03 Mar ANÁLISIS DE SOL DE INVIERNO CONTRA LA BORRASCA, DE ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN, ESCRITO POR FRANCISCO ALBERTO SÁNCHEZ MAZO
Presentación de Sol de invierno contra la borrasca,
de Alejandro Pérez Guillén
He de confesar que hay algo en la escritura de Alejandro que me abruma, y que podría resumirse en su forma temeraria de abrirse en canal a los demás.
Ocurre que, mientras voy leyendo uno de sus poemas por primera vez, siento inquietud, y a medida que avanzo en la lectura, una agitación intelectual y sensorial, entre el desconcierto, la preocupación y la admiración, me atraviesa:
—Desconcierto; porque por lo general somos reservados y pudorosos con nuestros sentimientos, y cuando vemos que alguien los convierte en poesía, los pone negro sobre blanco, los exhibe y lanza al mundo, algo se remueve dentro de nosotros.
—Preocupación; porque, en el caso de Alejandro, cada poema es un parte médico, el termómetro de su agitada vida amorosa. Y cuando los versos son de desamor, uno no sabe si lo estará pasando mal o si ya lo habrá superado. Por el contrario, cuando son de amor, te tranquilizas porque sabes que Ale estará en estado febril, en pleno mes de abril, delirando de felicidad.
—Y admiración, porque siempre hay un verso, una estrofa o el poema entero que brilla con luz propia, y piensas: otra vez lo ha hecho, otra vez ha inventado una metáfora imposible, dibujado una imagen cegadora; otra vez, Ale habla de mí y me retrata.
Y esto último, en poesía, es fundamental y es lo que consiguen los buenos poemas y los buenos poetas. Interpelarnos. Agarrarnos por las solapas. Espabilarnos. Estremecernos. Ponernos delante de un espejo. Retratarnos. Arañarnos. Entristecernos pero también alegrarnos. Hacernos cosquillas. Lograr que nuestra mirada brinque tras un verso y nos lo apropiemos. Provocar que volvamos a leerlo, porque es reconfortante. Descubrirnos nuevas sensaciones o hacernos revivir otras que creíamos olvidadas. Devolvernos imágenes perdidas. Recordarnos sentimientos. Arrojar luz a las sombras. Despejar el cielo gris. Limpiar, alargar y ensanchar nuestra mirada.
En definitiva, cuando leemos un poema, escuchamos música o vemos cine y temblamos es porque también habla de nosotros.
En este poemario, como en los anteriores, Alejandro parte de su «yo» porque escribir es su terapia, su forma de explicarse, conocerse y entenderse. Todo aquel que ha escrito para expresarse, sabe que, al hacerlo, ordena su mundo: le da sentido, combate sus miedos y se enfrenta a su caos. Escribir consuela, quien lo probó lo sabe.
Y en el caso de Alejandro hay más, porque en su vocación creadora nunca ceja en la búsqueda de la belleza, la sorpresa, el triple salto mortal en cada verso.
Puede parecer fuera de lugar, pero para ilustrar esto que apunto les invito a que lo observen jugando al fútbol sala como portero. Su actitud bajo palos es arrojadiza, temeraria, valiente, estética. La misma que cuando escribe poesía. No se deja nada para sí: se lanza a corazón descubierto y lo que tenga que ser será.
Decía antes que Alejandro parte de «su yo», por lo tanto él es su primer lector. Y ahí radica otros de los secretos de su poesía: la generosidad. ¿De qué sirve un poema si no se comparte? ¿De qué dar una palmada con una sola mano? ¿De qué un beso si no hay otra mejilla al final? ¿De qué un abrazo al aire?
Por tanto, aunque el primer destinatario de un poema es su propio autor, luego venimos los demás, los lectores. Y cada cual acabará identificándose en mayor o menor medida con uno de ellos.
La poesía, como cualquier otra disciplina literaria, trata sobre la vida, el amor y la muerte. No hay más. Y de estos tres elementos está repleta la poética de Alejandro: un canto entusiasta a la vida, a pesar de sus sinsabores; un grito de amor esperanzado, en todas sus variantes; y un desafío a la muerte cotidiana, a la simbólica y a la dolorosa e inevitable.
