19 Abr ANÁLISIS DE RE-FLEXIONES: EJERCICIOS PARA EL CORAZÓN, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR MARISA GONZÁLEZ
EL POETA NO PUEDE DESPRENDERSE JAMÁS DE SU MANERA DE MIRAR EL MUNDO
Alejandro y yo no nos conocíamos en persona hasta el día de hoy. El primer contacto que tuve con él fue por Facebook, esa red social en la que él vuelca todas sus reflexiones. Fue el día de mi cumpleaños, apenas hace un mes, y me dejó un archivo de audio con unas palabras muy cariñosas que a mí, realmente, me impactaron mucho. Por entonces yo poco sabía de su trayectoria literaria o de este libro que hoy presentamos. De hecho ni siquiera podía llegar a imaginar que hoy pudiera estar sentada a su lado en esta presentación sevillana.
Confieso que, tras la propuesta que me llegó por parte de Luis, el editor de la editorial Alfar, sentí emoción y pavor al mismo tiempo. No es la primera vez que me veo en esta tesitura pero no deja de ser una responsabilidad actuar como madrina de un libro. Poco después estuve indagando sobre Alejandro. Gaditano, licenciado en filología hispánica por la Universidad de Cádiz, tiene la profesión más bonita del mundo – responsable en la biblioteca municipal – (aquí no puedo más que envidiarte). Comprobé que tras Alejandro Pérez Guillén se esconde un poeta que tiene a sus espaldas varios poemarios publicados (Entrevista con la palabra, Sueños de hadas sin hada madrina,…), un libro de relatos y unos cuadernillos. Yo no suelo ser lectora de poesía. No porque no me guste el género, todo lo contrario, sino por una incapacidad a la hora de extraer la esencia de los versos, de vislumbrar el sentido hacia el que el poeta quiere dirigir al lector. Para mí es una asignatura pendiente. Y tras aquellos versos, viene ahora Alejandro a ofrecernos un ramillete de reflexiones que ha aglutinado bajo el título Re-flexiones: ejercicios para el corazón. Un título peculiar por esa manera de escribir la palabra “reflexión” de la que luego hablaremos.
El poeta no puede desprenderse jamás de su manera de mirar el mundo. Tiene los versos tatuados en su piel y por más que intente moverse en otros géneros, la poesía siempre sale a la luz. Esto es lo que le ocurre en este libro, en estas reflexiones en las que a veces se cuelan los versos camuflados en forma de prosa que aportan cadencia y musicalidad a la narración o bien sirven de antesala a un poema.
Si hay que tener una sensibilidad especial para poder leer poesía, especialmente hay que tenerla para escribirla, una cualidad que Alejandro demuestra tener en las páginas de este libro. Yo siempre digo que, al igual que no es lo mismo oír que escuchar, tampoco es lo mismo ver que mirar. Mientras el resto de los mortales vemos la realidad que nos rodea, el poeta tiene la habilidad de mirarla, escudriñarla e interpretarla. Hay pues una intencionalidad, un deseo de ahondar en los actos, en los pensamientos, en las emociones, de ahí que sean capaces de envolver el día a día con volutas y requiebros.
Cuenta este volumen de pellizcos del corazón con un prólogo que no puede ser más esclarecedor e ilustrativo. Su autora, Ana María Gomar Barea, nos cuenta el origen de los textos que componen este libro, esa desnudez del autor en una red social como Facebook, pero a la vez también lo define y dice de él que es un autor que no finge verdades, que es un cronista de emociones y que este libro es un diario de vida. A poco que te adentres en la lectura, entenderás que la prologuista no puede tener más razón en sus argumentos.
Entre los temas que aborda Alejandro en sus reflexiones figuran la amistad, la inocencia de los niños, el arte de escribir, la infancia y, por encima de todo, el amor, aquel que es correspondido y que llena de plenitud al ser humano y aquel otro que se rompe y lo sumerge en la desdicha, como un canto al amor marchito. Y por supuesto también el amor a uno mismo, porque si nosotros no nos queremos difícilmente nos querrán los demás. También hay homenajes: a su madre, a Francisco Ballasote, gran poeta gaditano ya fallecido y que supuso para él un maestro y una fuente de inspiración, a los amigos,… Y versos, ¿cómo no podría haber versos siendo Alejandro un poeta?
