CÁRDENAS, JESÚS. SUCESIÓN DE LUNAS

CÁRDENAS, JESÚS. SUCESIÓN DE LUNAS

CÁRDENAS, JESÚS. SUCESIÓN DE LUNAS

La preocupación por el paso del tiempo como amenaza constante contra la sonrisa, el refugio eterno de la memoria como escaparate donde, por momentos, no tiene acceso el dolor, la concepción de la vida como un instante, y el instante como un relámpago que nos conmueve por dentro, la preferencia por los pequeños detalles en lugar de las grandes hazañas, el gusto por la lluvia con todos sus matices y todas sus metáforas, el amor como hilo conductor del poema hasta el punto de enamorarnos, hasta el punto de salvarnos de la realidad, se erigen como los ingredientes esenciales en la lírica de Jesús Cárdenas. Ya en Algunos arraigos me vienen se percibe el doble juego de la existencia: el afán por evitar la herida que nos proporciona el día a día con el reclamo de la pasión, del recuerdo o de la escritura, y la asunción de la estética de la pérdida. El concepto de la derrota como hecho inevitable y las diferentes tablas de salvación que usamos para mitigarlas. La luz entre los cipreses es una lucha sin tregua contra las sombras. Ese foco que alumbra la conciencia ante la conciencia de la muerte. Ese descanso en movimiento que supone la vida. Mudanzas de lo azul representa el maridaje entre los sueños que nos permiten vivir sobre las nubes y el descenso a los infiernos que encarna el mar. La necesidad de cambio ante los golpes del destino, ante las cicatrices que el tiempo esboza en el rostro de un alma, a pesar de todo, sonriente. Después de la música vibra la emoción en el alambre del folio como ese sendero que recorren los pies de la memoria, como ese latido que salta del papel a los ojos del lector.

Sucesión de lunas arranca con una serie de poemas donde el paisaje aparece como un personaje capaz de dibujar el arrebatado tópico del Locus amoenus con dos focos claramente delimitados: un paseo por las playas de Bolonia en el sur y la estampa fresca de una Asturias en el norte donde la familia política ejerce de anfitriona. Un escenario propicio para el encuentro de los amantes, un anticipo ante la dicha del amor, ante las zancadillas del destino.

Jesús Cárdenas adecua el contenido a la forma. Conjuga la métrica tradicional con la moderna. Es capaz de saltarse la estrechez del verso para sentirse a gusto ante la libertad del poema en prosa, como un modo de no ponerle cadenas al sentimiento, lazos a un corazón que se desboca desde la boca hasta el tacto, desde la mirada hasta el oído, desde el gusto hasta el olfato. Jesús Cárdenas no está dispuesto a establecer límites a un corazón que se desborda ante el torrente de las emociones. Y, lo más significativo, termina emocionándonos. Deja que la lluvia nos moje desde dentro.

La tarde se abre paso hacia la noche en busca de ese silencio que nos habla tras el rumor caprichoso del viento. Unas alas revolotean en el aire invocando el abrazo dolorido de la memoria. El recuerdo se identifica con esa danza absurda de una hoja que desconoce su destino. La infancia se queda atrás como esa espalda que es capaz de mirarnos de frente, como esa orilla que nos moja los pies en un beso desesperado, como esa nube solitaria entregada a la nostalgia del cielo. A veces, la niebla no nos empaña el camino, se erige como escudo ante la amenaza de la muerte. Un labio es esa ave que lanza en su vuelo a la palabra, esa mariposa asomada al espejo que enciende el aroma del amor. En la noche, bajo el abrigo, sin fondo, de las sombras es más fácil apreciar el calor del fuego. Un cuerpo amado es el nido donde descansa el deseo y la lluvia es una forma muy sutil de caricia.

No es posible volver a la tarde. No es posible recuperar el tono azul de la luz. No es posible vivir de forma eterna en los brazos de la melancolía. No es posible habitar las ramas sin sentir la picadura de la caída. No es posible dibujar en el agua la duda y pretender recogerla entre los dedos. No es posible asomarse al abismo sin notar el aleteo del miedo. No es posible anotar en la agenda del corazón el vértigo del tiempo sin saborear la luna hambrienta de la herida. No es posible convivir con la llama sin que esbocemos la sonrisa de una quemadura.

Jesús Cárdenas es consciente de que, en muchas ocasiones, no hay más remedio que acariciar el algodón trágico de las nubes con una canción acompañada por la música deliciosa de la lluvia cuyo eco reproduce la fuente en esa plaza aterida donde el otoño disfraza sus cicatrices, donde los bancos, mudos por el frío, escuchan atentamente la voz de queja del viento, donde la esperanza se lanza a la aventura de un escote. El poeta se desnuda bajo el traje sonoro de la palabra como si jugara a las prendas cada vez que asoma al abismo del corazón un verso despeñado. Un recuerdo lanzado al vacío que, al final, no besa las espinas del suelo, sino ese jazmín dormido en el papel. Un guiño o un relámpago que se enciende en la conciencia del lector. Dura un instante. El mismo ritmo que nos proporciona la vida. El mismo aroma que se eleva hasta los ojos.

El verso surge con ese afán de atarle la melena a la lluvia y, sin embargo, la tormenta desata una prosa poética que desborda los límites del poema. La vida es ese intento de agarrarse al instante y esa imposibilidad de ponerle un lazo al agua.