca, en las distancias cortas, como esas notas de piano que reproducen la melodía cercana de unos versos. Ya sólo queda abrir mi poemario, al azar, por algunas de sus páginas y sentir entre los dedos el confortable aliento de sus consejos, entre los ojos la tierna caricia de sus palabras. Y escribir un último verso hacia la vida: Te quiero, Francisco Basallote Muñoz.