Estructurado en cinco partes, el volumen se compone de alrededor de ochenta o noventa reflexiones, de diversa longitud. En ocasiones, encontraremos reflexiones de una sola frase pero que encierran todo el universo.
De entre todas ellas, yo, como les ocurrirá a ustedes si lo leen, tengo mis preferidas. A mí me ha sorprendido lo fácil que parece todo, lo fácil que Alejandro lo pone. Hay pensamientos de una profundidad tremenda y, sin embargo, él tiene la habilidad de hacernos entender con pocas palabras, de manera sencilla y nítida. Ya desde las primeras páginas el autor nos habla de ese tema central que menciono, el amor, y de la cercanía del mismo sin que lo percibamos, o bien nos desvelará que el amor es eterno, inmutable y duradero. Somos nosotros los que cambiamos.
No pensé que me gustara tanto. He visto al autor desnudarse en público y ante un auditorio compuesto por desconocidos y no lo hace con ánimo de exhibirse sino como terapia porque “el hecho de esbozar unas palabras por escrito me ayuden a ver la realidad con una claridad suficiente como para que se despejen de una vez las nubes que me ciegan” (Vivir en las alturas I, pág. 24). Esta es una idea que aparece con frecuencia en los textos porque quiere dejar claro que “sólo cuando pongo por escrito lo que siento, soy capaz de ver la realidad con nitidez” (Contagio – pág. 44)
La sinceridad, la honestidad, la franqueza,… serán los pilares de este libro, pilares en los que se sustenta un abanico de emociones en las que el lector puede verse reflejado. A mí al menos me ha ocurrido así. Un ser humano no es tan distinto a otro y por eso, yo también tengo esos lugares que han quedado marcados para siempre cuando se ha sufrido en ellos, cuando el amor te ha dolido, como él bien menciona en esa reflexión que has denominado Retorno. Al igual que en su vida hay calles, rincones y plazas que ya tienen un valor añadido, nosotros, los lectores también tenemos las nuestras porque, como bien dice, “el paisaje cobra la importancia del alma que lo ha vivido” (pag. 31). Y a este respecto, me decía Alejandro que algunos lectores han catalogado su libro como un manual de autoayuda. Yo no lo veo así. Es verdad que las emociones de Alejandro quedan desplegadas sin ningún tipo de tapujos y pueden ser similares a las que cada uno vivimos pero él no ofrece soluciones, quizá algún consejo como en Esquema, pero no nos dice cómo debemos actuar o qué debemos sentir. Él solo nos cuenta sus vivencias y seremos nosotros los encargados de sacar conclusiones.
Me han gustado especialmente las reflexiones – retrato como yo las llamo, esas en las que él se define a sí mismo, en las que dice que no es más que un corazón sin cabeza, que conoce que la felicidad está en las pequeñas cosas, como los momentos que comparte con su hijo Antonio, que vive a pecho descubierto aunque eso signifique estar vendido, exponer su vulnerabilidad porque sentir dolor es sinónimo de vivir y haber vivido. No le importa seguir los dictados del corazón “a pesar de que me empujen al precipicio”, declara en Un día de compras (pág. 50) y confiesa que jamás renunciará al amor porque el amor, aunque haga sufrir, deje marcas y cicatrices, es lo que nos hace vivir.
Re-flexiones: ejercicios para el corazón es un libro para leer despacio, para saborearlo y paladearlo. Yo aconsejo leer una reflexión cada día o cada pocos días, y dejarla reposar en nuestro interior para que eche sus frutos. Solo así se puede disfrutar con plenitud de este libro que no es más que un elixir para beber a pequeños sorbos, para releer en el futuro porque una reflexión quizá no nos sirva hoy pero sí mañana.
Y antes de dar la palabra a Alejandro, al fin y al cabo es él quien debe hablar de sí mismo y de su libro, me gustaría leer una reflexión cortita, una de las muchas que tanto me ha gustado. Se titula La arruga (pág 135):
LA ARRUGA
Una arruga es la caricia que el tiempo ha ido tejiendo en la mejilla sonrosada de la vida. Las cicatrices son un mapa de carreteras para los que han vivido el día a día con intensidad. El camino por el que transita el recuerdo. La memoria acostada en el papel.