Este Sol de invierno contra la borrasca ya empieza jugando con las palabras en su título: sol e invierno, cuyos campos semánticos se irán cruzando sucesivamente a lo largo de toda la obra, dos elementos antagónicos aunados en contra de la borrasca: la primera pista del estado de ánimo del autor.
Luego, el poemario se divide en cinco bloques: «Intenciones», con dos poemas; «Un nido sobre el árbol», con trece; «Sol», también con trece; «Inviernos», con nueve; y «Borrasca», con once. En total, cuarenta y ocho.
En el primer bloque, «Intenciones», el poeta dicta una declaración antes de emprender lo que se presume sea un nuevo viaje amoroso. Es peregrino viejo, conoce los baches y las incertidumbres del camino, pero aún así, agarra su mochila, cargada de encuentros y desencuentros, y sale a por todas, aunque ahí fuera sea invierno y llueva, decidido a conquistar un nuevo corazón.
En «Un nido sobre el árbol», el segundo bloque, el poeta ya está en la fase de enamoramiento y, aunque se acomode en esa frágil imagen (un nido en un árbol), no se olvida de antiguos trances, como el del poema «Insuficiencia»: «Lo peor de todo no es estar solo, / sino recordar que estuviste / acompañado».
Hay en esta parte muchas menciones a la naturaleza, a la fauna y a la flora, a elementos meteorológicos, al mar, lo que le permite trazar paralelismos entre el paisaje exterior y el suyo interior, algunos inquietantes como el del poema «Las aguas del pantano», en el que «… un hombre solitario se asoma a la ribera».
Mención aparte merece el poema «Hojas»: es, entero, una metáfora. Sublime.
Otro poema, «Camuflaje», podría haber pertenecido al primer bloque, pues además de una declaración de intenciones es un poema de resurrección: «Me dispongo a ponerme / de pie. A caerme cuantas veces sean / necesarias…».
El tercer bloque, «Sol», es luminoso. El poeta está enamorado, «Es el amor que regresa» reconoce sin cortapisas, y da rienda suelta a sus sentimientos y se desata: «Cómo decirte / que temo más tu ausencia / que todos los inviernos / del mundo».
En el poema «A ciegas», lo reconoce sin ambages: «Me habría quedado en el pozo / sin fondo de tus ojos…».
En «Romperme», sabe dónde está el paisaje que desea: «Me asomo a la ventana de tus párpados».
En «¿Qué es el fuego, cariño mío?», reconoce que sus «desbocados versos de amor» están «en primera línea de combate».
En «Refresco sin hielo» se mete en otra piel para lanzarle un piropo a una camarera, que dicho de modo elegante, y teniendo en cuenta el contexto de «lengua quemada», cualquier camarera encajaría bien. De hecho, «a la espalda de la muchacha» del poema «el sol le dibujó una sonrisa azul»: ¿ficción o realidad?
Por su parte, «En la almohada» y «Suéñame», tan precisos, son la cumbre erótica de esta parte.
El cuarto bloque, «Inviernos», se abre con el único soneto del libro: «Contigo entre las sábanas». No solo por el ritmo y la música que tiene un soneto bien construido, sino por la temática y la manera de mezclar en catorce versos el frío y el calor, el hielo y la llama, me parece una delicia.
«La tarde solitaria» es un poema que emparenta con «Las aguas del pantano», en el bloque anterior: de nuevo, un hombre se asoma al agua.
Los tres versos titulados «Inviernos» tienen vocación de haiku, pero no lo son. No obstante, es un poema de orfebrería. Bello por su sencillez.
El titulado «Toda una vida» tiene nombre de bolero y podría serlo: «Todo un invierno / para derrotar ese instante / de dolor que es la vida».
Esta parte se cierra con «Las palabras», un poema amoroso con final erótico en el que el poeta reconoce que en determinadas situaciones sobran las palabras.
