FLORES, PEDRO. SALIR RANA

FLORES, PEDRO. SALIR RANA

SALIR RANA, PEDRO FLORES

Si Bécquer acudía al poema como el reclamo más sabio para sentirse humano. Si gritaba al mundo la necesidad de la poesía como el gesto torpe de la memoria que late en los dedos de la nostalgia, en las teclas impacientes del tiempo. Si comprendía que el amor era la raíz que le hace cosquillas a la conciencia hasta darle sentido al sinsentido de la vida. Pedro Flores camina reflexivo por las calles intransitables de la palabra, con un verso descarnado que se ríe de la carne, admite la victoria de las horas sin percibir la caricia de la derrota, no busca refugio contra el frío en los amplios soportales de los edificios, es consciente de que el ombligo no es el punto del mapa más seguro ni el lugar donde debe habitar el ser humano.

Pedro Flores pone en alza una forma extraña de llevar la contraria y salirse con la suya. Se burla de la muerte o, al menos, de esas tradiciones que carecen de una mínima vocación de lógica.

Salir rana es una antología de poesía que araña las conciencias con un lenguaje sin rodeos, directo al blanco y negro de nuestros días, como si la existencia fuese una etapa de resistencia abocada al fracaso y, sin embargo, terminamos la jornada de pie. En una mano alzamos las monedas sobrantes del humor. En la otra conservamos las zapatillas agotadas del amor, como ese corredor de fondo que sufre y disfruta de cada kilómetro del recorrido.

Pedro Flores se despierta con los nervios posados en los dedos inquietos del sueño, las legañas se cubren de asombro, al mirar debajo de la almohada y encontrar un verso tiritando de silencio a causa del Ratoncito Pérez, el recuerdo inagotable de un abuelo que le cuenta al oído sus batallitas de adolescente. Se enfrenta cara a cara con las cicatrices de la existencia y sale airoso de la contienda. Detiene el impacto certero de las arrugas con la plancha encendida de la abuela.

Salir rana es un libro que llena de entusiasmo los bolsillos de la rutina. Se empapa de esa ternura que mastican los viejos en su dentadura postiza, de un lenguaje fiero de quienes ya no le tienen miedo al futuro, de quienes han sido capaces de cortarle las barbas a la hipocresía. Pedro Flores muerde el poema con los dientes desgastados de la ironía como ese palillo que arranca las miserias de la boca. Y uno abre los labios para saborear, sin prisas, el cargado cubata de la sonrisa. La resaca de un naufragio. La lengua despiadada tras una copas.