29 Abr PARDO, PILAR. MIRADOR
MIRADOR, PILAR PARDO
El escritor es un caminante que dibuja un mundo lleno de sonrisas, que traza con maestría un paisaje poblado de palabras, que arranca hoja tras hoja al camino, con el fin de habitar el folio, de hacer que el papel sea un escenario amable para cuando arrecia la lluvia. El escritor no tiene la costumbre de llevar encima un paraguas. Busca el abrigo de un libro o de la vida para seguir adelante. No se oculta bajo la sombra dormida de los versos. Consigue que la tierra se despierte con el latido breve de una emoción. El escritor es un fotógrafo que retrata el instante, que tiñe de nostalgia el sol repetido de la memoria, que enciende, con la chispa de la pasión, las ramas apagadas de los sueños. El escritor siempre juega a ser ese niño que recoge las flores de la inocencia, que abre los ojos al asombro.
Pilar Pardo, en Mirador, recorre las páginas inciertas de la existencia, lee el pergamino asustado del olvido sabiendo a ciencia cierta que cada ola desbarata la arena del recuerdo, cada murmullo que esbozan los labios del viento puede convertirse en una cicatriz o en una caricia. Ambas dejan una huella imborrable en la conciencia.
La soledad se desnuda en los misteriosos parajes de los desiertos, en los pasos reflexivos que se acumulan sobre la playa, en las nubes enamoradas que desatan ante nuestras cabezas el delicado llanto de la ausencia. La naturaleza acude a la cita de la palabra para enredarse con el alma del poeta. De ese modo, una piedra arrojada al río o un aliento de vida enroscado a los brazos del viento esboza una sonrisa sobre las aguas o un estremecimiento en las manos del corazón.
El ser humano brota con sencillez en la grácil dureza de un lentisco, en el curioso desparpajo de un olivo, en el grito desesperado de un pino, en el gesto dolorido de una jacaranda. El ser humano pasea bajo el destello breve de los árboles como ese viajero que necesita recostar sus propias reflexiones sobre el arpa amable de una rama. Todo ser humano se adentra en una barca solitaria hacia el interior del lago, espejo duplicado donde duerme la melancolía. Todo ser humano se abriga con hojas para protegerse del frío, de modo que no podemos renunciar al otoño. Y entonces el mundo se puebla de nombres propios: el padre, los hijos, la familia, los amigos. Una sociedad con vocación de roca que en el fondo simplemente oculta el hambre de ternura.
Pilar Pardo se deja envolver por la naturaleza. Peregrina por los senderos luminosos de la tarde hasta sumergirse en las sombras. Y se entrega. Y nos entrega un corazón deshecho entre las palabras, como un puzle que ella misma compone a su gusto. Como un puzle que nos devuelve las piezas que nos faltan.