«Borrasca» es el quinto y último bloque. El primer poema, «La mosca», es el verso suelto del libro, la descripción del hambre en el tercer mundo, un puñetazo en el estómago.
«Francotirador» define las intenciones de Alejandro como poeta: «El buen poema / no es aquel que enseña la llama, / sino aquel con el cual nos quemamos los dedos».
«Pararse a pensar» es breve pero intenso; y machadiano: «Todo pasa y nada queda». Triste y bello a la vez.
En «El escondite» hay una mirada a la niñez, siempre tan evocadora para los poetas. Este poema, que podría hablar de cualquiera de nosotros, esconde varias imágenes y juegos de palabras extraordinarios, pero hay dos versos que me parecen todo un hallazgo: «Se me puso de pie / la piel de los recuerdos».
Este bloque se cierra con dos poemas. El primero, «Última vez», es pesimista y sombrío porque trata del amor dormido, del final de los finales, y da pie al poema final, titulado como el libro y que lo cierra a modo de recomendación y antídoto: ante la oscuridad solo queda el «Sol de invierno contra la borrasca».
Aparte de lo anterior, como en todos los libros de Alejandro, en este también hay:
—Erotismo elegante:
«…una raíz enroscada / a la serpiente de tus curvas»
«… si besan mis oídos tus palabras».
«… Y yo no tengo más respuesta / que el tatuaje invisible de tu piel /
contra la mía».
—Metáforas:
«… ese golpe de lluvia que se deshace en los brazos de un charco».
«… el asombro se enrosca al pecho como esa enredadera abrazada al muro en ruinas de los recuerdos».
«Un abrigo es lo más cercano a la caricia».
—Paradojas:
«… la inagotable sed del agua de la fuente».
«… el eco dormido del silencio».
«… Abriste la mañana / con un bostezo interminable».
—Juegos de palabras:
«… las prisas sólo / cansan a los que corren».
—Sentencias y remates:
«La vida es un abrazo / de luces y de sombras sin descanso».
«Quemarse a tientas / es el único modo / de encontrar el camino».
«Termina de romperme con tus ojos».
También hay numerosas perlas y hallazgos:
«El tiempo abriga / con demasiadas mantas los recuerdos. / Basta un relámpago en la noche / para que pasemos frío otra vez».
«Dile a los sueños que se enciendan / en tus ojos, y duérmete / de una vez en mis pupilas de fuego».
«Para mí la libertad consistía / en abrazarme de por vida / a tu cintura».
La poesía de Alejandro de un tiempo a esta parte está cada vez más depurada y destilada. El poeta ha sabido encontrar el equilibro perfecto entre el lirismo y la prosa poética, dosificando las metáforas, las paradojas y los juegos con el lector, colocándolos en el sitio exacto y más eficaz.
Los poemas siguen teniendo el buen ritmo que acostumbran, la medida conveniente del verso libre y la extensión precisa, y la madurez estilística es prácticamente plena. Y lo mejor: se percibe un afán de superación digno de elogio porque corren buenos tiempos para la lírica y el amor.
En definitiva, querido Alejandro, seguro que a este poemario le seguirán más y sus poemas te llevarán a viejos y nuevos sitios, de donde te traerás nuevos lectores y experiencias.
Para concluir, una reflexión. Hay un dicho que dice que «Después de la tempestad viene la calma», pero yo creo, como una canción de Tachenko, que es justo al revés: «sin calma no habrá jamás tempestad».
No sé si estos poemas proceden de la calma, de la tempestad o de ambos sitios. Sea como fuere, han llegado a buen puerto. Están entre nosotros, los lectores, a resguardo, y estoy seguro de que sabremos apreciarlos porque no solo hablan de él, de alguna manera también hablan de nosotros y por eso ya nos pertenecen, que cada cual elija el suyo.
A ti, Alejandro, muchas gracias por crearlos.
Benalup-Casas Viejas,
sábado 14 de abril de 2018,
Café Pub Tato