03 Mar PRÓLOGO PARA DOCE V, DE MIGUEL ÁNGEL MORENO CORTABARRA, ESCRITO POR ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN
UNA NOVELA, COMO EL AGUA, PEGADA A LA PIEL
Fue un honor que Miguel Ángel Moreno Cortabarra acudiera a los pocos conocimientos que me sustentan para que le atara el lazo a su novela, para que mis palabras encabezaran un sueño que el autor ha ido tejiendo con los años, como el niño que arroja a la tierra la sonrisa abierta de una semilla en el huerto del abuelo. Pasa el tiempo. Se asoma un tronco débil que se abraza al viento con el mimo de unas ramas. Se hace hombre y cuelga de sus brazos el fruto maduro de la paciencia.
Doce V se ha ido gestando a fuego lento en el interior de la conciencia al ritmo opuesto con el que ardían las chozas en el fuego descabellado de la historia. No es una obra trazada a vuela pluma, con prisas y a la carrera, sino que sigue la estética del campesino, el difícil arte de la espera. Son un puñado de pájaros ya crecidos en el árbol casi centenario de la tragedia. Un nido construido con los hilos del corazón a lo largo de la vida.
Si Juan José Téllez sentía predilección por ambientar sus historias en el marco del Campo de Gibraltar donde vivía, si José Ruiz Mata envolvía la trama por los alrededores de Jerez que conocía al dedillo, si Eva García Sáenz de Urturi pasea a sus asesinos en serie por el País Vasco y por Cantabria en un paisaje que le es tan familiar como la infancia, si Dolores Redondo se adentra en las noches desapacibles de Navarra como quien vuelve a recuperar la atmósfera de las leyendas, es totalmente comprensible que Miguel Ángel Moreno Cortabarra se sumerja de lleno en los Sucesos de Casas Viejas, en un pequeño pueblo de la provincia de Cádiz donde ha girado toda su existencia.
Hay escenarios que pasan de puntillas por los personajes que la habitan como un velo suave que apenas cubre la curiosidad del lector. En cambio, hay lugares que dejan atrás su papel de actor secundario y se erigen en los verdaderos protagonistas de la historia. Hay lugares que afilan sus uñas sobre la carne de la memoria, que cubren el recuerdo con la densa telaraña del miedo. Es el caso de esta novela. Es el caso de los habitantes de Casas Viejas que, durante mucho más tiempo del aconsejable, han usado el silencio como escudo desde el cual hemos estado a punto de perder las raíces, de dejarnos el puzle a medias.
Pero esta novela no se enclava solo en el año 33 cuando desaparece un autobús en extrañas circunstancias, camino de Casas Viejas. Arranca a finales de los 80 cuando un agente secreto llega a Benalup con la misión de encontrar, oculto en el interior de ese vehículo, unos documentos que pueden cambiar el rumbo de España.
Miguel Ángel Moreno Cortabarra cose mediante el recuerdo la descripción de un pueblo que sigue vivo aún en el mapa de su niñez. Si concebimos la descripción como la capacidad que muestra el narrador para pintar con palabras la realidad, el novelista recorre de nuevo las calles de la inocencia, el sabor tierno del pan recién hecho, el vino antiguo de las tabernas, las carreras sin sentido por la plaza, el ruido agradable de los juegos, la añoranza por una época que se pierde bajo el abrazo de la niebla.
No esperen encontrarse entre las páginas de este libro un manual de historia que se ciña a las lecturas del escritor. Esta novela es rica en matices. Bebe de fuentes orales. Respira el aroma de quien ha nacido entre sus adoquines, de quien ha acariciado infinidad de veces las paredes heridas de los disparos, de quien ha sentido el cansancio de los pies en los rincones cargados de memoria, de quien ha reconstruido, entre los dedos de la imaginación, cada episodio con la certeza de saber encajar todas las piezas.
Cuando el odio es la semilla que crece clandestina sobre la sangre de la tierra, no hay más remedio que refugiarse bajo el paraguas de la fidelidad. Doble V aborda el amor como el único reclamo para poder sobrevivir bajo el cielo encapotado de la rutina. Muy pocos personajes optan por salvarse. Julieta huye de la pesada carga de la cocina caminando por los senderos del pueblo en un gesto de afecto hacia el paisaje, son pasos que da la conciencia con los zapatos de la ternura. Lucía apura las horas que le quedan enredada en el cabello alborotado de la sonrisa. No le tiene miedo a la muerte. Se lo ha entregado todo a la vida. Alfredo encarna el prototipo de la amistad. Incluso en las circunstancias más adversas, hay quienes permanecen al lado de la justicia. Una mujer deambula por la estación de tren con la locura arrojada al precipicio del pasado y al nudo desatado de unas cartas. Y Martín, un hombre cuyo viaje a Benalup le depara la esperanza en el amor, un corazón a prueba de sorpresas.
Miguel Ángel Moreno Cortabarra ha terminado su jornada de trabajo. Se ha montado en el coche y no se ha detenido hasta llegar a Los Caños de Meca. Ha salido a la intemperie. Ha caminado por la orilla de la playa. Hay tardes en las que el sol se ha dormido en sus pupilas. Ha cerrado los ojos y sobre la espuma de las olas ha mecido este pequeño barco de palabras. Una novela, como el agua, pegada a la piel.
En Casas Viejas, 7 de febrero de 2018
ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN