PÉREZ MONTERO, RAMÓN. ERAS LA NOCHE

PÉREZ MONTERO, RAMÓN. ERAS LA NOCHE

LA LUNA ES POTABLE SI INCLINA SUS LABIOS SOBRE EL RÍO.

RESEÑA DE ERAS LA NOCHE

 

Hay libros que te reconcilian con la literatura. Que hacen un recorrido por la historia de la palabra y en cada parada queda el espejo de infinitas lecturas, en cada charco del camino la vida se refleja, con sus aguas limpias, con sus andares de barro.

Hay libros que caminan por la edad media y en unos pies descalzos duerme agotado el mapa solitario de la sierra. Largomayo se confiesa ante el crucifijo de Jesús. Para elevar la gloria del que muere por nosotros es necesaria la figura de Judas, de quien traiciona al hambre y al hombre. Eras la noche no es una novela que rumie la conciencia del pecado. No es una novela de contenido religioso. Es una historia tejida en torno a los opuestos. La noche solo cuenta con luz si se nos echa encima el día. La ternura campa a sus anchas en los momentos de mayor crudeza. El odio es la cara amable del miedo. El amor es un lujo que nos permite soñar con la supervivencia. No nos traslada a castillos encantados ni iglesias en penumbra. Pero mantiene con pulso el silencio de las estrellas y sus murmullos. Ese marco de misterio en el que se ve envuelto el hechizo. Las sombras desatadas del terror y los fantasmas que la pueblan. No es un ajuste de cuentas. Es un pasado que arrastra sus cadenas. Es un presente sin alas.

Hay libros que deambulan por los siglos de oro. Personajes que tejen los hilos invisibles de la picaresca por un mendrugo de pan, por el almuerzo que nos proporciona el campo, por el placer de sentir unos latidos a su vera. No es la ciudad el espacio por el que galopa la esperanza. Es un cónclave rural donde a la persona le cuesta un mundo hacerse personaje. Es la angustia vital de un maquis que recurre a unos golpes de sabiduría para seguir adelante. Es el juego de salir a la intemperie con tal de contar con un poco de aire. Es un órdago a la locura. Es un órdago a la valentía. Es un canto a una época donde nada es fácil. Y la aspereza del día a día se mece con la metáfora. Un mundo tremendamente hostil que se hace amable con el lenguaje. Unos atajos con espinas que no terminan de clavarse en la garganta gracias a unos gestos de afecto. Una novela con tanto realismo que es la belleza quien la rescata: «El cuerpo expuesto al sol no tarda en mostrar gruesos adornos de esmeraldas. Moscas verdes que, ávidas de sangre, revolotean sobre aquel despojo hediondo.»

En Eras la noche nada es gratuito. El paisaje no es un decorado que se desconcha con el tiempo, sino que se convierte en protagonista. El paisaje no es un adorno más o menos hermoso. Los personajes viven en la calle, en el campo, duermen y sueñan sin paredes que lo abriguen. Se desenvuelven en la huida. Son perseguidos. Aquí acude al rescate el autor. Cose con maestría la existencia. Inventa un mimetismo del personaje con la naturaleza. Si el ave necesita el viento para desplegar los sueños, los maquis se arrastran por la tierra, se empapan de barro, entienden los arañazos de las carrascas, las zancadillas de los quejigos, el canto de los gallos, la cueva nocturna de los lentiscos, como una oportunidad para alumbrar un amanecer nuevo, como una caricia ante las inclemencias de la soledad. Establece una comunión perfecta con sus raíces. El hombre camaleónico en pos de unas horas más de libertad. Y, sin embargo, cada uno muestra descaradamente su independencia: «Una alondra canta en la copa de un árbol. A la alondra no parece interesarle lo que ellos hablan. Bernabé tampoco parece escuchar el canto de la alondra.»

Eras la noche escenifica una realidad que estrangula a la mentira, desmigaja el recuerdo en un diálogo acompasado por la astucia y el miedo y lanza un guiño cómplice al Quijote, a ese Cervantes capaz de introducir la verdad en el fuero interno de la ficción, de darle dignidad a la derrota, de concebir la victoria como un gesto de valentía. Un universo despoblado y habitado. Lleno de ruidos y de silencios. Cargado de nostalgias y convivencias. De aislamientos y calor humano. Un universo desangelado: «Porque lo más doloroso de la vida es tener que pensar. Pensar día y noche sin nadie a quien decir lo que se piensa.»

Ramón Pérez Montero adquiere la extraña habilidad de crear unos personajes redondos y rotundos, flexibles, contradictorios, crecientes, en absoluto maniqueos, unos personajes tan humanos que parecen escaparse del folio, personajes de carne, personajes de hueso, duros como la piedra, sensibles como un arbusto. Personajes que se visten de una dignidad a prueba de balas, la dignidad que les confiere luchar por la vida. Todos forman parte del mismo bando: «Acurrucados el uno tan cerca del otro que ambos parecían soñar el mismo sueño.»

En Eras la noche cabe destacar el uso del tiempo. Se estructura en dos momentos: años cuarenta y 1965. Está escrita con una prosa tan jugosa, tan fluida, tan transparente, tan depurada en su belleza, tan poética en los senderos dirigidos por el narrador, que el lector no se confunde en ningún instante, sino, al contrario, paladea cada frase, se asombra de cada recurso, mastica plácidamente cada diálogo, da rienda suelta a su imaginación y lamenta un solo detalle: que se acabe tan pronto.

Es un libro que te invita a saborear cada página. Tan fiel a la historia, con tanta magia, que la luna es potable si inclina sus labios sobre el río. Una novela asombrada con el juego de luces de las ramas, con el juego de luces de las letras.