19 May ANÁLISIS DE RE-FLEXIONES: EJERCICIOS PARA EL CORAZÓN, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR LUIS GARCÍA GIL
Ejercicios para el corazón
¿Para qué escribimos? Se pregunta el poeta cuando el otoño llega cual dama melancólica o al abrirse la primavera como el fruto de los sentidos. Cada libro es una respuesta a esa pregunta, una forma de dejar un cierto autorretrato y de encontrarse con el otro, con el lector que busca una palabra, un verso que le salve, que le otorgue claridad cuando lo oscuro trastabilla la senda de la vida.
Alejandro Pérez Guillén es poeta y amigo. Vierte a su modo en cada libro su autorretrato y escribe como vive y como sueña con el corazón temblándole en la garganta y en la mirada. Ahora nos entrega estas Re-flexiones, ejercicios para el corazón que pudiera parecer literatura de autoayuda si nos atenemos al título pero que es mucho más que eso pues quien emprende esta aventura otorga lirismo a todo lo que toca. Y traza a su modo un relato vital y sentimental. Miramos con Alejandro el acontecer diario, la alegría y la amargura que conforman nuestra existencia.
Para mí es un placer estar aquí acompañándote. Cantar lo que tú cantas, apresar en cierto modo las huellas que este libro deja en el camino. El corazón y sus dolencias. Corazón herido de dudas de amor que cantaba Silvio Rodríguez. Decía Pessoa que si el corazón pensara se moriría. Neruda dibujaba un corazón amarillo en la piel del ocaso. Vicente Aleixandre tituló uno de sus libros Historia del corazón, Aleixandre que se escribiera con mi padre, el poeta José Manuel García, en otro tiempo, en otro espacio, en otro Cádiz que siento mío, que me pertenece. Lo ha cantado también mi querido Aute al que dediqué uno de mis mejores libros:
Que el corazón es insensible
juran;
aseguran que ni siente ni padece
ni es otra cosa que una víscera,
bomba,
motor de no sé cuántos protoplasmas, plasmas…
blando reloj, encrucijada de venas y arterias,
metrónomo de sístoles y diástoles,
Sí, parece que sí que no padece, sí,
parece que sí que no, que sí que no,
que sí que no, pero,
dónde me duele tanto, dónde mata,
en qué célula o molécula del demonio
siento toda esta asfixia,
este dolor,
que me golpea
que me traspasa
que me crucifica
cuando Tú me dejas, corazón.
Somos un corazón que sueña. El amor nos deja cuando se marcha el temblor de su herida. Alejandro Pérez Guillén hace que el dolor cicatrice en la hoja en blanco. Nos lleva en volandas hacia estos ejercicios latentes, hacia el contorno de la herida que la palabra luminosa aquieta y cura como cura el hijo con el que recobramos la infancia que tuvimos.
El fuego del desconcierto, La conciencia de la pluma, El hambre de la memoria, los mordiscos y Cicatrices. Partes de un todo lírico y fulgente. Anoto fogonazos en la prosa de Alejandro: “la sonrisa descansa en gestos mínimos”; “a mí me bastaría con tomar a mi hijo de la mano y caminar, distraídos el uno con el otro, por los senderos dormidos de un parque; ¿Dónde se marcha el amor cuando se acaba?; hay momentos en la etapa de cualquier ser humano en los que es necesario beberse la noche, acostar el sueño entre las sábanas y salir en busca del tuyo”.
Se muere varias veces en la vida antes de morirse. Se muere y se resucita. Muere el amor y morimos nosotros. Pero luego resucitamos en el nuevo amor que proclaman los labios. Alejandro nos cuenta la historia de su corazón, de la muerte y resurrección del amor. Y aunque la melancolía sea la patria de los poetas Alejandro sabe otorgar a su melancolía una luz muy singular, la que viene de la tierra que le circunda.
El poeta templa su lira, abraza el instante que detenga el corazón y escribe la palabra Benalup y la palabra hijo y evoca a su madre en un hermoso poema y recuerda el ejemplo y la lección del poeta Francisco Basallote. Más fogonazos: “Voy a correr con la esperanza de que el dolor se canse de mí”; “Quiero estar loco porque es la mejor forma de estar vivo”; “Que el silencio se duerma y me despierten tus palabras”; “Nunca abandonaré el niño que me habita”.
Habitar los columpios, habitar la infancia, el niño que fuimos, el tobogán y el ansia de escalar los muros, de correr hacia el infinito con el pantalón corto y la primavera en bandolera. Eso también constituye el alma de los poetas, el alma de Alejandro Pérez Guillén que mata a Narciso y se pone en manos de Orfeo, el mismo Orfeo que desentrañara Jean Cocteau, otro poeta ligado a mi padre cierta noche gaditana de 1960.
Papá, todo el mundo sabe que el limón es una naranja de otro color. El hijo de Alejandro también escribe poemas sin saberlo. Y llena con su presencia este hermoso libro donde el protagonista, a pesar de las cicatrices, a pesar de las heridas, sigue creyendo en el amor como el antídoto ante los golpes del destino, siendo lágrima que corre bajo los soportales, pero también sol que endulza el horizonte. Porque es necesario vestirse para desnudarnos a través de la palabra. Y la palabra es viento que acaricia los espejos donde nos retratamos.
Acariciar, vivir, amar al margen del humo invisible del fracaso. Leo el libro de Alejandro y pienso en el orfebre que con sus manos da cuerda al mundo. La poesía es la primera respuesta frente a la verdad inconcebible que es la muerte –dice Zurita-Ciegos dos pájaros cantan posados en el tembloroso alambre de una rama. Y me acuerdo de Eugenio de Andrade que decía que con las aves se aprende a morir.
Aves del estío y del hastío, del amor y del deseo, de la niñez y el ocaso. Alejandro echa a volar las aves de la palabra que vienen de lo profundo del corazón. Y enciende un cigarrillo y se viene conmigo a jugar un partido de fútbol y se pone los guantes y emula a Paco Buyo porque el Real Madrid también es infancia, infancia balompédica de chapas en la acera y cromos en el álbum. Y le leo y me leo a mí mismo porque somos de la misma quinta y vamos pintando las mismas canas. Y en su acogedora palabra me siento reflejado.
Ejercicios del corazón, fogonazos en la niebla, los amigos primero como cantaba Brassens como Alejandra y su experiencia parisina. “Que venga el futuro que quiera, el presente soy yo y mi sonrisa”; el tiempo deja su propia historia grabada en la piel como si los dedos adquirieran el atuendo de un poema de amor”; “Una guitarra no suena en la distancia sino que sueña con un mar que le ofrezca las olas de la libertad” “una hoja que danza en el aire no significa nada para el suelo donde descansa pero cuando su baile roza el alegre suspiro de una mirada, toda la vida se enciende en mis mejillas”. Prueben a ponerle música aunque ya la tenga.
Y lean este hermoso libro en el que Alejandro a su manera se recompone, pone orden a su mundo afectivo como hacemos todos los poetas. Y hace girar el sueño y dice que quien no es capaz de volar está incapacitado para el amor. Sólo quien ama vuela, dijo cierto poeta de Orihuela, rayo que no cesa, perito en lunas.
Re-flexiones, ejercicios para el corazón es un libro para entregarse en cuerpo y alma. Un libro al que yo quisiera añadirle una última página, una página donde aparece nuestro querido y llorado Manuel (Lolo para los amigos) que ya está con los ángeles libreros en un cielo intensamente azul. No podía dejar de mencionar esta pérdida y mandarle públicamente mi cariño a la familia de la librería Manuel de Falla con la que tanto Alejandro y yo queremos. Esta última página es la que dejo como hoja volandera en el corazón de todos los presentes.