03 Mar PRÓLOGO PARA DÍAS DE ABRIL, DE MANUEL GONZÁLEZ, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN
DÍAS DE ABRIL
BUSCO LA PRIMAVERA EN TUS OJOS
Me asomo a la ventana. Un viento contrario a la caricia deja en mis ojos un puñado de lluvia. Hay un pájaro triste en las ramas. Y, sin embargo, abre el pico para el canto. Una pequeña hoja se columpia en sus brazos hasta que un golpe de mentira la hace caer al aire. ¡Qué hermosos son esos pasos de danza en la caída! Salgo a la calle. Me agacho un momento, el tiempo preciso para recoger las piezas sueltas que desafían a mis pies. Late el mundo entre los dedos. Cierro el puño. Y al abrirlo, aparece desnuda la nostalgia. Ya no duele el amor. Cruzo al otro lado de la acera. Está en verde el semáforo del olvido. De música de fondo suena Amaral.
Las nubes se retiran. El sol enseña los tobillos. Ahora camino hacia el mar. Las olas no se sienten solas. No existe el tiempo, ni hay un reloj de arena que escape a mis piernas desnudas. Te busco entre las rocas. Te persigo bajo el agua. Te abro las puertas de la orilla. No cuentan con cerraduras. Las llaves son tus manos que encajan con las mías. Regresa la memoria con la marea. Me adentro. El agua me cubre a la cintura. Sigo adelante. La espuma escribe una caligrafía torpe y húmeda en mi barbilla. Se lanza el deseo a los labios. Me sumerjo de cabeza. Bucea la locura. Le echo una pizca de sal a la vida, un racimo de alas y de olas.
Así brota Días de abril, con la cicatriz clavada en el folio, con el corazón de un bolígrafo en una servilleta. Unos dardos que apuntan al centro de la diana, unos poemas cortos en los cuales aprendemos que el dolor tiene costuras que se descosen, gestos deshilachados que, al unirse, componen la prenda divertida de la esperanza. El libro de la sístole que se contrae para expulsar la tristeza bajo la sombra del verso. El libro de la diástole que se expande como unas pupilas al arrojarse, sin escudos, a la sonrisa.
Para Manuel González el papel es una mecedora donde la herida pide a gritos la conjura amable de las palabras. Una queja contra el desamor que, al final se enamora de la luna que hay bajo la blusa de la amada. El amor arranca. Cambia de cuerpos. Sabemos cuándo empieza. Pero nunca acaba. Lo mismo que le ocurre a Manuel González cuando emprende el camino de la vida. Una literatura que emplea latidos en lugar de poemas.
ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN